—¡¡A las barricadas!!
La puerta tardó en abrirse más de lo habitual. Ya dentro, pulsé el botón del decimoctavo, pero terminé irregularmente en el séptimo. Remarqué aquel, atónito, para terminar esta vez en el ático. Maldecía tales anomalías técnicas cuando una voz mecánica declaró, con virulencia, por los altavoces internos:
—¡¡A las barricadas!!
—¡¡A las barricadas!!