En sus pesadillas con tintes de realidad veía una y otra vez su pasado. Y en el no había más que muerte y destrucción, pues cuando los viejos árboles aún eran brotes Belona se había alzado como una sanguinaria guerrera al mando de todo un batallón de bandidos y saqueadores.
La habían llamado Belona la Sangrienta al norte de Tamasia cuando la primera misión por decreto de rey para hallar al dragón de fuego se inició y la guerrera tendió una emboscada a algunos de los hombres para robar todas las joyas y armas de palacio sin dejar más que muerte y sangre sobre la arena.
Su pesadilla era muy real. Los colores, las luces, los movimientos... pero entonces todo cesó y Belona abrió los ojos incorporándose de inmediato en la cama. El espejo colgado en la pared de enfrente le devolvía la misma imagen de siempre. La muchacha, una chica de apariencia frágil y pálida de cabello liso y rojizo, parecía una muñeca de trapo a merced del destino.
Cada día Belona se convencía más de que su cordura estaba próxima a desfallecer.
Pero entonces la brisa matinal le devolvió a la realidad. ¡Ella no era Belona! Belona era la mujer que, aunque fuera idéntica en aspecto a ella, era la que poblaba en sus pesadillas.
Se acercó al recipiente de cobre y se echó un poco de agua para despejarse.
No, no tenía nada que ver con Belona Nassla, pues ella era Inanna Nailö, una humilde campesina que vivía a las órdenes del rey Baráquia II.
Al salir de su cabaña de madera observó en derredor y contempló como sus cultivos se extendían desde la casita en todas direcciones tomando la forma de la tierra. Allá la plantación de trigo era algo desigual pero se mantenía firme. Por el este los cultivos de tomates y nabos iban descendiendo lentamente mientras la tierra se acomodaba a la estructura de una playa no muy lejana. Y al oeste sus plantaciones de patatas y calabazas iban tomando la ladera como una serpiente acechando a la presa.
Una vez más, para despejarse de cualquier vestigio que la pesadilla hubiese dejado en ella, Inanna inspiró con fuerza y sacudió las manos un par de veces. Su madre le había dicho que aquello alejaba las malas energías.
Pero entonces el que parecía ser el primer invitado al cumpleaños llegó y el corazón de Inanna se oprimió.
Ni siquiera recordaba haberle invitado. ¡Ni siquiera sabía si ese tipo de personas pudieran existir! ¡Se trataba de un gigante!
Era un hombre de unos veinte metros totalmente calvo, con rostro agresivo y definida musculatura. Vestía, además, con unos extraños ropajes de piel y trozos de metal que servían para unirla.
El gigante se detuvo ante Inanna dejando tras de sí un rastro de desolación, pues allá donde el gigante puso el pie los cultivos habían desaparecido bajo tierra.
Los gritos pululaban por el ambiente y los demás vecinos de las granjas huyeron hacia el norte buscando la protección de la metrópoli y del rey.
-¡Feliz cumpleaños! -dijo el gigante con su enorme sonrisa.
-Gracias, gigante. Pero yo no te he invitado.
-Claro que me invitaste. ¿Y por qué no me llamas Garu? Nunca me has llamado gigante -Inanna miró al titán con desconfianza. ¿Por qué estaba dando por sentado que se conocían?
-Creo, Garu, que me estás confundiendo. Sí, hoy es mi cumpleaños y te agradezco que hayas venido, pero no te conozco y no sé muy bien por qué estás aquí.
-¡No seas simple, Belona! -dijo Garu riendo-. Tus palabras fueron claras: Ni en doscientos años estaría contigo. Así pues, han pasado doscientos años justos. Ya podemos casarnos.
Garu el gigante alargó su enorme mano (tan grande como la cabaña) y cogió cuidadosamente a Inanna como ella cogía las patatas de sus huertos. Nunca antes se había sentido tan tubérculo.
Mientras el gigante se alejaba contento Inanna gritaba y pataleaba para que la dejara libre.
Entonces la muchacha divisó en la lejanía un hombre equipado con la armadura del reino que observaba en medio del camino lleno de los cráteres que eran las huellas del gigante.
-¡Inanna! -llamó el muchacho.
-¡Dagan! -contestó ella entre gritos mientras se alejaba a gran velocidad-. ¡Dagan, sálvame!
Pero aquellas fueron las únicas palabras que cruzaron en más de dos años, en los que Inanna fue secuestrada en las cavernas heladas del sur, donde la más alta montaña que llevaba el nombre de una diosa de los vientos desafiaba a las nubes cada vez que la tormenta amainaba.
Otro suceso curioso era que Inanna había terminado por adoptar el nombre de Belona, ya que Garu creía fervientemente que se trataba de aquella antigua guerrera que había existido más de doscientos años atrás en el tiempo.
Pero, ay, ¿qué sería de Dagan? El pobre muchacho habría pasado aquellos dos años buscándola. Pues lo que el gigante no sabía era que Inanna ya estaba prometida y que el día de su cumpleaños iba a casarse con Dagan.
Pero no podía poner en peligro al muchacho.
Sin embargo, una noche de invierno todo cambió. Mientras Inanna recitaba poesía para Garu, un hombre encapuchado y empapado apareció en la entrada de la caverna. Su ropaje entero estaba cubierto de nieve y tiritaba con los brazos unidos al pecho.
Garu encolerizó y se acercó con la mano alzada para eliminar a tan inoportuno espía. Pero Inanna le pidió por favor que tuviera piedad y escuchara antes lo que el muchacho quería.
-Magnífico Garu de las nieves, soy un humilde mago que podrá serte de ayuda, pues gracias a mis runas podrás saber con exactitud el día que contraerás matrimonio con Belona. Yo sé el secreto de las estrellas y sé cuando pasará. ¿Cuál es tu respuesta?
-¿De verdad podrías saberlo?
-Oh, sí, gran Garu. Tan sólo te pido que me des alojamiento durante una semana, pues necesito vivir muy cerca vuestro para que mis runas se activen.
-De acuerdo. Adelante.
Al pasar el hombre encapuchado por la derecha de Inanna ésta dio un respingo. Reconoció el mentón y los labios de aquel mago. ¡Qué listo era Dagan! Se había hecho pasar por adivino para salvarla. De pronto la esperanza volvió a inundar su alma y una sonrisa se dibujó en su rostro.
-He estado espiándoos desde el cambio de estación -dijo Dagan a su prometida entre susurros mientras el gigante dormía sobre un enorme lecho de pieles-. Por eso sabía que te llamaba Belona, como a la antigua guerrera, y que además espera tu respuesta sobre el matrimonio.
-Eres muy astuto, Dagan. Ahora tenemos que averiguar cómo salir de aquí sin que nos descubra.
Pasados tres días desde la visita del mago, el gigante Garu le hizo una pregunta. ¿Estaría ya Belona preparada para responder? Dagan, que ya había ideado un plan junto a su prometida, extrajo unas piedras pintadas de su bolsillo y le dijo que sí.
-Pero aunque ya me haya decidido necesito que te vistas para la ocasión -dijo Inanna-. Detrás de esas rocas encontrarás un traje de pieles que yo misma he hecho para ti. Sólo me casaré contigo si te veo de esa guisa.
-Está bien, mi amada.
El gigante Garu atravesó un arco de la caverna y encontró sobre el suelo un montón de pieles de colores blancos, grises y perlados. Su tacto era suave y olían a nieve perfumada. Sin duda alguna Belona quedaría muy contenta.
Pero entonces Inanna gritó <<¡ahora!>> y Dagan accionó un cayado de madera incrustado en las piedras superpuestas. Garu enfureció y corrió hacia ellos pero fue demasiado tarde. Una cascada de rocas afiladas de gran tamaño cayeron sin cesar durante más de dos minutos sepultando al gigante y parte de la estancia donde se encontraban las pieles.
Los rugidos de Garu fueron silenciados y Dagan miró los restos de humeante polvo de roca con orgullo. ¡Nunca antes había terminado con un gigante!
Inanna se acercó a las rocas con cierta tristeza y vio que una mano carente de vida asomaba por entre una obertura. La muchacha se inclinó y vio que dentro de la mano abierta había una pequeña tiara de plata realmente hermosa que sin duda hubiese sido para ella.
Un mes más tarde, ya en el reino del norte, Inanna y Dagan contrajeron matrimonio a la luz de una primavera llena de colores y olores dulces.
Todo en la celebración era motivo de alegría y la gente reía y bailaba sin preocupación.
En la cena del festejo, mientras Inanna y su marido compartían el pastel de vainilla y fresas, algo ocurrió. Su marido Dagan extrajo una pequeña arma de empuñadura negra con el relieve de una serpiente reptando en espiral hacia la hoja.
De nuevo los recuerdos golpearon su mente. Aquella daga era la que siempre utilizaba Belona, la guerrera, en sus masacres. ¿Cuánta sangre habría arrebatado aquella pequeña arma? Pero no podía quedarse con la duda.
-La compré en el bazar. Pero tiene mucha historia. El mercader me dijo que el arma pertenecía a una antigua guerrera. ¿No sientes el poder?
-Sí... es realmente magnífica.
Inanna se disculpó y marchó hacia el interior de su casa, donde comenzó a quitarse el vestido que le impedía ser libre y lo cambió por indumentaria de viaje.
Saltando por la ventana trasera corrió hacia su yegua y se embarcó en un viaje en busca de un perdón que de algún modo u otro le pertenecía.
La piedad y la guerra por Jessyca Mayorgas Arrabal se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España.
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