Después de leer ¿La vida en 3D?, reportaje a doble página publicado en el dominical de Juventud Rebelde (día 27 de octubre), me convenzo más de que no tengo idea de cuál es la política cultural del país. Entremos en materia rápido.
Según Roberto Smith, presidente del ICAIC, “los cuentapropistas pueden distribuir los filmes como vendedores de discos, legalmente reconocidos, aunque realizan una actividad ilegal, pues no pagan nada a sus productores por las copias piratas”. En otras palabras, reconoce que el Estado cubano permite la piratería, algo así como otorgar patentes de corsos, y por ende, es incapaz de regular qué distribuyen estos vendedores.
Luego afirma, “la proyección de 3D por cuenta propia es un proceso en el que aún no hay nada definido y, por tanto, esa actividad no es legal, pero tampoco se toman medidas contra las personas que lo patrocinan. Todo debe estar regido por el principio de la política cultural”. O sea, el negocio de los cines 3D sí debe estar regulado por la política cultural del país, no así la venta indiscriminada de discos. No obstante, como aún no hay una ley para este tipo de negocio, se les trata con mano suave.
En otro momento del reportaje, Marta Elena Feitó Cabrera, viceministra primera de Trabajo y Seguridad Social, explica que “en los años 90 se restringió este tipo de actividad (la exhibición) por las implicaciones que en ese momento tenían para la seguridad del país, y por la posible proyección de materiales pornográficos, entre otros”. Sí, en los noventa, en un primer momento se cerraron todas las salas de video que estuviesen a menos de quinientos metros de una escuela porque eran motivos de fuga de los estudiantes, incluso si solo exhibían películas en la noche. Luego se cerraron todas y se prohibió también el alquiler de filmes. ¿Los vendedores de discos de hoy no pueden vender pornografía y poner en peligro “la seguridad del país” (sea lo que sea que eso signifique)?
Roberto Smith también afirma que “con la fundación del Instituto se creó una cartelera que enriquecía el intelecto del espectador buscando una transformación espiritual en el gusto y la sensibilidad hacia varias culturas. Existía entonces una variedad, heterogeneidad y equilibrio en la programación, que hacía del cine un elemento enriquecedor, además del entretenimiento”. Sí, cuando se fundó. Hoy, a excepción del Chaplin, la sala Charlot y alguna otra del Multicine Infanta, en el circuito nacional se proyecta bastante basura. No lo critico, tres salas son suficientes para exponer lo mejor de la historia del cine.
Continúa Smith, “la política cultural enfrenta al mercado que exhibe películas que solo reportan intereses económicos. Este fenómeno mundial lo reproducen las salas 3D, donde mayormente se proyecta cine norteamericano, que no es malo pero aporta muy poco culturalmente. No significa censura a esa cinematografía, porque los cubanos tienen acceso a ella a través de la televisión y los cines”. Continúa “el ICAIC defiende al cine como valor y expresión cultural que no puede arruinarse con la política de mercado, modus operandi de estas salas por cuenta propia. Sin ser categórico, diría que no creo que pueda existir un reconocimiento legal a una actividad que viole la política cultural de la Revolución, lo que no quiere decir que no pueda haber formas de producción no estatal relacionadas con la exhibición de cine”. Entonces, no se pueden obtener beneficios económicos de la exhibición pero sí de la venta, incluso cuando la calidad estética (y de proyección) de TODAS las películas exhibidas en cine 3D está fuera de discusión y no así los productos audiovisuales vendidos por los corsos. Hasta el día de hoy no hay restricciones, pero el horizonte no depara nada alentador. Smith agrega que “si en un futuro existieran salas de proyección operadas por mecanismos no estatales que ayudaran a lograr más eficiencia, la programación aun seguiría siendo cuestión del ICAIC, por la importancia de cumplir con la política cultural trazada”, la cual se viola con los corsarios y la gran cantidad de películas y series transmitidas por la televisión.
“Existe una deuda con el espectador cubano que siente el derecho de ver cine 3D”, admite Smith; reconocen en el reportaje la imposibilidad de hacerlo en nuestras salas por los altos precios de los equipos, pero una vez estos existan, ¿qué diferencia habrá entre sus carteleras y las de los cuentapropistas? ¿Remasterizaremos El gabinete del Doctor Caligari o Casablanca? La gran mayoría de las películas con esta tecnología se hace en Hollywood, y todo el mundo sabe qué tipo de productos son. Durante la Muestra de jóvenes realizadores, se exhibieron cuatro películas en 3D, entre ellas “Titanic”, “Los Pitufos” y “Los tres mosqueteros”. ¿Esas tres sí cumplen con la política cultural del país? ¿En serio? ¿Cuál es la política cultural del país?
En el propio reportaje el subdirector del ICAIC reconoce que la gente no va al cine por “la situación económica, los problemas con el transporte y las condiciones de las salas cinematográficas, que muchas veces no son las mejores y carecen de comodidad en los asientos o presentan problemas con la climatización”. Entonces, ¿qué clases de competencia sería el ICAIC al abrir x cantidad de salas con esta tecnología en el Proyecto 23 cuando los habitantes de La Víbora tienen una a menos de doscientos metros?
Por otro lado, Fernando Rojas, vice de cultura, se aparece con par de joyitas:
“¿Qué hacer entonces: prohibir o regular? Creo que se trata de regular, a partir de una premisa fundamental: el cumplimiento por todos y todas de lo que establece la política cultural.
“Lo que sí llama la atención es que, como regla, posee un pésimo gusto una parte considerable de las personas que cuentan con bastantes recursos financieros y por ende, con los medios para las exhibiciones en 3D —con las cuales ganan más dinero—, a pesar de que no existe la figura legal que los ampare para poderlo hacer”. Otra párrafo, citándolo indirectamente, dice “Rojas argumentó que el Ministerio de Cultura está trabajando en esas regulaciones, porque tiene el convencimiento de que cuando realicen ese ejercicio, saldrá a la luz que en esas decenas de espacios que hay en el país —mayoritariamente en la capital— se promueve mucha frivolidad, mediocridad, pseudocultura y banalidad, lo que se contrapone a una política que exige que lo que prime en el consumo cultural de los cubanos sea únicamente la calidad”. Sin embargo, cuando en el Yara se estrena Now you see me no es frivolidad, como tampoco lo es transmitir cada una de las partes de Rápido y furioso por televisión, ni Grey’s Anatomy o The Mentalist es pseudocultura.
Estoy de acuerdo con la libre difusión de todo tipo de materiales, incluido el porno; cada quién está en su derecho de consumir lo que le guste, así sea bazofia: Belleza Latina o cine mudo, mangas o tebeos, novelitas eróticas o de Corín Tellado. No entiendo por qué hoy, siglo XXI, se insiste con la supuesta política cultural, incluso después de darle licencia de corsarios a medio pueblo de Cuba para vender indiscriminadamente, y sin respeto alguno al derecho de autor, TODO lo que pudiera almacenarse en CD o DVD.
Apoyo la exhibición de un programa selectivo y de calidad para todos los cines y salas estatales del país. Levanto los dos pulgares por una parrilla televisiva decente (no la hay), con una buena selección de programas, novelas y filmes; pero jamás estaré de acuerdo con esa necesidad de control, o si prefieren, de educar al cubano y mostrarle, a través de la prohibición, cuál es el producto con calidad y cuál no, qué es arte y qué son “obras banales”. Si tanto preocupa nuestra formación del gusto, empezarían por incluir alguna asignatura relacionada con el audiovisual en la educación primaria, en la secundaria y en el preuniversitario.
¿Se imaginan al Ministerio de Salud regulando la cantidad de grasas y carbohidratos presentes en cada producto vendido por los cuentapropistas gastronómicos de nuestro país para preservar la buena salud y longevidad del cubano? Sí, la pizza es veneno, pero nos gusta, por qué van a quitárnosla.