Amanda llevaba una vida más normalizada, al menos a primera vista, cogiéndole el ritmo a su puesto de camarera, desde hacía dos meses desde el incidente. Ahora, residía en New York, y había ido añadiendo una serie de pequeños cambios en sus hábitos, su modo de vida había cambiado. Se había mudado a un pequeño apartamento, cerca de casa de su hermano Sonny, y no demasiado lejos del restaurante. Se había mudado de casa de su hermano, aunque tanto Sonny como Kate, le habían dicho que no les parecía necesario. Les aseguró que seguirían en contacto e iría a verlos con frecuencia.
Ya había pasado algún tiempo desde aquellos trágicos sucesos en los que estuvo envuelta, aquel horror que la rodeaba. Se angustiaba cada vez que pensaba en ello, pero no podía olvidarse de ello, ni de otras cosas parecidas que observaba. La gente a la que veía a diario, en el trabajo y en las calles, parecía ser impermeable a todos los horrores a los que estaban todos expuestos continuamente, día tras día. A nadie parecía afectarle nada de lo que pudiera suceder, por muy crudo que fuese. Para Amanda, era como vivir con millones de robots sin sensibilidad en un mundo que cada vez se parecía más al infierno.
Ese convencimiento la acompañaba siempre, y a sus ojos, se corroboraba con demasiada frecuencia. Creía firmemente en que tenía que haber otro modo de encarar la vida, porque temía que pronto se llegara demasiado lejos, antes de que se alcanzase un punto de no retorno.
Al día siguiente, en uno de sus descansos semanales, fue a ver a su hermano y su mujer, para ver que tal estaban, y para que no se preocupasen en exceso por su estado. Ultimamente habían estado intentando tener un hijo, aunque hasta el momento no lo habían conseguido.
Le abrió Kate, estaba estupenda, como de costumbre, pelo negro ondulado, siempre impecablemente peinado, y ojos marrones brillantes, con una delgada figura que mantenía desde siempre, con tan sólo un poco de movimiento.
-Hola Amanda, pasa, estoy preparando café, que tal el cambio de hábitos?
-Muy bien, Kate, gracias. He descubierto que el mundo de las cafeterías y restaurantes no tiene secretos para mi.
Se sentaron en el sofá mientras el café se hacía al fuego. El sonido de la puerta anunciaba la llegada de Sonny, hacia el que giraron la cabeza las dos. El se alegró de ver a las dos mujeres a las que quería juntas.
-Hola cariño, hola Amy... mmm huele a café, que bien, llego en el momento justo, eh?
-Que tal en el centro de reclutamiento?- quiso saber Kate.
-Bueno, pues continúa la campaña para enviar a más hombres a Vietnam. Sólo espero que sirva de algo, y no mandemos a esos chicos a una carnicería.
-Oh, no me lo puedo creer-interrumpió Amanda- Finalmente vas a estar de acuerdo con lo que yo siempre he dicho!
Sonrieron la broma brevemente, pero todos sabían, en el fondo que aquello era un baño de sangre completamente estéril, que no aportaría nada bueno, y podría marcar negativamente a toda una generación. El café estaba listo, se sirvieron varias tazas, mientras hablaban de la vida en general. La pregunta de Kate si estaba saliendo con alguien le había hecho sentir una extraña sensación. La última vez que había salido con alguien, la había dejado sola en el peor de los momentos. Cambiaron de conversación varias veces, y salio el tema del posible traslado de Sonny Washington. Sola, esa era la palabra, otra vez en su mente, sola en un inhóspito mundo, en el que cada día se recrudecía la crueldad de su población. De repente, mientras el matrimonio hablaba de las bondades del nuevo destino de Sonny, Amanda rompió a llorar.
-Que te pasa, por que lloras, Amanda?
-Perdonad, enseguida que me pasa...no se que me ha ocurrido, ha sido de repente...
Cuando se tranquilizó un poco, se recompuso como pudo y volvió a su casa, prometiendo volver pronto a verlos. Mientras tanto, sonny y Kate hablaron acerca del estallido de Amando y que podía causarlo.
-Tu hermana no asimila lo que le ocurrió, sigue aún muy afectada.
-Es posible que sea así. Me duele verla así de derrotada, y no poder hacer nada para ayudarle.
-No debió irse a vivir a ese apartamento, debió quedarse con nosotros, podríamos haberla ayudado a superar el trauma de aquello que tuvo que vivir ella sola...
-Hay algo que sí podemos hacer, y es ponerla en contacto con mi amigo Frank Malloy, quizá él pueda servirle de algo.
-Frank Malloy, el psicólogo? Lo recuerdo de nuestra boda, ya veo a dónde quieres llegar.
-Por eso le dije que viniera mañana a vernos, para ponerlos en contacto y que él la ayude a aliviar su dolor, que sepa que tiene a quien recurrir, para que vuelva a estar en paz consigo misma, y deje de mirar al mundo como si fuera algo horrible.
Mientras, Amanda, sola en su pequeño apartamento, asfixiada con la vida, había vuelto a caer presa del llanto, sin saber a quien recurrir ni como podrían ayudarle sin saber que hacer, solamente llorando, hasta que cayó presa del sueño. Un sueño inquieto, y salpicado de pesadillas, que aún así, se le antojaban más agradables que la realidad.