La retirada
Publicado el 12 agosto 2015 por RoggerJuro que no lo imaginé así.
Todo cambió cuando al dar las cinco de la mañana de aquél lunes ya habías cerrado tus ventanas tras colocar una subliminal foto alusiva a tu retirada. Lo tenías todo calculado, aunque para mal. Estabas poniendo el parche, y yo andaba muy lejos de imaginarte en esos trances.
Cuando lo inminente se comenzó a hacer realidad, tú optaste por un escape sin gloria. Es decir: ¡Cuando más imprescindibles eran tu valentía y coraje, te rendías al peor estilo!
¿Por qué ocultarte? ¿Por qué aislarte tras el muro de la incógnita? ¿Por qué fingir una desaparición pseudo gozosa?
¿No hubiera sido mejor mostrar una presencia decente y altiva frente a aquella mujer, a quien por mí conociste pero que aprendió a admirarte y quererte por tus méritos? ¿Por qué no comentar, ironizar, asentir, compartir cada nota o noticia de su periplo? ¿No imaginaste que preguntaría por ti?
Los amigos comunes deben seguir siéndolo siempre. Se llama ser civilizado. Ellos no tienen que pagar cuentas ajenas. Y más cuando se ha sembrado una historia de amor y admiración. Es cuestión de madurez.
Cuando llegó la hora todos lucían felices. También yo, que seguí colocándote los más rendidos epítetos y el mismo pedestal de siempre. Pero tú no estabas, ni real ni virtualmente. Me estrellé una y otra vez, cada día, contra tu inexcusable ausencia. Te escondiste como si hubieras cometido una traición, como si tuvieras algo de qué avergonzarte. Como si temieras alguna opinión adversa, alguna mirada acusadora. Como si el emplasto de tu altivez se hubiese derretido.
Sentí pena.
Siguieron pasando los días. Mientras yo te hacía soberana y valiente, tu desidia me desmentía; tu silencio alimentaba más sospechas. Mientras yo te pintaba elegante y audaz, y sustentaba mi orgullo de ti y tus talentos, tu ausencia multiplicaba el desconcierto.
Me hubiera gustado ver tu nombre saltando entre páginas y fotografías, entre eventos y acontecimientos. Leer tus comentarios, ver tu rostro diáfano y feliz, así fuera ajeno y lejano para mí ahora. Porque sigo admirándote.
Hubiera celebrado tu deliciosa desfachatez, como siempre lo hice. Pero no.
Tu estrella se apagó y desapareció en la oscuridad. Y, créeme que lo lamento, porque fue ese el mejor escenario para su brillo.
DE: EL JUEGO DE LA VIDA Copyright © 2015 de Rogger Alzamora Quijano