Hace unos días hablaba con unos compañeros sobre la revolución a la que asistimos estos días en el mundo de la traducción, con empresas tan importantes como Lionbridge intentando dar un giro a su modelo de negocio, lo que ha provocado que muchos de sus colaboradores pongan el grito en el cielo y denuncien públicamente unas condiciones de trabajo que desde hace tiempo consideraban abusivas.
Los comentarios de otros colegas me han hecho reflexionar sobre la relación del traductor con empresas de traducción. Yo aterricé en el mercado hace siete años, con formación universitaria y sin haber escuchado una palabra sobre tarifas, negociación o ventajas competitivas durante el tiempo que estuve en la universidad. A pesar de que el título universitario en Traducción e Interpretación es relativamente reciente, los traductores hemos existido desde siempre, lo que me lleva a pensar qué es lo que tuvieron que hacer para entrar en el mercado los traductores que ahora rondan los 40 y que llevan 20 años traduciendo.
En listas de distribución como Traducción en España he leído mensajes de compañeros que hablan de traducir con máquina de escribir, de WordPerfect o de enviar las traducciones por fax. Algo que a muchos nos parece de otra época. No he leído mucho sobre el marketing que debían hacer los traductores antes de la difusión masiva de Internet, pero supongo que tenían que tocar muchas puertas y enviar muchas cartas comerciales. Sin embargo, a pesar de que la informática, Internet y el uso de herramientas de traducción asistida han facilitado mucho el trabajo y nuestra promoción como profesionales, también han traído consigo una disminución de las barreras de entrada a la profesión. Este hecho, sumado a la proliferación de facultades de Traducción e Interpretación y al gran desfase entre la universidad y el mundo profesional, ha conseguido que cada año tengamos 22 promociones de licenciados en TeI que desconocen el valor de su trabajo.
Los recién licenciados están desmotivados, entre otras cosas, por culpa de un profesorado que no ha traducido jamás a nivel profesional, que desconoce cómo es el día a día de un traductor autónomo, que no ha sido capaz de reciclarse (o que no le interesa) y que no deja de repetir de forma directa o indirecta que de la traducción no se puede vivir. Yo me pregunto a qué viene tanto pesimismo. Muchos se refieren a la traducción literaria, mercado que ya no es el que fue en su momento y que hace años que dejó de ser rentable para muchos por la gran cantidad de traductores dispuestos a dejarse la piel por una miseria y por la poca cantidad de libros que se venden actualmente. Pero, ¿qué hay del resto de las especialidades como la traducción técnica? Parece que en la facultad tiene menos valor traducir un manual de una lavadora que un bestseller. Seamos realistas: estadísticamente las probabilidades de que nos toque traducir el próximo «Código da Vinci» son muy reducidas, ¿eso nos hace peores traductores? ¿Eso implica que no se pueda vivir de la traducción? No. Señores, se puede vivir de la traducción traduciendo manuales de lavadoras. ¿Que no recibo derechos de autor? No me importa. ¿Que no aparece mi nombre? Hace años que dejé de preocuparme por eso.
Lo que sí me preocupa es que los recién licenciados sean tan pesimistas y que nadie les enseñe que el mercado de la traducción se compone mayoritariamente de autónomos, que es más fácil hacerse traductor por cuenta propia que conseguir trabajo como traductor en plantilla y que, a la larga, el esfuerzo y el tiempo dedicados a cultivar una carrera profesional tienen una remuneración mucho mayor por cuenta propia.
Algo que me lleva a otra reflexión: ¿por qué en los planes de estudio de los grados o enseñanzas superiores no hay asignaturas relacionadas con la gestión empresarial y el marketing? ¿Por qué no se evalúan las capacidades comerciales y de gestión de los alumnos de traducción? Los profesores son conscientes de que el mercado se nutre de traductores autónomos y tener una asignatura de este tipo ayudaría a mejorar las condiciones a las que, a menudo, se someten los traductores con poca experiencia.
Un recién licenciado recibe un encargo por parte de una multinacional del sector, le ofrecen 0,03 céntimos por palabra, y el estudiante acepta encantado. Bien porque no sabe valorar su trabajo, bien porque no sabe lo que se cobra habitualmente o, lo que es peor, que cree que si pide más no le darán el trabajo. Se puede hacer bastante para contrarrestar los dos primeros supuestos, ya que están motivados por el desconocimiento, pero rebatir la idea de cobrar menos por el miedo a no recibir el encargo es mucho más difícil. Por eso una asignatura de marketing debería ser obligatoria para los estudiantes de traducción. No tiene que ser muy compleja, con principios básicos bastaría. Por ejemplo:
- Solo puedes competir en precio, calidad o servicio.
- Si compites en precio, ten en cuenta que siempre habrá alguien más barato que tú y que en cuanto el cliente lo encuentre, se irá con ese traductor o te pedirá que iguales su oferta. Además, si cobramos poco porque vivimos con nuestros padres y no tenemos muchos gastos, ¿qué haremos al independizarnos?
- Si compites en servicio como, por ejemplo, ser el más rápido, podrás poner un mayor precio y podrás fidelizar mejor a tus clientes. Si decides ser el más rápido y el más barato, no podrás asegurar la calidad de tu trabajo.
- Si compites en calidad, atraerás a clientes a los que les importe tu trabajo y podrás gestionar mejor tu tiempo.
Pero, claro, ¿cómo les van a enseñar eso en la facultad si los que tienen que hacerlo lo desconocen? Si las personas que deben motivar a los alumnos para que emprendan, no han emprendido jamás ni han tenido que enfrentarse nunca a cliente, ¿cómo vamos a conseguir que los licenciados en traducción salgan de la facultad con ganas de comerse el mundo y sin dejar que empresas sin escrúpulos se aprovechen de ellos? ¿Acaso podrían tener tanto poder esas empresas si no hubiera tantos licenciados dispuestos a pagar por trabajar?
Hace unos años, cuando se traducía con máquina de escribir, no imagino una situación como la que vivimos actualmente. Si juntamos la explosión tecnológica, el aumento de facultades de TeI y el desconocimiento del mundo empresarial que impera en la carrera, no es de extrañar que se haya producido este descalabro. Me consta que ya hay muchos profesores que fomentan charlas y coloquios con antiguos alumnos como ejemplos de que no es imposible vivir de la traducción, pero creo que no es suficiente. Una tarde de motivación no puede combatir cuatro años de pesimismo constante y de ausencia total de enseñanza sobre el mercado profesional actual de la traducción.
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