Aquí os dejo un relato presentado en el 2006 en el certamen de literatura MolaJoven… espero sea de vuestro agrado
LA REINA EN JAQUE
- “Ya no puedo escapar… te lo repito… te repito que ya no me queda ninguna salida… Todo se ha puesto demasiado difícil…” – melancólicas palabras pronunciadas por aquellos rosados labios bañados en aquel exquisito bourbon, lo cual los hacía aún más apetitosos.
- “No digas tonterías… siempre quedan soluciones… quiero ayudarte… déjame ayudarte… déjame…“
- “… No sé si quiero ayuda, no sé si merece la pena seguir huyendo, no sé si deseo luchar… es demasiado temprano para dejar de ser cobarde…” – apartó la mirada. Clavó sus pupilas sobre aquellas atractivas flores, las cuales no recuerdo cuando aparecieron… tampoco conseguía diferenciar su color, su aroma – “… y demasiado tarde para empezar a ser valiente…”
Sentados en aquel sofá, en aquel vanguardista sofá blanco reflejo de mis pasados años de felicidad, cuando aún era lo que siempre había soñado ser, cuando aún no había vendido mis sueños, cuando aún no había subyugado mis ideologías, cuando aún podía razonar, cuando aún creía que mi vida tenía algún sentido, cuando aún pertenecía a esta especie llamada humana.
Sentados uno frente al otro. Aquella tenue luz que iluminaba la estancia era lo suficientemente intensa como para hacerme recordar aquellas olvidadas sensaciones tiempo atrás: aquellos elixires emanados por sus ojos.
Serenamente se levantó… se acercó a la terraza y abrió la acristalada puerta corredera… pausadamente se acercó a aquel macetero, como en un paso nupcial tantas veces imaginado y ansiado, y arrancó una de aquellas indefensas flores. La contempló… su rostro publicó implícitamente una extraviada nostalgia. La resguardó firmemente entre sus manos, como si temiese que una inexistente ventisca la sustrajera… sustrajera lo que parecía ser la única posesión que le restaba. Aquellos pétalos eran los intrínsecos guardianes de sus dañadas emociones, de sus tumbados recuerdos, de su absorto ser nunca más encontrado.
Sentado, inmóvil, observando sus pausados movimientos… contemplando aquella tétrica bruma en la que estaba irremediablemente sumergida.
Intenté entonces recordar cómo ella había llegado a tal callejón, cómo había llegado hasta este frío habitáculo que muchos llamaban mi hogar.
Pero cierto es que era imposible recordarlo. No había vuelto a verla desde aquel día, desde aquel último día en este mismo lugar, donde aún sentía al despertar.
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Recuerdo… ¿cómo olvidarlo?… Una fría madrugada de abril. Dos cuerpos placientes dormían entrelazados en un mismo colchón.
Lentamente mis párpados se separaron, mis pupilas lentamente se incorporaron a su monótona labor… pero ahora observaban algo diferente, ahora se deleitaban… Junto a mí, enlazado conmigo, aquel acaramelado cuerpo desvestido que mostraba su inocente esencia… dos cuerpos… una sola unión.
Ella también despertó: lentamente abrió sus ojos, me miró, y sus ondulados labios presentaron su floreciente sonrisa… ¿cómo olvidarlo? Aquel momento quedó tatuado en mí. Deseé congelar aquella confrontación… sus ojos, los míos… su sonrisa, la mía… su mirada, la mía… nuestra complicidad: la suya, la mía.
Ahora más que nunca deseo haber podido congelar aquel momento para no tener que verla en este lamentable estado… su ánimo, su moral, su existencia.
Nos levantamos del engatusador descanso, seguidamente nos duchamos… yo a ella, ella a mí. Una fría madrugada de abril, un domingo cualquiera que nunca más volvería a serlo.
Preparé el desayuno… entre risas lo tomamos…
Aquella misma mañana debía entregar unos importantes documentos a un amigo, así que le dije que me esperara, que no tardaría. Ella, con insaciable apetito me besó y dijo: “Hasta ahora mismo, no tardes…”
¿Cómo tardar ante tal despedida?
Pero al volver ella ya no estaba… tampoco sus maletas. Una pequeña nota se refugiaba junto a un pequeño macetero: “Una inesperada llamada… lo siento. Un abrazo.”
¿Un abrazo? ¿Pero qué había pasado? La llamé al móvil una y otra vez, pero siempre permanecía apagado. Así pasaron los días… la busqué pero nadie sabía dónde se encontraba. Pasaron las semanas… incluso algunos meses…
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Ahora recuerdo cómo aparecieron aquellas flores… lo único que me quedó de ella junto a los recuerdos. Aquellos fueron los mismos pétalos que han captado ahora sus pupilas, los mismos que celosamente guarda entre sus debilitadas manos.
Fácil y barato el peaje desde la felicidad con ella a la furtiva soledad.
Entonces me miró. Extraño lo que ocurrió, extraña sensación… aquella mirada… despiadadamente se introdujo en mi hasta entonces inexpugnable retina, y pude ver lo que ella había visto, pude oír lo que ella había oído, pude sentir lo que ella había sentido…
Lo que entonces sentía… no podía ser descrito, no podía ser narrado… no debía ser contado.
En aquel momento una acuosa sustancia empezó lentamente a surgir desde mis lagrimales… eran lágrimas… eran mis lágrimas.
No recuerdo la última vez que sentí cómo mis lágrimas descendían por mis mejillas para nunca más volver a ascender, para nunca más poderse considerar una minúscula parte de mí.
Sabía ahora que no era aquella chica que sutilmente se acercó a mí en aquella cafetería irlandesa tanto tiempo atrás… Comprendí, desconozco cómo, los límites a los que había estado expuesta en esta larga ausencia.
Decidí entonces dejar de ofrecer mi ahora inútil ayuda… dejé de hablar, me levanté y, sólo entonces, me acerqué a ella.
La miré… me miró. Colocó sus tersas manos sobre mi espalda y su cabeza sobre mi hombro: me abrazó.
Su aroma se hospedaba de nuevo en mis torácicas cavidades. Su espumoso cabello castizo invadía mi rostro. Sus manos débilmente conseguían mantener este estrecho abrazo.
Pude sentir cómo sus ojos finalmente capitulaban y expulsaban aquellas saladas lágrimas, las cuales terminarían suicidándose al realizar ese último gran salto desde su rostro para terminar esparciéndose sobre mi camisa, filtrarse y morir finalmente en mi piel.
Sus manos ya no pudieron mantener este necesitado abrazo. Me miró, pero esta vez con aquellos, hasta entonces nunca vistos, humedecidos ojos.
Contempló mis labios… y los suyos siguieron la señalada dirección. Transportado a aquellos pasados y muy añorados días.
Separó sus labios y volvió a mirarme… esa expresiva mirada no quería descifrarla, pero ¿cómo engañarme? la conocía demasiado…
Sus acuosos labios perfilaron una sutil sonrisa…
Realizó su estrategia, supo defenderse, supo contraatacar, movió sabiamente sus fichas, pero su rival la aventajaba en experiencia… la reina ya estaba en jaque.
Apartó la mirada, suavemente se volvió sobre sí misma y se dirigió firmemente a la terraza.
Sabía lo que iba a suceder… pero no pude impedirlo… creo que tampoco hubiese querido impedirlo. No pude pronunciar palabra alguna y, inexplicablemente, la gravedad aumentó su atractiva fuerza sobre mi cuerpo.
Colocó sus pies sobre el escarchado acero, alzó la mirada al firmamento y dedicó su última visión terrenal a la lejana constelación de aquella mítica ave llamada Fénix… entonces saltó.
Había sucedido. Entonces pude moverme… entonces, abstraído totalmente, sin poder atrapar pensamiento alguno y sin poder cobijar acción alguna, tomé asiento en aquel frío sofá blanco…
No cambien de blog, mañana más
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