La primera vez siempre es especial. Una combinación de electrizantes sensaciones recorre todo tu cuerpo.
Estás ante la persona que va a estar contigo y va acompañarte en este pequeño viaje tras el cual, algo en ti cambiará. No sé si te haces más hombre (o mujer). No sé si ves las cosas de otra forma, pero una vez hayas culminado ese momento, perderás un ligero toque de inocencia ante esta aventura de la vida.
Volviendo a la combinación de sensaciones, no sabría decirte las partes para tan maravilloso cóctel, pero sí los ingredientes:
Miedo a lo desconocido. Cuando estés ahí, cara a cara, no sabes con qué te vas a encontrar. Has leído mucho, has visto alguna película, incluso te han contado miles de historias. Incluso has hecho alguna vez un intento de acercamiento a esa maravilla en tu soledad, pero llegado el momento, sientes algo de miedo.
Alegría por conseguir tan ansiado premio. Sí. Después de tanto tiempo, por fin ha llegado el momento en que vas a recoger tu premio.
Temor al fracaso. Porque nunca sabes si tu cuerpo va a responder correctamente y va a estar a la altura en todo momento.
Os miráis a los ojos, sabes que quien te va a llevar a alcanzar la cima de tu sueño tiene experiencia, aún así, sigues nervioso. Os miráis, entonces, de arriba abajo. Cada punto en la superficie de tu cuerpo es importante en un día así. Todo está perfecto.
Sonreís. Ha llegado el momento. Vas a sumergirte en una vorágine que hará que todo el vello de tu cuerpo se erice. Un subidón de adrenalina llenará tu cuerpo a borbotones. Tu corazón bombeará la sangre para que llegue allí dónde tiene que llegar para que absolutamente nada falle en ese momento.
Te guía. Te explica lo que debes hacer al principio. Con naturalidad. Con tranquilidad. Sin estrés. Si está vez no sale bien, volveremos a intentarlo, pero te asegura que saldrá perfecto.
Te lanzas. Sin miedo.
Todo va bien. La entrada ha sido correcta. Miradas de aprobación. Ha llegado el momento de bajar más. De entrar más profundo. Pero con calma. Con suavidad. Sin movimientos bruscos. De nuevo poco a poco. Exhalas un poco de aire. Como si fuera de alivio. Ya estoy dentro y ahora lo único que debo hacer, es dejarme caer para sentir la profundidad. Dejas de sudar. Sientes un frescor que recorre toda tu columna.
Por fin, cuando ya estás en el fondo, os hacéis una señal. Respiras tranquilo. Escuchas a tu cuerpo. Estás pendiente de esa persona que está enfrente tuyo. Hay que empezar a moverse… Tranquilo, sin prisas.
Compruebas tu manómetro. 200 bar. Hasta llegar a 50 queda mucho tiempo. Hay que disfrutar del paseo y empezar a realizar los ejercicios que marca el curso PADI de Open Water Diver, hasta conseguir tu título que te permita bucear con tu compañero en todos los mares de este planeta.
Que vaya bonito,