LA PREMONICIÓN. ANÉCDOTA DE INFANCIA
«… has terminado sola lo que nadie comenzó».
Alejandra Pizarnik
Las azaleas, Emilio Grau Sala, óleo sobre lienzo, 1960.
https://www.elcopoylarueca.com/wp-content/uploads/la-premonicion-online-audio-converter.com_.mp3LA PREMONICIÓN
Ella preguntaba siempre lo mismo, porque le parecía asombrosa la desenvoltura y la seguridad con la que su niña le respondía. Día sí y día también, mientras paseaban por los alrededores del Hotel Nacional, le interrogaba: «¿Qué es lo que más deseas, hija?». Y la hija contestaba, mirando el mar inmenso que, indolente y a lo suyo, batía espuma más allá de esa especie de alambrada de hormigón que es el malecón habanero: «Irme».
«Me iré», y se soltaba de la mano de la madre, incitando a la pequeña hermana a dar una carrerilla. Pero lo que para la cría era un juego, para la madre, consciente de lo que aquella respuesta encerraba —una infelicidad, aún no sometida a la lógica—, era dolor sordo que no cesaba. Además, la madre sabía lo que aún su hija ignoraba: sabía que la felicidad requiere de grandes dosis de dolor; partir significa despedidas y un andar en soledad por mundos desconocidos… Sin embargo, no hay sombras sin sol, de modo que aquella contestación era, igualmente, como un hermoso huevo Fabergé, alhaja de sorpresas únicas, porque en su interior latía… ¡la esperanza!
Un instante de mi niñez.
Hoy llueve a cántaros, como llueve sobre los mangales en mayo, y yo estoy sentada en mi sillón. Hay en el escritorio, que tengo debajo de la ventana, una pequeña foto en la que estamos mis padres, mi hermana y yo. Es una foto de cumpleaños, atacada por el sepia, que es el color preferido del tiempo. Todos estamos sonrientes. Estamos ajenos a las realidades futuras y ajenos a las heridas que entonces nos hacían sangrar.
No sé por qué estas voces del ayer han vuelto. Puede que la manifestación del otoño, que hoy se muestra en este aguacero brutal que hace todavía más frágil la vieja foto, haya revivido esta anécdota de infancia, donde se escondía, bajo la forma de un deseo, una premonición.
Entonces, era una parpadeante vela: la intuición y la rebeldía se enredaban en mi fantasía. Nacieron y murieron muchas flores en los flamboyanes antes de que abandonara la isla de las almas tristes. El camino ha sido largo y me han pasado miles de cosas, pero hace años que soy una vela encendida: hablo sin miedo y mis ojos… sonríen.
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