Revista Literatura

La selva

Publicado el 23 marzo 2011 por House

La selva, como cualquier otro orden natural existente, tiene unas reglas y una normativa interna, que se debe respetar de forma escrupulosa. De lo contrario, sus pobladores saben que pueden tener problemas, e incluso perder la vida. Para los habitantes de la selva es indiscutible quién es el rey, y, por tanto, quién establece las leyes internas. Nadie que sea medianamente inteligente pondrá en evidencia al rey porque, en tal caso, éste se hará respetar de forma natural. No obstante, siempre hay especies torpes que buscan su protagonismo personal y violan estas normas. Al final, sus últimos estertores resultan de lo más sanguinario y cruel. La vida, en la selva y afuera, no se queda con nada propio. A cada uno le da su recompensa en favor de su esfuerzo, tesón, trabajo e inteligencia.Así, cuando los antílopes se creen que en la selva vale todo, y los dominios del rey león y de su familia son públicos, éste le muestra la mejor y más brillante de sus fauces mientras regala a su prole unos manjares más que exquisitos. Las cebras acaban de igual forma que los antílopes cuando se meten en lodazales ajenos. Las víboras, a pesar de reptar, tampoco pueden saltarse a la tolera el orden establecido porque saben que una dentellada de la fiera puede traerle consecuencias poco agradable. Reptan y escupen veneno, porque no saben hacer otra cosa, de forma continua. Son tan despreciables como depravados, a pesar de sus propias cataratas de egolatría narcisista patológica. Y un día se tropiezan con la manada y su veneno no les sirve para nada. Las hienas, a pesar de ser despreciables, tienen cuidado en sus actuaciones y movimientos. Saben que de ellos no sólo depende su supervivencia y la de los suyos, sino su propia existencia. Pero la naturaleza es muy sabia y las ha dotado de olfato tremendamente ágil que les permite detectar a gran distancia la presencia de un animal muerto en fase de descomposición. Sin embargo, esta cualidad sirve de poco cuando su torpeza endémica y nauseabunda les empuja a cometer fechorías en territorio felino. Podría citar muchos más ejemplos de especies que, a pesar de su brío, saben que dentro de la selva siempre hay que respetar al rey y su espacio. No obstante, y a pesar de que continuamente quién viola esta normativa paga un elevadísimo peaje, siempre existe, y existirá, aquel animal torpe que, desde la vanidad y el engreimiento más profundos, intenta crear su propio espacio importándole poco las reglas de la casa. Malos tiempos corren para ellos; vientos desapacibles y rudos soplan en su contra porque la naturaleza, insisto, es muy sabia y no se queda con nada que no sea propio. En la selva, a ninguna especie se le pasa por la cabeza crear su propio territorio privado porque sabe que está condenado, de entrada, al ostracismo más cierto. También, al fracaso más notable. Y además más pronto que tarde.Hienas, cebras, antílopes, víboras y otras especies tienen los días contados si pretenden imponer su criterio por encima del ya instituido. Juegan con fuego y terminan quemándose en sus propios egos, vanidades y narcisismo. Se les augura un pésimo futuro. En la selva, quién no respeta, termina siendo festin para los demás. Esta ley natural se venera se quiera o no, se entienda o no, se comparta o no. Para el rey, todos estos condicionantes de los demás son pura bagatela. Una falta de respeto a él o a su territorio puede ser solventada con el más elevado de los peajes que cualquier especie pueda creer: su propia vida.Y es que, amigos, el rey, paciente, relajado, atento a cuánto acontece en su entorno más inmediato y en el de los suyos, sabe que sólo tiene que esperar para que cualquier hiena, cebra, antílope, o víbora meta la pata. Le bastará con incorporarse solemnemente y caminar unos pasos para empezar a degustar un exquisito banquete, fruto de la torpeza, la cobardía, el narcisismo y la ineptitud epidémicas de quién no ha respetado las reglas del juego.

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