ZUG DER ERNINNERUNG
Mi hijo me pregunta cuándo volveremos a la cabaña.
El cielo es sinfonía en la llanura a través de las juntas de un vagón de mercancías.
Los raquíticos postes de telégrafo, los tendidos de luz con precisión de reloj se suceden
-tic-tac-
uno tras otro,
y a los fugaces chopos lentos sauces siguen, balas de heno como duro escombro de una paz acribillada,
monótono paisaje de vida arrebatada de mansa yunta al campo, pan de aldea robadoal obrador.
Mi hijo mira y me pregunta cuándo volveremos a la cabaña.
El cielo es pentagrama para alondras y la llanura extensa grato pasto de rebaños que pacen con desgana
mientras los hombres comen carne de rata y tierra y sorben huevos de labio en labio;
amapolas efímeras salpican las cunetas, pespuntes de lavanda ribetean la orilla de un riachuelo que bordea la delicada senda a la alameda
y allí los bosques de esbelto trigo, allí una lluvia de estorninos, una bandada de Sol, cuidadas casas, mimadas rosas, niños que corretean apresuradamente para llegar muy pronto a cualquier parte o a ninguna:
a una madriguera o a un nido,
a un beso a hurtadillas,
a un poema de amor o desengaño
mientras suaves laderas grises nubes recortan con tijera brumosa: perfil de Poznań, mañana de Łódź, de Chełmno, de Lublin, de Treblinka
mientras allí se va quedando atrás, tierra abrasada hasta el candente arrabio.
Mi hijo me llama y tira de mi manga, y me pregunta cuándo cuándo cuándo regresaremos a nuestra cabaña, mas sólo sé apretar su cabecita, acariciándola contra el costado
como si allí guardara un último retal de corazón, siquiera un parvo trozo de latido quearrimar a sus lágrimas.
Alguna
vagabunda
urraca
arranca un diente de oro al hondo túnel que nos conduce adónde, e intento imaginarnos en el bosque cantor de soledades delicias y penumbras de musgo donde crecimos juntos,
nuestra
patria
robada.
Mi hijo me pregunta cuándo, cuándo regresaremos a nuestra cabaña, y yo le arrimo con mi mano el hombro
aferrado a su estrella de David.
Muy pronto, hijo, muy pronto.
Jamás.
EIN DEUTSCHES REQUIEM
Dicen que fuimos dos millones. Pero yo no sé cuántas fuimos,
sino tantas.
Yo sólo sé que pagamos por todos los vivos, por todos los muertos y por todos los pecados con creces
y que por todas las culpas de los que antes o después nacieron también pagamos.
Yo sólo sé que nos cogían como en volandas, como en racimos, como a puñados,
que se repartieron nuestros cuerpos como baratijas de un macabro botín que todos desprecian pero en el que nadie renuncia a tomar su parte.
Yo sólo sé que fuimos la carroña que las alimañas se disputan entre gruñidos cuando su presa aún vive,
y agoniza.
Yo sólo sé lo que sé, y lo que sé ya es bastante:
que teníamos quince, treinta, hasta setenta años y ellos eran tal vez diez, quizá cien, cómo saber si más.
Cómo saberlo.
No lo recuerdo.
Para qué recordar.
Yo sólo sé que pagamos de sobra y al contado en carne viva y ni pudimos suplicar clemencia, ni tuvimos derecho a consuelo alguno,
ni pudimos chillar ni después decir aquel grito ahogado boca adentro que se nos hizo nudo de hiel en el estómago, obsceno baldón, coágulo de infamia y de vergüenza.
Yo sólo sé que nos mordíamos la lengua y nuestros labios se volvieron cepos de dolor y mordazas de ultraje,
que fuimos despojadas a jirones hasta del último retal de pudor o de alegría y aunque lo sé,
no lo recuerdo.
Para qué recordar.
Lo que sí recuerdo es este punzón candente de odio que me atraviesa la sien hasta alcanzarme el alma en su tuétano
cada vez que recuerdo mis doce primaveras y mi coleta como una estela de trigo amarilla que brillaba en el bosque,
cada vez que recuerdo la muñeca de trapo que mecí contra mí y mi madre no podría coser jamás con sus manos,
y aquel vestido que no estrené,
y cada vez que un lazo al corazón que ya ningún domingo;
y aquellas trenzas de espiga que usaron para arrastrar mi infancia al cobertizopara arrancármela.
Lo que sí recuerdo es esto.
Recuerdo a Hannelore tragando tierra y baba mientras nos mirábamos llorando.
Recuerdo a Ilse desangrándose cubierta de semen y sus labios morados de frío como con una escarcha densa y blanca y blanda sobres pétalos rotos de rosas moradas.
Lo que sí recuerdo es que Irmgard ya estaba de cuatro
y que las madres daban cianuro a las niñas más pequeñas hasta que sólo quedó un jirón de blusa y matarratas.
Y nuestros llantos antorchas que se fueron, poco a poco, apagando.
BEFORE THE RAIN (Poema a dos voces para Mincho Manchevski)
Balcanes, 1991-2001
Y volvió a suceder: no ceja el río de buscar su cauce.
Seguirá sucediendo. El más frágil venero es manantial y sella surcos de agua en la caliza. Seguirá sucediendo. No preguntéis por qué: preguntad cuándo anegará la próxima
crecida.
Apenas hay un palmo de la tierra donde la rabia escampe, y nadie sabe cuánto ha de durar el cielo incólume, fugaz el arco iris que nos bendice en vano.
Somos como las piedras que los ríos no desbastan, no liman y no acaban: nuestro odio sucede inevitable como un cepo escondido en la maleza,
como una trampa oculta en la hojarasca.
(Amenaza tormenta en la colina. El joven monje corre a resguardarse al interior del monasterio. Tiempo habrá para coros y oraciones. La niña musulmana se refugia, allí también, de la imprevista lluvia: porque bajo la piel sólo nos late un solo corazón, porque en la carne frío, hambre o sed a todos nos igualan como igual es la herida que adentro nos abruma y que llamamos alma: pero ella ha de morir, poco después. Y una fotografía es testimonio.
Todo sucede en un segundo plano sobre el fondo de un drama negociado
La lenta evacuación de los civiles, el estrecho pasillo humanitario, la aciaga retirada de las tropas que deja tras de sí las lamentables víctimas de los graves discursos demasiados, de los sentidos pésames solemnes, la ejecución sumaria de ocho mil varones, las mujeres y niños deportados, la masacre brutal de Srebrenica, la columna de huidos, hacia Tuzla, atravesando el bosque y el terror)
y la emboscada atroz en la colina cuando empezó a caer mansa la lluvia.
Y una fotografía es testimonio
(El Jefe del Estado Mayor, Mladić, brinda con Karremans en un hotel junto a dos oficiales y una mano escondida en un margen del retrato. Todo sucede en un segundo plano, mientras los cuatro indignos contendientes y una inquietante mano oculta, inexplicablemente
brindan)
porque ella ha de morir, por la chica albanesa, su cielo arrebatado, su robado vergel, su aplastada alegría, inevitablemente muerto fruto de una tragedia antigua casi griega.
Se tomó frente a un cerdo degollado antes de que empezara la matanza.
A quién defenderemos, nosotros,
cuando estalle,
de nuevo,
la tormenta.Juan Carlos Friebe(Tres poemas de “Poemas a quemarropa”, 2011)