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La Rabia, de Albertina Carri (2008)

Publicado el 23 noviembre 2009 por Babel

La rabia, tercera película de la directora argentina Albertina Carri, es un trabajo  extraordinario y brutal sobre la vida rural y las gentes que forman parte de ella. Contada desde la perspectiva de una niña muda y de un adolescente obligado a ser adulto a edad muy temprana, arrasa con cualquier visión romántica o idílica que los urbanitas podamos albergar sobre la vida en el campo. Casi sin diálogos, porque la niña no habla, intercalando animaciones que salpican tinta negra y sangre sobre el fondo marrón y verde de la Pampa, muestra la violencia con que la pequeña percibe las relaciones entre adultos, obligados a entenderse y compartir para su supervivencia. Las escenas más violentas están rodadas con animales que recrean el sacrificio, a modo de metáfora, de manera tan grosera como despiadada (la película advierte, sin embargo, que ninguno estos animales sufrió daños). Carri habla de la imposibilidad, en un mundo de adultos, de ser y actuar como un niño. De cómo las personas, aisladas y forzadas a convivir  solas con la naturaleza adoptan comportamientos muchas veces tan irracionales y crueles como cualquier otro animal. El tema: la rabia, la crueldad que parece alberga el fondo de todo individuo, a la espera de romper las frágiles rendijas de la vida para desatarse camino de la oscura fatalidad.

La película se toma su tiempo para mostrarnos las relaciones entre cinco personajes. El pulso es lento, aparentemente nada sucede, pero desde los primeros minutos el genio de Carri crea una atmósfera de miedo y brutalidad tan densa que se palpa hasta en el recreo de las imágenes de la naturaleza (oscuras, bellísimas) o la simple realización de las tareas cotidianas.  Insistente, tranquila, plano a plano (nada es baldío), deslocalizada (no hay referencia alguna al lugar donde estamos), atemporánea, casi se podría decir que instintiva, nos hace adivinar que se desatará, tarde o temprano, lo inevitable. El chico golpea contra un árbol el saco que después vemos contiene un comadreja,  su mascota. La niña muda juega en el campo: le gusta quitarse la ropa y expresa mediante el dibujo su miedo y aquello que no puede hacer con palabras.  Asistimos a escenas de sexo explícito en una granja; sexo ajeno a cualquier tipo de romanticismo, a pelo, aderezado de correas o collares de los que se utilizan con los animales, sexo de violencia medida, pero suficiente. No se trata de una familia común, aunque es la primera impresión que se obtiene. A partir del sacrificio animal, la matanza del cerdo, una de las más agrias de la película, la venganza, la crueldad, el arrebato implacable encuentran el camino por donde colarse.

La niña y sus dibujos  marcan el ritmo y la temperatura de la película. Se  desnuda como si quisiese con ello deshacerse de todo cuanto detesta a su alrededor. A veces grita, grita tan fuerte como el animal al que degüellan ante la realidad que inevitablemente se le presenta. Y dibuja rayas y manchas con su lapicero que expresan todo cuanto no puede hacer con su voz. Los inquietantes dibujos de Nati hacen de detonador de las escenas más dramáticas y trágicas, de la fatalidad venidera. Violentas animaciones, de las que se encargó la misma Albertina Carri, añaden comprensión al espectador y señalan el tono en cada momento, actuando de catalizador para el acto final, único momento donde la música hard-rock sustituye los sonidos ambientales en la banda sonora.

En mi opinión, una de las películas más logradas de entre las que he tenido oportunidad de ver de lo que se ha dado a llamar nuevo cine argentino. Tiene algo, en el tratamiento del tema  que me recordó “Los santos inocentes”; el tempo y cómo están resueltos algunos planos (la comida campestre) traen a la memoria quizás “El Sur”, de Érice. Cine de arte y ensayo, pero volcado en su fin argumentativo, sin perder el norte del espectador:  Las dilatadas imágenes del entorno natural, el recreo de la cotidianidad, de la soledad o de los deseos se hacen como un todo integrador de la narración, sin fisura alguna. No existe el suspense como elemento narrativo. La rabia encuentra en la exploración de la naturaleza y de la vida en el campo su modo de expresión. Cinco personajes y cuanto les rodea en estado puro, casi primitivo. Sus relaciones de camaradería son sólo el telón que oculta la presión, tremenda y evidente. Es aquí donde el paisaje juega su papel protagonista. Sabemos que la crueldad se va a desatar, lo intuimos desde el primer plano de la película. Y esperamos inmóviles, mientras contemplamos secuencias brutales y a la vez maravillosas, que se desencadene la tragedia.


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