Revista Literatura

La queja o la vida.

Publicado el 15 diciembre 2012 por Marga @MdCala

 

A simple vista y según la mayoría de opiniones y noticias, vivimos en un mundo hostil, desprovisto de generosidad, honestidad, inteligencia, cordura y felicidad. A simple vista.

 

Ocurre que una bomba, incluso un simple disparo, resultan atronadores ante los millones de besos y caricias que se producen a su mismo tiempo en todo el planeta. Que la noticia de un asesinato -terrible- ensordece nuestros oídos ante los numerosos “te quiero” que se reproducen en tantas otras partes de la tierra. Que la bondad diaria de los pequeños gestos y favores, es silenciosa por humilde. Que los suicidas -equivocados- son unos impacientes que prefieren infligirse el castigo que probablemente a todos nos aguarde antes o después, y que no son capaces de dejar el orgullo atrás y pedir la ayuda que les sacaría de ese pozo indeseable e injusto.

 

Pasa que es más fácil quejarse a bombo y platillo, que intentar buscar una solución a cada problema: dividirlo y vencerlo como la claridad mental nos dictaría, de tenerla. Sucede que es mejor culpar y condenar a la mujer de tu hermano por errores ajenos, aun cuando ello te prive de las mejores escenas de una vida futura. Resulta que nos empeñamos en ser ciegos -ciegos hijos de Saramago- que ven pero no miran…

 

Es la misma viga que tenemos tan incrustada en el ojo que ni notarla podemos, la que nos separa y limita a diario; bien de los demás, bien de las oportunidades, bien de nuestra mejor suerte. Ella -dura y férrea- nos recuerda que somos los mejores, los más acertados, los superiores frente a todos esos pobres desgraciados que no ven como nosotros. Con tantísima claridad…

 

Es la falta de autocrítica la que nos impide frenar en seco, asomarnos al espejo de las vanidades y reconocer que nos equivocamos aquí y allá, antes y después, ahora y más adelante. Poner coto al error y redibujar la vía que nos conducirá -bien lo sabemos- a un caminar más cómodo, justo y feliz, en el que ¡Oh, Señor! no tendremos necesidad de quejarnos por todo y de todos.

 

Pero es que en el fondo estamos a gusto en este recreo del lamento, a cubierto de exposiciones que delaten nuestra incapacidad, nuestra cobardía o nuestros numerosos defectos, y nos cuesta dar un paso más y colocarnos los zapatos del otro, tan etiquetado y tan apaleado por nosotros mismos, aunque luego nos coloquemos la medalla de benefactor del mes. Ah, hipocresía…

 

Disculpad por desahogarme de mí misma y de todos esos quejicas, meapilas, beatos con altavoces, vencidos, perdedores, negativos, gafes, derrotistas y cobardes que tanto daño hacen a diario con sus opiniones, comentarios, actuaciones y reproches. Vivir es una lucha, pero siempre merecerá la pena la batalla. No lo olvidéis. No lo olvidemos.

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Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.
Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.

Muere lentamente, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.

(PABLO NERUDA)

 


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