Margarita Chicaiza procedía de una familia noble venida a menos. Al morir el padre, tan sólo le quedaba ya la vieja mansión de la colina, y éste la había dividido entre sus dieciocho hijos.
Al hermano mayor le correspondió el salón de festejos, adornado con lámparas de fino cristal y cuadros de gran valor. Al segundo descendiente le tocó el comedor, con la enorme mesa de caoba y los candelabros de oro. El tercero sonrió cuando supo que había heredado la biblioteca, llena de volúmenes originales de un precio incalculable. Poco a poco se fueron acabando las habitaciones, y cuando le llegó el turno a Margarita, la más pequeña de todos, tan sólo quedaba la puerta de atrás.
–¡Qué suerte he tenido! –pensó ella, mientras el resto discutía sobre aquel reparto injusto–. He recibido la entrada que siempre me condujo a mis juegos.
NiñoCactus