La pieza que no encajaba

Publicado el 10 enero 2011 por Bloggermam

Era una pieza robusta, consistente, bien troquelada, de aires redondeados y con graciosos recovecos que hacían muy vistosa su atípica silueta a los ojos de otras piezas. Pero unas veces por recelo de sus formas, otras por desconfianza de su textura, las piezas con las que tropezaba resbalaban por su lado sin darle la opción de presentarse educadamente.
Conforme pasaba el tiempo aprendía a esquivar esas piezas que ya desde lejos la miraban con desdén o que directamente desdeñaban mirarla. 
Sus emociones intentaban modificar los trazos de sus formas, para poder encajar con más facilidad con las otras piezas, pero era una falsa ilusión que se tornaba frustración al rebelarse la realidad.
En su continuo deambular tropezaba con otras piezas con las que sí que podía conversar e incluso con las que intercambiaba posiciones en las que parecían encajar sus respectivas siluetas. La sensación placentera de estos encuentros en los que parecía que jamás se separarían mitigaba su soledad. Pero esos  momentos de acople eran fugaces. En cuanto había una par de tensiones se ponía de manifiesto que los resquicios que había entre sus formas permitían el paso de un huracán disfrazado de suspiro que lanzaba ambas piezas en direcciones opuestas.
Con pena comprobaba que estos encuentros no eran más que sucedáneos. Ella quería encajar en conjuntos de piezas que ya había visto: compactos y armoniosos. Tampoco pedía ser la sonrisa de un niño en un puzzle, le bastaba con sentir que había encontrado su sitio y que formaba parte de un todo en el que era apreciada por cómo era, sin necesidad de tener que forzar su figura para encajar.
La necesidad de encontrar su lugar le llevó a actuar en ocasiones de forma interesada, pero no podía soportar la farsa durante mucho tiempo; y a pesar de su tristeza, se sentía aliviada al saberse incapaz de tomar el camino de la locura por el que otras, desesperadas, se lanzaban hasta empotrarse contra los salientes de otras piezas, forzando la situación al máximo para mantenerse acopladas. Algunas se retorcían para poder encajar hasta que se partían. Otras rozaban constantemente hasta que el desgaste del tiempo limaba aquello que las hacía especiales, de modo que se podría decir que su material les hubiera permitido encajar en cualquier espacio. Todo era una cuestión de insistencia. Incluso las más osadas se cercenaban los salientes más incómodos para poder adaptarse al lugar que habían elegido como destino último, lamentándose de la mutilación al descolgarse, rotas, del resto de compañeras.
La pieza que no encajaba ya se había resignado a estar sola. Entablaba contacto cordial con cualquier pieza que se le acercaba, pero con la certeza adelantada de que cualquier esperanza de encajar era el preludio de una frustración más.
Llegó el tiempo de olvidarse de su afán de encajar. Ya no recordaba cuando se había rendido, ni tampoco le importaba haberlo olvidado.
Un día, en un paseo anodino, notó cómo resbalaba y caía en un extraño hueco en el que encajó como un beso en un sueño.
Sintió una gran satisfacción al comprobar que había ensamblado perfectamente con las piezas que tenía alrededor. Daba la sensación de que todas las demás la estaban esperando y que habían dispuesto sus formas para que ella encajara a la perfección. El sentimiento de pertenencia a una entidad superior compensaba las penurias del dolor de la soledad y el rechazo. Ahora era plenamente feliz. 
Sin embargo, una voz airada proveniente de una pieza azul que formaba parte de ese conjunto tan acogedor le gritó “¡Tú no encajas!”. La recién llegada miraba con estupor hacia el lugar de procedencia de tan destemplada voz y le costaba creer que no encajaba; más aún teniendo en cuenta que las piezas a las que se asía con armonía le devolvían cálidas miradas de apoyo. 
La sorprendida pieza no pudo expresar ningún argumento en contra del rotundo grito de la pieza azul. De modo que, resignada, intentaba zafarse del acople en el que tan feliz fue por unos momentos. La pieza azul al ver que no se iba tan rápido como ella deseaba se reafirmó en su ira explicándole al resto de piezas con engolada prepotencia “¿No os dais cuenta? Todas somos amarillas y ella es de color naranja. No encaja”