Revista Literatura

La Procesión

Publicado el 27 diciembre 2010 por Viktor @ViktorValles

Era una mañana de enero, un domingo como otro cualquiera: sumido en resacoso silencio. Yo permanecía en el comedor tomándome un café caliente mientras Alice terminaba de vestirse y el reloj marcaba justo las 11 a.m.

Al instante sonaron las campanas de la catedral, confirmando la hora. Tras un corto sorbo, tambores empezaron a sonar a marcha lenta como si de una procesión se tratara. “Que extraño… ¿Una procesión en pleno enero?” pensé, pero el hecho de ser un recién llegado a la ciudad hizo que me planteara que, posiblemente, se tratara de alguna fiesta invernal como cualquier otra.

- ¿Qué se celebra hoy, Alice? – pregunté, pero no hubo respuesta.

Alice permanecía en el baño arreglándose y no me oía desde allí. Así pues decidí asomarme al balcón con intención de descubrir que festividad se veneraba aquel día, pues el sonido de los tambores parecía asomarse lentamente por la ventana, acercándose a paso firme.

Encendí un cigarrillo a la espera que la comparsa se posara ante mí cuando irrumpió, al final de la calle, un enano vestido con una túnica negra, sombrero de copa y un bastón. Extrañado me dije “¿Qué significa esto? ¿Una broma de mal gusto?”. Pero aquello no terminaba allí, paulatinamente una hilera de señoritas vestidas con largos vestidos y velos negros apareció tras el enano. Aquello parecía una broma de mal gusto.
Tras ellas aparecieron seis hombres portando un ataúd a hombros seguidos por una oscura muchedumbre.

- ¡Alice! Ven al balcón, esto es increíble… –exclamé.

Alice llegó y rodeó con sus brazos mi cintura. “¿Qué pasa, cariño?” preguntó y al describirle la escena que ambos estábamos contemplando me miró extrañada, como si cada día hiciera camino una procesión tétrica como aquella.

Entonces me contó una extraña historia…

Cada año, a mediados del mes de enero, se convoca un congreso de oscuros sabios adoradores de la razón y que en común tienen la pérdida de fe en la humanidad y los dogmas. Tras la reunión se organiza una Procesión en la cual se celebra el entierro del juicio y se venera a la Santa Muerte.
La tradición lleva siglos llevándose a cabo y jamás los medios de comunicación se han hecho eco de ella por temor a la extensión del credo de los tenebrosos sabios.

Su origen tuvo lugar ya hace tiempo, tras la celebración de la misa de gallo. Al salir de la Iglesia unos niños se acercaron al lugar y  lanzaron piedras contra los ventanales del edificio. Tras ello se vieron perseguidos por la multitud y, al ser capturados, fueron interrogados sobre los hechos. Su tesis fue tan firme que la misma gente que les persiguió decidió absolverlos. Durante mediados de aquel mismo enero los vecinos abandonaron la costumbre de asistir a la misa de los domingos, reuniéndose los más inconformes en la plaza de la Iglesia donde se ofrecían diversas lecciones culturales.
Los vecinos comprendieron que era más importante la sabiduría que la fe.

Tras aquella explicación decidí bajar a la calle y seguir a aquella fúnebre procesión.
Llegamos hasta la plaza de la iglesia, donde se aglomeró aquella marea negra frente a la escalera principal mientras el párroco, a toda prisa, cerraba la puerta de entrada queriendo evitarse problemas. Acto seguido un hombre acicalado con una túnica oscura surgió de la nada mientras otros dos montaban una mesa, frente a la cual el primero se posó. Le acercaron una botella que él vertió en una extraña copa sobre la cual se encontraba un terrón de azúcar y la mezcló con agua mientras pronunciaba extrañas palabras, posiblemente en latín.

Al mostrar la copa a los allí reunidos un par de hombres prendieron fuego al ataúd. Todos ellos permanecían en silencio, como si de un funeral se tratara y yo era incapaz de creer en lo que estaba presenciando.

Poco tiempo después la multitud se disipó, mientras aún luchaba por procesar aquel mágico ritual que había compartido con ellos…

Víktor Valles

 


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