¿Qué es la soledad?
Ausencia de compañía o el argumento más manido del poeta detrás del amor. La soledad, esa aparente enemiga que nos cierra puertas en la cara para quedarse en silencio con nuestros sollozos. Parece que la soledad va de la mano del sufrimiento. Y Frida Kahlo lo advirtió: '
Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior'. Y te devora mientras te acompaña la soledad. Te secas las lágrimas y te plantas frente a ella. Le dices: oye, soledad. Vamos a aprender juntas, vamos a analizar. Y disfrutas de ella, como un amante pausado, sereno, tranquilo. Lo que la soledad te da, el cerebro te lo quita. Porque es entonces cuando el silencio como antesala se torna en elucubraciones imprecisas sobre lo que podría ser o no tu vida. Y ahí, amigo, te das cuenta de que has llegado a tocar fondo. Relativizas todos los insultos y las críticas, y hasta los golpes físicos recibidos en tu vida, y te das cuenta que todo tiene solución, menos salir de esta encrucijada por ti misma. Y recuerdas de nuevo a Frida Kahlo, y su 'árbol de la esperanza, mantente firme'.Todo esto empecé a pensarlo el lunes. Arrancó los mecanismos del pasado aquella visita a Ávila. Y ella. Y ellos. Y todos. Todos hicisteis que una maquinaria incombustible se pusiera en marcha de la forma más azorada que puede soportar. Para comenzar diré que soy católica. Católica de las de verdad, de las que sienten a Cristo y saben que no por mucho ir a misa se perdonan los pecados. De esas que se vienen a la Iglesia y se ponen a escribir mientras lloran. En silencio y en soledad. En Ávila viví la experiencia culmen de esta aparente agonía. Ella. Ella se llama Miriam. Es monja de clausura, carmelita, y lleva viviendo plenamente su fe desde el año 2005, cuando Benedicto XVI accedió al Pontificado. Acudimos a verla un grupo de seminaristas y el resto. He de reconocer que me producía un poco de apuro verme en aquella situación: el ser humano parece que no es capaz de entender las muestras gratuitas de sacrificio. Y el suyo, es de los enormes. Así que me camuflé en El Resto. Tras una charla que duró poco más de media hora (aunque a mí me parecieron días), salimos del edificio, y lo único que me pasaba por la cabeza y por la boca era el ‘yo, jamás’. El argumento cobarde que se colocó en la parada, y se vino conmigo de vuelta a casa. Y hasta hace poco, seguía tirando de mí hacia atrás. Como un arnés que te sujeta y te deja caer al mismo tiempo. Qué incongruencia. Aún hoy no sé muy bien qué decir, pero me doy cuenta de que bajo esa experiencia aparentemente frustrante, pude aprender. Pude entenderla. Y pude darme cuenta de que el guion de vida que tenía previsto escribir, no es el que quiero. Y que no estoy contenta. Y que, y que, y que. No logro desentrañar las claves de este jeroglífico.Ana Esther Méndez 28 de abril de 2013