Había una vez unos padres que aparentemente parecían excelentes con sus nietos e hijos. Vivían en un pueblo llamado Reading, en las cercanías de Londres.
Reading era un pueblo pequeño, de casas blancas, como las que en España llamamos casitas adosadas, con cristaleras en blanco, muy coqueto, ardillas que pasaban a veces por la carretera, y como todo pueblo del norte de Europa, en un mismo día, había sol, nubes, niebla a veces, y lluvia la mayoría de las veces, una lluvia fina, que a los ingleses les gustaba, pues podías ver gentecon gorro de lluvian, impermeable o no, y pocos paragüas.
Volviendo a esos padres aparentemente ideales, tenían encerrada a su abuela en una poza, como en un pozo seco, enorme, donde teníanMarc y Laura, los padres, a la abuela Maytreia, encerrada.
Los nietos, que eran chico y chica, se llamaban Marian y Martin y una noche, Marian y Martin y una noche éstos escucharon como una sirena, como un aullar sordo. Se acercaron al pozo seco y su sorpresa fue que encontraron asu querida abuela Maytreia, desaparecida hacía unos meses.
Marian y y Martin no daban crédito a cómo su abuela estaba encerrada en las profundidades de la Tierra.
Y así fue como descubrieron que su abuela estaba viva y pudieron rescatarla y hacerla subir a la superficie.
Estaban tan contentos de tener abuela, de nuevo, que habían olvidado lo malévolo de sus padres, Marc y Laura.
Mientras Martin sacaba a su abuela Maitreia, María llamaba a la policía.
-¿Quién lo diría?. Unos padres excelentes, decían los vecinos.¡Quéextaño! Nadie podía imaginarlo. ¿Cúal era el móvil del aquel hecho atroz?. El dinero, la herencia de la abuela Maitreia.Entonces, su querida abuela Maitreia regaló toda su herencia, que no era otra que su sabiduría y sus propiedades en el pueblo, la casa y la finca rústica sin edificar.
Los vecinos se decían:
-¡Por Dios, por una casa y una finca!.
Los padres fueron a presidio.Y los nietos, María y Martin, fueron felices y comieron perdices, como se suele decir en todo cuento.
Y en aquel pueblo llamado Reading, siguieron pasaron ardillas por las calles, y el mundo siguió su curso natural, con el canto de los pájaros por las mañanas, temprano.
De mi libro Homenaje Autobiográfico a mis queridas abuelas.La Rambla (Córdoba).Coedición con Bubok Publishing.
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