Biblioteca de Santiago nº1. Bueno bueno, ¡qué tenemos acá! Pensarán que estoy loco pero tenemos otra biblioteca pública desde la que pedir prestados libros y el momento en el que lo descubrí me sentí increíblemente feliz y entusiasmado, tanto que algunos pensarán que me conformo con poco pero oigan, qué le vamos a hacer, me gusta más ver estantes llenos de libros o dvd's que hitos turísticos repletos de gente. Mientras más libros/películas y menos gente, mejor. Como sea, damos inicio a esta nueva sección, la BDS como le llaman con cariño, de la mano de Stephen King, como no podía ser de otra manera. En realidad tenía otros planes pero ciertos problemas técnicos me llevaron a leer este libro de relatos largos (o novelas cortas) en primer lugar. Démosle.
Primero que todo me gustaría señalar que las cuatro historias que conforman este libro no son realmente de terror, al menos no en el sentido más convencional ni efectista del término. Podríamos decir que son historias que parten de premisas o ideas tétricas, sin duda, y también sombrías, aunque la atmósfera común es la del asombro, la de la perplejidad ante lo extraordinario, si bien los personajes son del todo menos pasivos ante los hechos que se les presentan. De hecho, más que terror al uso, King desarrolla los elementos tétricos más bien como metáforas o alegorías o abstracciones de asuntos muy concretos, figurativos y humanos, prestando mayor atención e importancia a sus implicancias morales o psicológicas que al mero efecto del susto, lo que, ahora que lo pienso, las hace historias de fantasía. Ya entraremos en detalles. Lo otro que me llamó la atención es la nostalgia que sobrevuela y/o flota subrepticiamente en torno a los relatos, una suerte de, mmm cómo decirlo, de extrañar o echar de menos un estilo o forma de vida largamente sepultado por el paso del tiempo y el avance de las modernidades, sobre todo las tecnológicas. O dicho de otro modo, pareciera que King intenta rememorar eras en donde era posible ser persona por sí mismo, sin depender o, peor, verse moldeado por las supuestas ventajas de aparatos tecnológicos como los teléfonos celulares. Es una especie de romanticismo, cierto, que el mismo King presenta con un toque de irónica ambigüedad, sabiendo que aunque sus observaciones puedan ser válidas e incluso ciertas, no deja de ser un burdo grito a las nubes. Sin embargo, el sentimiento se palpa.
Si seguimos el orden del índice, entonces comenzaremos hablando de El teléfono del señor Harrigan. Una historia de casi cien páginas en donde tenemos al King más reconocible y cómodo, en su salsa, y quizás por lo mismo, sin dar esa sensación de escribir en piloto automático. Es la historia de un muchacho, una rememoración del protagonista ya adulto mirando hacia su infancia y adolescencia, que vive con su viudo padre en uno de esos pueblitos con calles sin asfaltar y que resulta ser vecino de un magnate retirado tacaño y medio ermitaño que lo emplea como lector de libros, entre otras tareas domésticas. Tenemos, entonces, el cruce generacional entre este niño y el anciano. El cruce socioeconómico, entre este chico que es como mucho clase media y el ricachón del pueblo venido de las grandes ciudades con sus excéntricas costumbres. Tenemos amistad, tenemos maduración, tenemos mutuo aprecio y aprendizaje. Tenemos personajes sencillos pero lo suficientemente profundos, bien perfilados y construidos, con los que empatizas sin problema alguno. Tenemos el paso del tiempo, la vida dándote lecciones. Y tenemos el toque sobrenatural, que no revelaré porque además aparece bien entrado el relato, lo que a su modo confirma que esta historia en realidad trata de otras cosas, como un coming-of-age clásico de los de toda la vida que en este caso tiene esa suerte de prórroga sobrenatural que viene a decir, en el fondo, que hay que saber aceptar las cosas tal como vengan, aunque duela. Aprender a madurar, a saber despedirse. Es una historia bien agradable y simpática, logra su cometido.
La vida de Chuck es un caso bien curioso. Como curiosidad, Mike Flanagan hizo una adaptación cinematográfica de esta historia y yo estoy entre que comprendo y "veo" el pilar central de la adaptación y entre que no logro visualizar el concepto que sustente dicho film. Podría ser una película sólida, compacta en su coherencia interna, o bien podría ser un irregular aunque apreciable conjunto de escenas apenas unidas por un incierto hilo conductor. Por cierto, el relato anterior también tiene una adaptación, una colaboración entre los ilustres Netflix, John Lee Hancock y Ryan Murphy, ¿qué les parece?, algunos de los mayores vendedores de humo (de mierda) en el panorama audiovisual (no diré cinematográfico porque no lo son) actual. Y el trailer se ve tan soso, tan obvio, tan predecible.Como sea, La vida de Chuck, en orden temporal inverso, nos cuenta tres mini-historias: primero comenzamos con un llamativo e interesante fin de mundo, como si el mundo se estuviera apagando a sí mismo de manera inevitable, sumiendo a sus personajes en un desconcierto tan abismante como rutinario, como una pesadilla kafkiana o de Junji Ito, en el cual no les queda otra que intentar continuar con sus vidas a pesar de que todo parece irse al carajo (el internet, la electricidad... ¿pero es el fin del mundo sólo por no haber internet ni electricidad?). ¡Ah!, lo otro extraño es que en todos lados aparecen carteles felicitando a un tal Chuck, y nadie sabe quién demonios es ese Chuck y si acaso tiene algo que ver con todo este lánguido apocalipsis. Lo que más me gusta acá es la atmósfera de incertidumbre mezclada con toques de resignación y de optimismo, una mezcla bien evocadora y acogedora incluso, porque a pesar de la desesperación latente, por encima vibra cierto vitalismo enternecedor. Quizás sea uno de los segmentos más elegíacos y sutilmente tristes que King haya escrito.La segunda minihistoria es una deliciosa y encantadora escena que es como una liberación, una celebración de la vida que tenemos agazapada en nuestro interior, acaso ahogada por las circunstancias. No hay mucho que decir, salvo dejarse llevar, porque de eso se trata este segmento: olvidar, maldita sea, aunque sea por un instante, el gris presente y lanzarse de lleno a esos milagrosos refugios intemporales que ofrece la vida en donde nada importa salvo la vida que te recorre el cuerpo.La tercera mini-historia, interesante y efectiva, es la que me causa ciertos conflictos. Puede que de tono, pero no tanto. Quizás más de fondo, de sustancia, de idea. Es la historia de Chuck siendo un niño creciendo con sus abuelos, así que tenemos eso otra vez, y otra vez tenemos la presencia de un elemento sobrenatural que, tal como en la historia anterior, no es un elemento agresivo; es tétrico, es un arma de doble filo, pero no muerde. Tiene algo de esa atmósfera melancólica, de esa encantadora ternura propia de King, pero... yo diría que es una mini-historia que funciona por sí misma, no sé si en consonancia con las otras dos. No sé si sea el cierre ideal para lo que se comenzaba desde el inicio, que comprenderán es el fin de Chuck, ese es el tránsito: comenzando desde las postrimerías de su vida hasta su temprana niñez.Digamos que los dos primeros segmentos son un poco sobre esa plácida amargura propia de toda persona que tuvo que conformarse con la vida que lleva, que puede ser buena pero no feliz, no la que soñó, ese conflicto interno. ¿Pero de niño? No sé si mostrarlo siendo un niño, y con ese elemento sobrenatural no muy poético ni narrativamente poderoso (aunque elocuente a su manera), haya sido lo más adecuado. ¿Cuál sería la lección de este segmento? ¿Que la muerte existe, que es una certeza, que a todos nos llega nuestra hora? Está claro. ¿Era esa la idea base de los dos primeros segmentos? No me cuadra. Lo he estado pensando un poco más y creo que va por el ánimo: las dos primeras mini-historias rebosan una espontaneidad vital pero también narrativa; la tercera se siente muy calculada y teledirigida, muy típicamente King y no tan liberadamente King como en las mini-historias previas.En fin, podría seguir así mucho rato, no llego a decidirme aún. De las notas del autor al final se intuye que ni el mismo King estaba muy convencido de la coherencia total de los tres segmentos juntos.
La sangre manda. En Bibliometro me había pedido Holly y por ahí King mencionaba que dicha novela es una continuación directa de La sangre manda, a la sazón la razón que me empujó a recurrir a la BDS. Acá tenemos otra historia protagonizada por Holly Gibney, uno de esos personajes que uno aprende a querer con locura (se nota que el mismo King la quiere un montón, y cómo no, si es tremendo personaje) y que en este caso debe enfrentar sola a otra de esas criaturas sobrenaturales que recorren Estados Unidos causando males y alimentándose de las desgracias ajenas. Como alegoría funciona muy bien, ciertamente: ¿en qué se diferencia realmente este otro visitante de los demás seres humanos que lastiman a otros seres humanos y que por momentos parecen alimentarse, morbosos como son, de las desgracias ajenas? La respuesta es obvia: en que no somos inmortales ni cambiamos de rostro, pero el punto es elocuente a rabiar. Esta historia, que para mí es una novela (casi 200 páginas, ¡dah!), no sólo resulta sumamente entretenida de seguir, amén de su atractiva intriga (el sendero desde las sospechas hasta las investigaciones y las terribles certezas está narrado con pulso y misterio) y de su consecuente desarrollo argumental (que al final tiene un poco de esos "problemas forzosos", esos problemas que salen de la nada, que le gusta incluir a King para que la cosa se ponga más emocionante supongo, aunque nada muy terrible ni burdo, a fin de cuentas es la tónica de estos personajes el meterse solitos en problemas), pero además me recuerda a ese King riguroso en su examen y creación de personajes, de atmósferas, de espacios, de trasfondos y subhistorias, de emociones, de personalidades... Digamos que Holly Gibney no sólo debe enfrentar a esta criatura sobrenatural, sino que de paso debe hacer frente a todas las complicaciones (familiares, profesionales, emocionales, etc.) que la vida le va poniendo por delante, que es algo en lo que King, cuando quiere, brilla sin esfuerzo: hacer confluir lo terrorífico/sobrenatural con lo humano, lo realista, lo social, porque el miedo y la violencia es transversal y toma diferentes formas. Un relato tan plot-driven como character-driven, para emplear términos gringos, que queda perfecto: el justo y pleno equilibrio entre esa atmósfera densa y penumbrosa de El visitante y la prosa más tendiente a la acción-descripción frenética.Será por lo conciso. Que King le haya dedicado 200 páginas a esta historia parece haber jugado a su favor enormemente.
La rata. Acá tenemos otra historia en donde el elemento natural tarda en aparecer y, más que una herramienta para causar sustos (aunque es inquietante y da mal rollo, eso de seguro), puede entenderse como una representación o de la fatalidad o, no lo sé, de la culpabilidad y esa clase de fantasmas que a uno siempre lo acechan cuando ciertas cosas salen mal y no dejas de pensar en que si fue tu culpa o si pudiste haber hecho tal o cual cosa para evitarlo. Nuestro protagonista es un profesor universitario que esporádicamente escribe, siempre cuentos porque la novela no se le da bien y de hecho la escritura misma es un suplicio para él. Sin embargo, una idea ha acudido a su cabeza y tiene que escribirla sí o sí, lo presiente, lo siente en sus entrañas. Así que se va a la cabaña familiar de su fallecido padre, curiosamente ubicada en el TR-90, que es la zona donde ocurre la desaprovechada Un saco de huesos. Demás está decir que la estancia en la cabaña no será ni ideal ni idílica, a fin de cuentas la creación de toda obra narrativa es una lucha, y todo se unirá para medrar su ánimo: los obstáculos mentales, los obstáculos de la naturaleza, los familiares, en fin ya se imaginan, con el consabido colofón del elemento sobrenatural.Una historia muy entretenida que además indaga bien en los inquietantes y ansiosos estados de la mente, sobre todo cuando le llega el pánico, además de iluminar un poco el sendero de la creación y agregar deliciosamente otra historia dentro de esta historia, es decir la novela que el protagonista intenta escribir, que por cierto es un western.
Por último, como pueden ver, parece que en la BDS no usan las fichas bibliográficas. Una tradición distinta, sin duda. Una tradición menos.