La doncella manca
Si un cuento es la semilla, nosotras somos su tierra. El simple hecho de escuchar el cuento nos permite vivirlo como si fuéramos la heroína que, al final, sufre un tropiezo o alcanza la victoria. Si nos cuentan una fábula de una loba, nos pasamos algún tiempo vagando por ahí y sabiendo las cosas que sabe una loba. Si el cuento gira en torno a una paloma que al final encuentra a sus crías, sentimos durante algún tiempo que algo se mueve detrás de nuestro pecho cubierto de plumas. Si el cuento se refiere a la perla sagrada que se arranca de las garras del noveno dragón, al término del relato nos sentimos agotadas y rebosantes de satisfacción. El solo hecho de escuchar la narración de un cuento nos llena de auténtica sabiduría.
Es lo que los junguianos llaman la “participación mística” —un término forjado por el antropólogo Levy—Bruhl— en referencia a una relación en la que “una persona no puede establecer ninguna distinción entre sí misma y el objeto que contempla”. Los freudianos lo llaman “identificación proyectiva”. Los antropólogos lo denominan a veces “magia comprensiva”. Todas estas denominaciones se refieren a la capacidad de la mente de separarse transitoriamente de su ego y fundirse con otra realidad, es decir, otra manera de entender, otra forma de comprensión. Para las sanadoras de mi herencia significa la experimentación y el aprendizaje de ideas por medio de un estado mental orante o extraordinario y la aplicación de las percepciones y los conocimientos adquiridos en tales circunstancias a la realidad consensual (1).El cuento de “La doncella manca” es muy curioso y en sus distintas capas se pueden distinguir las huellas de las antiguas religiones nocturnas. El cuento está estructurado de tal manera que las oyentes participan en las pruebas de resistencia a que se somete la heroína, pues es tal su amplitud que se tarda mucho rato en contarlo y más rato todavía en asimilarlo. Por regla general, lo cuento en siete noches y, a veces, según el tipo de oyentes, en siete semanas y ocasionalmente en siete meses, dedicando una noche, una semana o un mes a cada tarea del cuento, y con razón.
El cuento nos conduce a un mundo que se encuentra más allá de las raíces de los árboles. Desde esa perspectiva vemos que “La doncella manca” ofrece material suficiente para todo el proceso vital de una mujer. Gira en buena parte en torno a los viajes de la psique de una mujer. A diferencia de otros relatos que hemos examinado en este libro en los que se nos narra una actividad determinada o un aprendizaje determinado que se produce a lo largo de unos días o unas semanas, “La doncella manca” abarca un viaje de muchos años de duración, el viaje de toda la vida de una mujer. Por consiguiente, se trata de algo muy especial, por lo que un buen ritmo para asimilarlo consiste en sentarnos a leerlo con nuestra Musa, estudiando sus distintos componentes a lo largo de un prolongado período de tiempo.
“La doncella manca” trata de la iniciación de las mujeres en la selva subterránea por medio del rito de la resistencia. La palabra “resistencia” puede interpretarse como la capacidad de “seguir adelante sin desmayo” y, aunque ello constituye a veces una parte de las tareas que se ocultan detrás del cuento, el término significa también “endurecimiento, robustecimiento y fortalecimiento” y ésta es la principal fuerza propulsora del cuento y el rasgo generativo de la larga vida psíquica de una mujer. No seguimos adelante porque sí. La resistencia significa que estamos haciendo algo importante.
La enseñanza de la resistencia se produce en toda la naturaleza. Cuando nacen los lobeznos, las almohadillas de sus zarpas son tan suaves como la arcilla. Y sólo se endurecen gracias a los paseos, vagabundeos y caminatas que les obligan a hacer sus progenitores. De esta manera pueden encaramarse y saltar sobre la afilada grava, las purizantes ortigas e incluso los vidrios rotos sin lastimarse.
He visto a madres lobas sumergir a sus cachorros en las corrientes más frías que se pueda imaginar, correr hasta casi derrengar y agotar al cachorro y seguir corriendo a pesar de todo. Lo hacen para fortalecer a su dulce y pequeña criatura, para aumentar su vigor y su elasticidad. En la mitología, la enseñanza de la resistencia es uno de los ritos de la Gran Madre Salvaje, el arquetipo de la Mujer Salvaje. Es su eterno ritual para fortalecer a sus crías. Es ella la que nos fortalece y nos hace poderosas y resistentes.
Pero ¿dónde tiene lugar este aprendizaje, dónde se adquieren estas cualidades? En La selva subterránea, el mundo subterráneo de la sabiduría femenina. Es un mundo salvaje que se encuentra debajo de éste, debajo del mundo percibido por el ego. Durante nuestra estancia allí se nos infunde el lenguaje y la sabiduría instintiva. Desde aquel privilegiado punto de observación comprendemos lo que no es tan fácil comprender desde el punto de vista del mundo de arriba.
La doncella del cuento efectúa varios descensos. Cuando termina una tanda de descenso y transformación empieza otra. Todas las tandas alquímicas se completan con una nigredo, una pérdida, una rubedo, un sacrificio, y una albedo, una iluminación, una detrás de otra. El rey y la madre del rey tienen una tanda cada uno. Todos estos descensos y estas pérdidas, estos hallazgos y fortalecimientos, representan la iniciación a lo largo de toda la vida de la mujer en la renovación de lo salvaje. En distintas partes del mundo “La doncella manca” se llama “Manos de plata”, “La novia manca” y “El vergel”. Los folcloristas han contado más de cien versiones del relato. El núcleo de la versión literaria que yo reproduzco aquí me lo proporcionó mi tía Magdalena, una de las grandes trabajadoras del campo y la granja de mi infancia. Otras variaciones circulan por toda la Europa oriental y central. Pero, en realidad, la profunda experiencia femenina que se oculta detrás del cuento está en cualquier lugar donde se sienta el anhelo de la Mujer Salvaje.
Mi tía Magdalena tenía una manera muy taimada de narrar cuentos. Pillaba a sus oyentes desprevenidos, empezando a contar un cuento de hadas con un “Eso ocurrió hace diez años”, y entonces contaba una historia de la época medieval, con sus caballeros, sus fosos de castillo y demás. 0 decía “Había una vez, justo la semana pasada” y soltaba un cuento de la época en que los seres humanos aún iban desnudos.
He aquí por tanto la antigua—moderna “Doncella manca”.
_____________________________________________ Había una vez, hace unos días, el hombre que vivía camino abajo aún poseía una enorme piedra que molía el trigo de los aldeanos y lo convertía en harina. El molinero estaba pasando por una mala época, pues sólo le quedaba la áspera y enorme muela que guardaba en un cobertizo y un precioso manzano florido que crecía detrás de éste.
Un día en que se fue al bosque con su hacha de plateado filo para cortar leña, apareció un extraño viejo de detrás de un árbol.
—No hace falta que te atormentes cortando leña —graznó el viejo—. Te cubriré de riquezas si me das lo que hay detrás de tu molino.
“¿Y qué otra cosa hay detrás de mi molino sino el manzano florido?”, se preguntó el molinero, que aceptó el trato del viejo.
—Dentro de tres años vendré a llevarme lo que es mío —dijo el forastero soltando una carcajada mientras se alejaba renqueando entre los árboles.
El molinero se tropezó con su mujer por el camino. Había huido a 1 toda prisa de la casa con el delantal volando al viento y el cabello alborotado.
—Esposo mío, al dar la hora apareció en la pared de nuestra casa un soberbio reloj, nuestras rústicas sillas fueron sustituidas por otras tapizadas de terciopelo, en nuestra pobre despensa abundan las piezas de caza y nuestras arcas y cajas están llenas a rebosar. Te suplico que me digas cómo ha podido suceder tal cosa.
Justo en aquel momento unas sortijas de oro aparecieron en sus dedos y su cabello quedó recogido con una diadema dorada.
—¡Oh! —exclamó el molinero, contemplando con asombro cómo su pobre jubón se transformaba en una prenda de raso. Ante sus ojos sus zuecos de madera con los desgastados tacones se convirtieron en unos espléndidos zapatos—. Eso es obra del forastero —dijo con la voz entrecortada por la emoción—. En el bosque me tropecé con un hombre muy extraño vestido de negro que me prometió riquezas sin cuento si yo le daba lo que hay detrás del molino. Ya plantaremos otro manzano, esposa mía.
—¡Oh, esposo mío! —gimió la mujer, mirándole como si acabaran de asestarle un golpe mortal—. El hombre vestido de negro era el demonio y es cierto que lo que hay detrás del molino es un árbol, pero ahora nuestra hija también está allí, barriendo el patio con una escoba de ramas de sauce.
Los desconsolados padres regresaron a toda prisa a casa derramando amargas lágrimas sobre sus ricos ropajes. Su hija se pasó tres años sin encontrar marido a pesar de que su carácter era tan dulce como las primeras manzanas primaverales. El día en que el demonio acudió a buscarla, la joven se bañó, se vistió con una túnica blanca y permaneció de pie en el centro del círculo de tiza que había trazado a su alrededor. Cuando el demonio alargó la mano para agarrarla, una fuerza invisible lo arrojó al otro lado del patio.
—No tiene que volver a bañarse —gritó el demonio—, de lo contrario, no podré acercarme a ella.
Los padres y la hija se asustaron. Pasaron varias semanas en cuyo transcurso la hija no se bañó, por cuyo motivo tenía todo el cabello pegajoso, las uñas orladas de negro, la piel grisácea y la ropa tiesa y ennegrecida a causa de la suciedad.
Cuando la doncella más parecía una bestia que una persona, el demonio regresó. Pero la joven rompió a llorar con desconsuelo. Las lágrimas se filtraron a través de sus dedos y le bajaron por los brazos hasta tal extremo que sus mugrientos brazos y sus manos quedaron tan blancos y limpios como la nieve. El demonio se enfureció.
—Hay que cortarle las manos, de lo contrario, no podré acercarme a ella.
El padre se horrorizó.
—¿Quieres que le corte las manos a mi propia hija?
—Todo lo que hay aquí morirá, tú, tu mujer y todos los campos hasta donde alcanza la vista —rugió el demonio.
El padre se asustó tanto que obedeció y, suplicándole a su hija que lo perdonara, empezó a afilar el hacha de plateado filo. La hija se sometió a su voluntad diciendo:
—Soy tu hija, haz lo que tengas que hacer.
Y lo hizo, pero, al final, nadie pudo decir quién gritó más de dolor, si la hija o el padre. Así terminó la vida de la muchacha tal y como ésta la había conocido hasta entonces.
Cuando regresó el demonio, la joven había derramado tantas lágrimas que los muñones de sus brazos volvían a estar limpios y el demonio fue arrojado al otro lado del patio cuando trató de agarrarla. Soltando unas maldiciones que provocaron una serie de pequeños incendios en el bosque, desapareció para siempre, pues había perdido el derecho a reclamar la propiedad de la muchacha.
El padre había envejecido cien años y la madre también. Como auténticos habitantes del bosque que eran, siguieron adelante de la mejor manera posible. El anciano padre le ofreció a su hija un espléndido castillo y riquezas para toda la vida, pero ella le contestó que más le valía convertirse en una mendiga y buscarse el sustento en la caridad del prójimo. Así pues, la joven se envolvió los muñones de los brazos en una gasa limpia y, al rayar el alba, abandonó la vida que había conocido hasta entonces.
Anduvo y anduvo. El sol del mediodía hizo que el sudor le dejara unos surcos de mugre en el rostro. El viento le despeinó el cabello hasta dejárselo convertido en una especie de nido de cigüeñas con las ramas enroscadas en todas direcciones. En mitad de la noche llegó a un vergel real, donde la luna iluminaba todos los frutos que colgaban de los árboles.
Pero no podía entrar porque el vergel estaba rodeado por un foso de agua. Cayó de rodillas, pues se moría de hambre. Un espíritu vestido de blanco se le apareció, cerró una de las compuertas y el foso se vació.
La doncella caminó entre los perales y comprendió que cada una de aquellas preciosas peras estaba contada y numerada y que, además, todas estaban vigiladas. Pese a ello, una rama se inclinó con un crujido para que la muchacha pudiera alcanzar el delicioso fruto que colgaba de su extremo. Ésta acercó los labios a la dorada piel de la pera y se la comió bajo la luz de la luna con los brazos envueltos en gasas y el cabello desgreñado cual si fuera una figura de barro, la doncella manca.
El hortelano lo vio todo, pero intuyó la magia del espíritu que protegía a la doncella y no intervino. Cuando terminó de comerse la pera, la joven cruzó de nuevo el foso y se quedó dormida al abrigo del bosque.
A la mañana siguiente se presentó el rey para contar sus peras. Descubrió que faltaba una y, mirando arriba y abajo, no logró encontrar el fruto perdido.
—Anoche dos espíritus vaciaron el foso —le explicó el hortelano—, entraron en el vergel a la luz de la luna y uno de ellos que era manco se comió la pera que la rama le ofreció.
El rey dijo que aquella noche montaría guardia. En cuanto oscureció, se fue al vergel con su hortelano y su mago, que sabía hablar con los espíritus. Los tres se sentaron debajo de un árbol e iniciaron la vigilancia. A medianoche apareció la doncella flotando por el bosque, envuelta en sucios andrajos, con el cabello desgreñado, el rostro tiznado de mugre y los brazos sin manos, en compañía del espíritu vestido de blanco.
Ambos entraron en el vergel de la misma manera que la primera vez. Un árbol volvió a inclinar amablemente una de sus ramas hacia ella y la joven se comió la pera de su extremo.
El mago se acercó a ellos, aunque no demasiado, y les preguntó:
—¿Sois de este mundo o no sois de este mundo?
—Yo era antes del mundo, pero no soy de este mundo.
—¿Es un ser humano o es un espíritu? —le preguntó el rey al mago.
El mago le contestó que era lo uno y lo otro. Al rey le dio un vuelco el corazón y, corriendo hacia ella, exclamó:
—No te abandonaré. A partir de este día, yo cuidaré de ti.
En su castillo le mandó hacer unas manos de plata que le acoplaron a los brazos. Y así fue como el rey se casó con la doncella manca.
A su debido tiempo el rey tuvo que combatir una guerra contra un reino lejano y le pidió a su madre que cuidara de la joven reina, pues la amaba con todo su corazón.
—Si da a luz un hijo, envíame inmediatamente un mensaje.
La joven reina dio a luz una preciosa criatura y la madre del rey envió un mensajero al soberano para comunicarle la buena nueva. Pero, por el camino, el mensajero se cansó y, al llegar a un río, se sintió cada vez más soñoliento hasta que, al final, se quedó completamente dormido a la orilla de la corriente. El demonio apareció por detrás de un árbol y cambió el mensaje por otro en el que se decía que la reina había dado a luz una criatura que era medio persona y medio perro.
El rey se horrorizó al leer el mensaje, pero envió un mensaje de respuesta en el que transmitía su amor a la reina y ordenaba que cuidaran de ella en aquella terrible prueba. El muchacho que llevaba el mensaje llegó nuevamente al río y, sintiéndose tan pesado como si hubiera participado en un festín, no tardó en volver a quedarse dormido a la orilla del agua. Entonces apareció de nuevo el demonio y cambió el mensaje por otro que decía “Matad a la reina y a la criatura”.
La anciana madre se turbó ante la orden de su hijo y envió a otro mensajero para confirmarla. Los mensajeros fueron y vinieron, todos ellos se quedaron dormidos junto al río y el demonio fue cambiando sus mensajes por otros cada vez más terribles hasta llegar al último que decía “Conservad los ojos y la lengua de la reina como prueba de su muerte”.
La anciana madre no pudo soportar la idea de matar a la joven y dulce reina. En su lugar, sacrificó una paloma, le arrancó los ojos y la lengua y los guardó. Después ayudó a la joven reina a sujetarse la criatura al pecho, la cubrió con un velo y le dijo que huyera para salvar su vida. Ambas mujeres lloraron y se despidieron con un beso.
La joven reina anduvo hasta llegar al bosque más grande y frondoso que jamás en su vida hubiera visto. Lo recorrió en todas direcciones tratando de encontrar un camino. Cuando ya estaba oscureciendo, se le apareció el espíritu vestido de blanco y la guió hasta una humilde posada que regentaban unos bondadosos habitantes del bosque. Otra doncella vestida de blanco la acompañó al interior de la posada y la llamó por su nombre. La criatura fue depositada en una cuna.
—¿Cómo sabes que soy una reina? —le preguntó la doncella manca.
—Nosotros los que vivimos en el bosque sabemos estas cosas, mi reina. Ahora descansa.
La reina permaneció siete años en la posada, viviendo feliz con su hijo. Poco a poco le volvieron a crecer las manos, primero como las de una criatura, tan sonrosadas como una perla, después como las de una niña y finalmente como las de una mujer.
Entretanto, el rey regresó de la guerra y su anciana madre le preguntó, mostrándole los ojos y la lengua de la paloma:
—¿Por qué me hiciste matar a dos inocentes?
Al enterarse de la horrible historia, el rey se tambaleó y lloró con desconsuelo. Al ver su dolor, su madre le dijo que aquellos eran los ojos y la lengua de una paloma y que había enviado a la reina y a la criatura al bosque.
El rey juró que no comería ni bebería y viajaría hasta los confines del mundo para encontrarlos. Se pasó siete años buscando. Las manos se le ennegrecieron, la barba se le llenó de pardo moho como el musgo y se le resecaron los enrojecidos ojos. Durante todo aquel tiempo no comió ni bebió, pero una fuerza superior a él lo ayudaba a vivir.
Al final llegó a la posada que regentaban los habitantes del bosque. La mujer vestida de blanco lo invitó a entrar y él se acostó, pues estaba muy cansado. La mujer le cubrió el rostro con un velo y él se quedó dormido. Mientras permanecía sumido en un profundo sueño, su respiración hinchó el velo y, poco a poco, éste le resbaló del rostro. Al despertar vio a una hermosa mujer y a un precioso niño mirándole.
—Soy tu esposa y éste es tu hijo —dijo la mujer.
El rey quería creerla, pero vio que la mujer tenía manos.
—Gracias a mi esfuerzo y a mis desvelos me han vuelto a crecer las manos —añadió la joven.
La mujer vestida de blanco sacó las manos de plata del arca donde éstas se guardaban como un tesoro. El rey se levantó, abrazó a su esposa y a su hijo y aquel día hubo gran júbilo en el bosque.
Todos los espíritus y los moradores de la posada celebraron un espléndido festín.
Después, el rey, la reina y el niño regresaron junto a la anciana madre, celebraron una segunda boda y tuvieron muchos hijos, todos los cuales contaron la historia a otros cien, que a su vez la contaron a otros cien, de la misma manera que tú eres una de las otras cien personas a quienes yo la estoy contando. _________________________________________ La primera fase: El trato a ciegas En la primera fase del cuento, el ávido y sugestionable molinero hace un trato desventajoso con el demonio. Creía enriquecerse pero descubre demasiado tarde que el precio será demasiado alto. Pensaba que cambiaba su manzano por la riqueza pero descubre en su lugar que ha entregado su hija al demonio.
En la psicología arquetípica, opinamos que todos los elementos de un cuento son descripciones de los aspectos de la psique de una sola mujer. Por consiguiente, a propósito de este cuento, nosotras como mujeres tenemos que preguntarnos al principio “¿Qué trato desventajoso hacen todas las mujeres?”.
Aunque demos distintas respuestas según los días, hay una respuesta constante en la vida de todas las mujeres. Por más que no queramos reconocerlo, el peor trato de nuestra vida es siempre el que hacemos cuando perdemos nuestra sabia vida profunda a cambio de otra mucho más frágil; cuando perdemos los dientes, las garras, el tacto y el olfato; cuando abandonamos nuestra naturaleza salvaje a cambio de una promesa de riqueza que, al final, resulta vacía. Como el padre del cuento, hacemos este trato sin darnos cuenta de la tristeza, el dolor y el trastorno que nos provocará.
Podemos ser muy hábiles en nuestra actuación exterior, pero casi todas las mujeres, a poca ocasión que tengan, optan al principio por cerrar un trato desventajoso. La concertación de este espantoso trato constituye una enorme y significativa paradoja. Aunque el hecho de no saber elegir se podría considerar un acto patológico de autodestrucción, con mucha frecuencia constituye un acontecimiento decisivo que lleva aparejada una amplia oportunidad de volver a desarrollar la naturaleza instintiva. En este sentido, aunque haya pérdida y tristeza, el trato desventajoso, como el nacimiento y la muerte, es una útil caída del acantilado proyectado por el Yo para introducir a una mujer en las profundidades de su naturaleza salvaje. La iniciación de la mujer empieza con el trato desventajoso que hizo mucho tiempo atrás cuando estaba todavía medio dormida. Eligiendo lo que a ella le parecía una riqueza, cedió a cambio el dominio sobre algunas y, a menudo, todas las partes de su apasionada y creativa vida instintiva. El sopor de la psique femenina es un estado muy parecido al sonambulismo. En su transcurso caminamos y hablamos pero estamos dormidas. Amamos y trabajamos pero nuestras opciones revelan la verdad acerca de lo que nos ocurre; las facetas voluptuosas, inquisitivas, buenas e incendiarias de nuestra naturaleza no están plenamente despiertas.
Éste es el estado de la hija del cuento. Es una criatura encantadora, una inocente. Pero podría pasarse la vida barriendo el patio de atrás del molino —hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás— sin desarrollar jamás la conciencia. Su metamorfosis carece de metabolismo.
El cuento empieza por tanto con la involuntaria pero profunda traición de lo joven femenino, de lo inocente (2). Se puede decir que el padre, símbolo de la función de la psique que debería guiarnos en el mundo exterior, en realidad ignora por completo la actuación en tándem del mundo exterior y el mundo interior. Cuando la función paterna de la psique desconoce las cuestiones del alma, fácilmente se nos traiciona. El padre no comprende una de las cosas más esenciales que median entre el mundo del alma y el mundo material, a saber, que muchas cosas que se nos ofrecen no son lo que parecen a primera vista.
La iniciación en esta clase de conocimiento es la iniciación que ninguna de nosotras desea, a pesar de ser la única por la que todas pasamos más tarde o más temprano. Muchos cuentos —”La bella y la bestia”, “Barba Azul”, el “Roman de Renart”— empiezan con un padre que pone en peligro a su hija (3). Sin embargo, en la psique de la mujer, aunque el padre cometa el error de cerrar un trato letal porque ignora por completo la existencia del lado oscuro del mundo inconciente, el terrible momento marca un dramático comienzo para ella: la cercanía de la conciencia y la perspicacia.
Ningún ser sensible de este mundo puede conservar eternamente la inocencia. Para poder prosperar, nuestra naturaleza instintiva nos induce a enfrentarnos con el hecho de que las cosas no son lo que a primera vista parecen. La salvaje función creativa nos impulsa a conocer los múltiples estados del ser, la percepción y el conocimiento. Éstos son los múltiples conductos a través de los cuales nos habla la Mujer Salva)e. La pérdida y la traición son los primeros y resbaladizos pasos de un largo proceso de iniciación que nos arroja a la selva subterránea. Allí, a veces por primera vez en nuestra vida, se nos ofrece la ocasión de darnos de narices contra los muros que nosotras mismas hemos levantado y, en su lugar, aprender a traspasarlos.
Aunque en la sociedad moderna se suele pasar por alto la pérdida de la inocencia de una mujer, en la selva subterránea la mujer que ha experimentado la pérdida de su inocencia se ve como alguien especial, en parte porque ha sido lastimada, pero, sobre todo, porque ha seguido adelante, porque se esfuerza por comprender y por arrancar las capas de sus percepciones y sus defensas para ver lo que hay debajo. En dicho mundo, la pérdida de la inocencia se considera un rito de paso. Y se aplaude el hecho de que ahora pueda ver las cosas con más claridad. El hecho de que haya resistido y siga aprendiendo le confiere categoría y la honra.
La concertación de un trato desventajoso no sólo constituyó un reflejo de la psicología de las sino que se aplica también a las mujeres de cualquier edad que no han pasado por ninguna iniciación o han tenido una iniciación incompleta en estas cuestiones. ¿De que manera hace este trato la mujer? El cuento empieza con el símbolo del molino y el molinero. Como ellos, la psique machaca las ideas; mastica los conceptos y los desmenuza para convertirlos en un alimento utilizable. Toma la materia prima en forma de ideas, sensaciones, pensamientos y percepciones y la fragmenta para que la podamos utilizar para nuestro sustento.
Esta capacidad psíquica suele denominarse elaboración. Cuando elaboramos algo, clasificamos toda la materia prima de la psique, todas las cosas que hemos aprendido, oído, anhelado y sentido durante un determinado período de tiempo. Lo desmenuzamos todo y nos preguntamos “¿ Qué haré para utilizarlo con el mayor provecho posible?”. Utilizamos estas ideas y energías elaboradas para cumplir las más hondas tareas del alma y llevar a feliz término nuestros distintos empeños creativos. De esta manera, una mujer conserva el vigor y la vitalidad.
Pero en el cuento el molino no muele. El molinero de la psique no tiene trabajo. Eso significa que no se hace nada con toda la materia prima que llega diariamente a nuestra vida y que no se ve el menor sentido a todos los granos de sabiduría que nos lanzan al rostro el mundo exterior y el mundo subterráneo. Si el molinero’ no tiene trabajo, quiere decir que la psique deja de alimentarse de varias maneras extremadamente importantes.
La molienda de los cereales guarda relación con el impulso creativo. Por el motivo que sea, la vida creativa de la psique de la mujer se ha quedado estancada. La mujer que así lo percibe, comprende que ya no rebosa de nuevas ideas, que el ingenio ya no le enciende el pensamiento, que ya no muele fino para encontrar la esencia de las cosas. Su molino se ha callado.
Parece ser que existe un sopor natural que los seres humanos experimentan en determinados momentos de su vida. En la educación de mis hijos y en mi trabajo con un mismo grupo de inteligentes niños a lo largo de varios años, he visto que este sueño desciende sobre los niños hacia la edad de once años. Es cuando empiezan a tomarse cuidadosamente medidas y a compararse con los demás. En este período sus ojos pasan de la claridad al oscurecimiento y, a pesar de que no paran de moverse, se mueren a menudo irremediablemente de frío. Tanto si se muestran demasiado distantes como si se comportan demasiado bien, en ninguno de ambos estados reaccionan a lo que ocurre en lo más hondo de su ser y poco a poco el sueño va cubriendo su clara mirada y la capacidad de reacción de su naturaleza.
Supongamos que, en el transcurso de este período, nos ofrecen algo a cambio de nada. Que hemos conseguido en cierto modo creer que, si nos quedamos dormidas, algo bueno nos ocurrirá. Las mujeres saben lo que eso significa.
Cuando una mujer abandona los instintos que le indican los momentos adecuados para decir que sí o decir que no, cuando pierde la perspicacia, la intuición y otros rasgos salvajes, se encuentra en unas situaciones que le prometían oro pero que, al final, sólo le causan dolor. Algunas mujeres abandonan su arte por un grotesco matrimonio de conveniencia o renuncian al sueño de su vida para convertirse en una esposa, hija o muchacha “demasiado buena” o dejan su verdadera vocación para llevar otra vida esperando que sea más aceptable, satisfactoria y, sobre todo, más sana.
De esta y de otras maneras perdemos nuestros instintos. En lugar de llenarnos la vida con una posibilidad de iluminación nos cubrimos con una especie de manto de oscuridad. Nuestra capacidad de intuir la naturaleza de las cosas en el exterior y nuestra vista interior están roncando muy lejos, por lo que, cuando el demonio llama a la puerta, nosotras nos acercamos como unas sonámbulas, le abrimos y le dejamos entrar.
El demonio es el símbolo de la oscura fuerza de la psique, del depredador que en este cuento no se identifica como tal. El demonio es un bandido arquetípico que necesita, busca y aspira la luz. Teóricamente, si alcanzara la luz —es decir, una vida con posibilidad de amor y creatividad—, el demonio de3aría de ser el demonio.
En este cuento el demonio está presente porque se siente atraído por la dulce luz de la joven. Su luz no es una luz cualquiera sino la luz de un alma virgen atrapada en un estado de sonambulismo. Oh, qué bocado tan sabroso. Su luz resplandece con conmovedora belleza, pero ella ignora su valor. Semejante luz, que puede ser el fulgor de la vida creativa de una mujer, su alma salvaje, su belleza física, su inteligencia o su generosidad, siempre atrae al depredador. Esta luz que tampoco se da cuenta de nada y no está protegida es siempre el objetivo.
Una vez trabajé con una mujer de la que todos se aprovechaban, su marido, los hijos, su madre, su padre o los desconocidos. Tenía cuarenta años y aún se encontraba en esta fase del trato/traición de su desarrollo interior. Por su dulzura, su cordial y cariñoso tono de voz, sus modales exquisitos, no sólo atraía a los que le quitaban una pavesa sino a toda una ingente multitud que se reunía delante del fuego de su alma y le impedía recibir calor.
El trato desventajoso que había hecho consistía en no decir nunca que no para ganarse el afecto de los demás. El depredador de su psique le ofreció el oro de ser apreciada a cambio de perder el instinto que le decía: “Ya basta.” Comprendió plenamente el daño que ella misma se estaba haciendo cuando una vez soñó que se encontraba a gatas e, medio de un inmenso gentío, tratando de alargar la mano entre un bosque de piernas para alcanzar una valiosa corona que alguien había arrojado aun rincón.
La capa instintiva de la psique le estaba diciendo que había perdido la soberanía sobre su vida y que, para recuperarla, tendría que hacer un enorme esfuerzo. Para recobrar su corona, aquella mujer tuvo que efectuar una nueva valoración de su tiempo, su capacidad de entrega y las atenciones que dedicaba a los demás.
El manzano florido del cuento simboliza un bello aspecto de las mujeres, la faceta de nuestra naturaleza que hunde sus raíces en el mundo de la Madre Salvaje, donde recibe el alimento desde abajo. El árbol es el símbolo arquetípico de la individuación; se considera inmortal, pues sus semillas siguen viviendo, su sistema de raíces ofrece cobijo y revitaliza y es la sede de toda una cadena alimentaría de vida. Como la mujer, un árbol tiene también sus estaciones y sus fases de desarrollo; tiene invierno y primavera.
En los manzanares del norte los campesinos llaman a sus yeguas y a sus perras “Chica” y a sus árboles frutales en flor “Señora”. Los árboles del vergel son las jóvenes desnudas de la primavera, la primera señal. De entre todas las cosas que más representaban la llegada de la primavera, la fragancia de los apiñados capullos superaba con creces los triples saltos de los enloquecidos petirrojos que revoloteaban en el patio lateral de la casa y las nuevas cosechas que brotaban como minúsculas llamas de fuego verde en la negra tierra.
Había un dicho sobre los manzanos: “Joven en primavera, fruto amargo: más tarde, dulce como el hielo.” Significaba que la manzana poseía una doble naturaleza. A finales de la primavera era redonda y apetecible y como salpicada de amanecer. Pero era demasiado ácida como para poderla comer y provocaba dentera. En cambio, más entrada la estación, morder una manzana era como romper un dulce y jugoso caramelo.
El manzano y la doncella son símbolos intercambiables del Yo femenino y el fruto es un símbolo del alimento y la maduración de nuestro conocimiento del Yo. Si nuestro conocimiento del comportamiento de nuestra alma es inmaduro, no podemos recibir alimento de él, pues el conocimiento aún no está maduro. Tal como ocurre con las manzanas, la maduración exige un cierto tiempo y las raíces necesitan afianzarse en la tierra para lo cual tiene que pasar por lo menos una estación y, a veces, varias. Si el alma de la doncella no se somete a ninguna prueba, nada más puede ocurrir en nuestras vidas. En cambio, sí conseguimos llegar a las raíces subterráneas, maduramos y podemos alimentar el alma, el Yo y la psique.
El manzano florido es también una metáfora de la fecundidad. Pero, por encima de todo, simboliza el impulso creativo de carácter profundamente sensual y la maduración de las ideas. Todo eso es obra de las curanderas, las mujeres de la raíz que viven entre los peñascos de las montañas del inconciente. Son las que excavan en la mina del inconciente profundo y nos ofrecen el fruto de su trabajo. Y nosotras elaboramos el material que nos entregan y, como consecuencia de ello, cobra vida la poderosa hoguera de los instintos perspicaces y de la honda sabiduría, y nosotras nos desarrollamos y crecemos no sólo en el mundo exterior sino también en el interior.
Tenemos por tanto un árbol que simboliza la abundancia de la naturaleza libre y salvaje de la psique de una mujer, pese a lo cual la psique no comprende su valor. Se podría decir que toda la psique está dormida ante las inmensas posibilidades de la naturaleza femenina. Cuando hablamos de la vida de una mujer en relación con el símbolo del árbol, nos referimos a la desbordante energía femenina que nos es propia y que se manifiesta de manera cíclica a modo de mareas que suben y bajan con regularidad de la misma manera que la primavera psíquica sucede al invierno psíquico. Sin la renovación de este floreciente impulso en nuestras vidas, la esperanza queda sepultada y no se remueve la tierra de nuestra mente y nuestro corazón. El manzano florido es nuestra vida profunda.
Podemos ver el devastador efecto del menosprecio del valor de lo femenino juvenil y esencial cuando el padre dice: “Ya plantaremos otro”. La psique no reconoce la presencia de su propia diosa—creadora personificada en el árbol florido. El joven yo se malvende sin que se comprenda el inmenso valor de su papel de principal mensajero de la Madre Salvaje. Pero, por otra parte, este desconocimiento es el que da lugar al comienzo de la iniciación en la resistencia.
El desventurado molinero sin trabajo había empezado a cortar leña. Es muy duro cortar leña, ¿verdad? Hay que levantar y acarrear mucho peso. Pero esta acción de cortar leña simboliza los inmensos recursos psíquicos, la capacidad de proporcionar energía a las propias tareas, de desarrollar las propias ideas y de poner a nuestro alcance el sueño, cualquiera que éste sea. Por consiguiente, cuando el molinero empieza a cortar, podríamos decir que la psique ya está llevando a cabo la dura tarea de buscar la luz y el calor.
Sin embargo, el pobre ego anda siempre buscando la manera de escabullirse. Cuando el demonio sugiere al molinero la posibilidad de librarse de aquel duro esfuerzo a cambio de la luz de lo femenino profundo, el ignorante molinero acepta el trato. De esta forma sellamos nuestro destino. En lo más hondo de las zonas invernales de nuestra psique nos faltan provisiones y sabemos que no es posible una transformación sin esfuerzo. Sabemos que tendremos que arder totalmente de la manera que sea, sentarnos directamente sobre las cenizas de la mujer que antaño creíamos ser y seguir adelante a partir de ahí.
Pero otra faceta de nuestra naturaleza, una parte más propensa a la languidez, confía en que no sea así y en que cese el duro esfuerzo para poder sumirse de nuevo en el sopor. Cuando aparece el depredador, ya estamos preparadas para recibirlo; y lanzamos un suspiro de alivio pensando que, a lo mejor, hay un camino más fácil.
Cuando nos negamos a cortar leña, se le cortan las manos a la psique, pues, sin el esfuerzo psíquico, las manos psíquicas se marchitan. Sin embargo, este deseo de cerrar algún trato para librarnos del duro esfuerzo es tan humano y corriente que asombra encontrar a alguna persona que no haya hecho el pacto. La opción es tan frecuente que, si tuviéramos que dar un ejemplo tras otro de mujeres (y hombres) que desean librarse de la tarea de cortar leña y vivir una existencia más fácil, perdiendo con ello las manos —es decir, el control de su vida—, no terminaríamos nunca.
Por ejemplo, una mujer se casa por motivos equivocados y se amputa la vida creativa. Una mujer tiene una preferencia sexual y se obliga a sí misma a aceptar otra. Una mujer quiere ser, ir, hacer algo importante, pero se queda en casa contando recortes de periódico. Una mujer quiere vivir su vida, pero ahorra pequeños retazos de vida como si fueran cordelitos. Una mujer conciente de su valía como persona entrega un brazo, una pierna o un ojo a cualquier amante que se le pone por delante. Una mujer rebosa de radiante creatividad, pero invita a sus vampíricos amigos a chuparle la sangre. Una mujer necesita seguir adelante con su vida, pero algo en ella le dice “No, si te dejas atrapar, estarás segura”. Es como lo del “Yo te doy esto y tú me darás aquello” del demonio, hacer un pacto sin saber.
De esta manera, el que estaba destinado a ser el nutritivo y floreciente árbol de la psique pierde poder, pierde sus flores y su energía, se vende por una miseria, se ve obligado a desperdiciar su potencial sin comprender el trato que ha hecho. Todo el drama empieza casi siempre y afianza su poder fuera de la conciencia de la mujer.
Sin embargo, hay que subrayar que es ahí donde empieza todo el mundo. En este cuento el padre representa el punto de vista del mundo exterior, el ideal colectivo que presiona a las mujeres para que se marchiten en lugar de ser salvajes. Aun así, no tienes por qué avergonzarte ni reprocharte nada si has malbaratado las floridas ramas. Sí, no cabe duda de que has sufrido por ello. Y es posible que hayas desperdiciado años e incluso décadas. Pero hay una esperanza.
La madre del cuento de hadas anuncia a toda la psique lo que ha ocurrido. “Despierta! —le dice—. ¡Mira lo que has hecho!” El despertar es tan inmediato que hasta duele (6). Pero sigue siendo positivo, pues la insípida madre de la psique, la que antes había contribuido a diluir y amortiguar las sensaciones acaba de despertar a la horrible realidad del pacto. Ahora el dolor de la mujer es conciente. Y, cuando el dolor es conciente, la mujer puede hacer algo con él. Lo puede utilizar para aprender, fortalecerse y adquirir sabiduría.
A largo plazo, habrá algo todavía más positivo. Aquello que se ha regalado se puede recuperar. Y puede volver a ocupar el lugar que le corresponde en la psique. Ya lo verás. La segunda fase: El desmembramiento En la segunda fase del cuento los padres regresan a casa derramando amargas lágrimas sobre sus ricos ropajes. A los tres años el demonio se presenta para llevarse a la hija. Ésta se ha bañado y se ha puesto una túnica blanca. Se sitúa en el centro del níveo círculo de tiza que ha trazado a su alrededor. Cuando el demonio se inclina hacia ella para agarrarla, una fuerza invisible lo arroja al otro lado del patio. Entonces el demonio le ordena que no se bañe y ella se convierte en una especie de bestia. Pero las lágrimas le mojan las manos y el demonio tampoco la puede tocar. Entonces éste ordena al padre que le corte las manos para que no pueda limpiárselas con las lágrimas. Su padre la mutila y así termina la vida que ella había conocido hasta entonces. Pero llora sobre los muñones de sus brazos y, al no poder apoderarse de ella, el demonio se da por vencido.
La hija lo hace extremadamente bien teniendo en cuenta las circunstancias. Pero nos quedamos como petrificadas cuando superamos esta fase, nos damos cuenta de lo que nos han hecho y nos percatamos de que hemos cedido a la voluntad del depredador y del atemorizado padre y por esta causa nos hemos quedado mancas.
A continuación, el espíritu reacciona moviéndose cuando nosotras nos movemos, inclinándose hacia delante cuando nosotras lo hacemos, caminando cuando caminamos, pero lo hace todo sin la menor sensibilidad. Nos quedamos petrificadas cuando nos damos cuenta de lo que ha ocurrido y nos horroriza tener que cumplir el pacto. Creemos que nuestras estructuras paternales internas tienen que permanecer en perenne estado de alerta, reaccionar como es debido y proteger a la floreciente psique. Pero ahora vemos lo que sucede cuando no lo hacen.
Transcurren tres años entre la concertación del pacto y el regreso del demonio. Estos tres años representan el período en el que la mujer no tiene clara conciencia de que el sacrificio es ella misma. Ella es la quemada ofrenda que se hace a cambio de un acuerdo desventajoso. En la mitología el período de tres años es el que precede a un creciente impulso trascendental, como, por ejemplo, los tres años de invierno que preceden a Ragnarok, el Crepúsculo de los Dioses en la mitología escandinava. En los mitos de esta clase, transcurren tres años de algo y después se produce una destrucción y de las ruinas nace un nuevo mundo de paz (7).
Este número de años simboliza el período en el que una mujer se pregunta qué le va a suceder ahora y no sabe si aquello que más teme —ser totalmente arrastrada por una fuerza destructora— llegará a ocurrir realmente. El símbolo del tres en los cuentos de hadas sigue esta pauta: El primer intento no es válido. El segundo intento tampoco. Y, a la tercera, va la vencida.
Muy pronto se hace acopio de suficiente energía y se levanta el suficiente viento del alma como para que la embarcación de la psique zarpe y se aleje. Lao—tse (8) dice: “De uno vienen dos y de dos, tres. Y de tres vienen diez mil.” Cuando llegamos a la multiplicación del tres de algo, es decir, al momento de la transformación, los átomos empiezan a brincar y allí donde antes sólo había laxitud se produce la locomoción.
El hecho de quedarse tres años sin marido puede simbolizar el período de incubación de la psique, en el que el hecho de tener otra relación sería demasiado difícil y nos distraería demasiado. La misión de estos tres años es la de ayudarnos a fortalecernos todo lo que podamos, a utilizar en provecho propio todos los recursos de la psique y a adquirir la mayor conciencia posible. Lo cual supone salir de nuestro sufrimiento para ver lo que éste significa, cómo actúa, qué pauta está siguiendo, estudiar a otras personas que, siguiendo la misma pauta, hayan conseguido superarlo todo e imitar aquello que tiene sentido para nosotras.
Esta observación de las situaciones apuradas y las soluciones a que han llegado otras personas es la que induce a una mujer a quedarse en sí misma, y así es como debe ser, pues, tal como vemos más adelante en el cuento, la tarea de la doncella es encontrar al esposo en el mundo subterráneo, no en el de arriba. Las mujeres ven retrospectivamente la preparación del descenso de su iniciación que abarca unos largos períodos de tiempo, a veces años, hasta que finalmente y de golpe se arrojan desde el borde a los rápidos, a menudo empujadas, aunque algunas veces también por propia iniciativa, lanzándose con donaire desde el acantilado. No obstante, esto último no es muy frecuente.
Este período de tiempo se caracteriza a menudo por el tedio. Las mujeres suelen comentar que no saben muy bien lo que quieren, si un trabajo, un amante, un poco más de tiempo, una actividad creativa. Les cuesta concentrarse. Les cuesta llevar a cabo una labor productiva. Esta inquietud nerviosa es típica de la fase de desarrollo espiritual. Sólo el tiempo, y en una fecha no muy lejana, nos llevará hasta el borde, desde el que tenemos que caer, saltar o lanzarnos.
En este punto del cuento vemos una reminiscencia de las antiguas religiones nocturnas. La joven se baña, se viste de blanco, traza un círculo de tiza a su alrededor. El hecho de bañarse —la purificación—, ponerse la túnica blanca —el atuendo propio del descenso a la tierra de los muertos— y trazar un círculo de protección mágica —el pensamiento sagrado— a su alrededor, es un antiguo ritual de diosas. Todo eso la doncella lo hace en una especie de estado hipnótico, como si estuviera recibiendo instrucciones desde una época muy distante.
Se produce en nosotras un momento de crisis cuando esperamos aquello que estamos seguras será nuestra destrucción, nuestro final. Ello nos induce, como a la doncella del cuento, a inclinar el oído hacia la lejana voz de tiempos ancestrales, una voz que nos dice lo que debernos hacer para conservar la fuerza y la pureza y sencillez espiritual. Una vez en que estaba desesperada, soñé que una voz me decía: “Toca el sol.” Después de aquel sueño, cada día y dondequiera que fuera, apoyaba la espalda, la planta del pie o la palma de la mano en los rectángulos de luz solar de las paredes, los suelos y las puertas. Me apoyaba y descansaba sobre aquellas doradas formas. Y éstas actuaban a modo de turbina para mi espíritu. No sé cómo, pero así era.
Si prestamos atención a las voces del sueño, las imágenes, los cuentos —sobre todo, los de nuestra vida—, nuestro arte, a las personas que nos han precedido y nos prestamos atención las unas a las otras, algo recibiremos, incluso varios algos que serán ritos psicológicos personales y nos servirán para consolidar esta fase del proceso (9).
Los huesos de este cuento proceden de la época en que se dice que las diosas peinaban el cabello de las mujeres mortales y las amaban con todo su corazón. En este sentido comprendemos que los descensos de este cuento son los que atraen a la mujer al remoto pasado, a las ancestrales líneas maternas del mundo subterráneo. Ésta es la tarea, regresar a través de las brumas del tiempo al lugar de La Que sabe, donde ella nos espera y nos tiene preparados unos vastos conocimientos del mundo subterráneo que serán muy valiosos para nuestro espíritu y nuestras personas en el mundo exterior.
En las antiguas religiones, el hecho de vestirse con pureza y prepararse para la muerte hace que la persona sea inmune e inaccesible al mal. Rodearse de la protección de la Madre Salvaje —el círculo de tiza de la oración, el pensamiento sublime o la preocupación por un resultado beneficioso para el alma— nos permite hacer el descenso psicológico sin apartarnos del camino y sin que la diabólica fuerza contraria de la psique apague nuestra vitalidad.
Aquí estamos pues, vestidas y protegidas al máximo, esperando nuestro destino. Pero la doncella llora y derrama lágrimas sobre sus manos. Al principio, cuando la psique llora inconcientemente, no podemos oírla; a lo más que llegamos es a experimentar una sensación de impotencia. La doncella sigue llorando. Sus lágrimas son la germinación de aquello que la defiende, de lo que purifica la herida que ha recibido.
C. S. Lewis escribió acerca de la botella de lágrimas infantiles capaz de sanar cualquier herida con sólo una gota. Las lágrimas en los mitos derriten el hielo del corazón. En “El niño de piedra” (10) un cuento que yo he ampliado a partir de un poético canto que me facilitó hace años mi querida madrina inuit Mary Uukalat, las ardientes lágrimas de un niño hacen que una fría piedra se rompa y libere un espíritu protector. En el cuento “Mary Culhane”, el demonio que se ha apoderado de Mary no puede entrar en ninguna casa en la que un corazón sincero haya derramado lágrimas; para el demonio éstas son como el “agua bendita”. A lo largo de la historia las lágrimas han cumplido tres misiones: han atraído a los espíritus, han rechazado a los que pretendían ahogar y encadenar al alma sencilla y han sanado las heridas de los pactos desventajosos hechos por los seres humanos.
Hay veces en la vida de una mujer en que ésta llora sin cesar y, aunque cuente con la ayuda y el apoyo de sus seres queridos, no puede dejar de llorar. Hay algo en sus lágrimas que mantiene al depredador a raya y aparta el malsano deseo o la ventaja que podría provocar su ruina. Las lágrimas sirven para remendar los desgarros de la psique, por los que se ha ido escapando la energía. La situación es muy grave, pero lo peor no llega a producirse —no nos roban la luz— porque las lágrimas nos otorgan la conciencia. No hay posibilidad de que nos quedemos dormidas cuando lloramos. Y el sueño que se produce es tan sólo para el descanso del cuerpo físico.
A veces una mujer dice: “Estoy harta de llorar, estoy hasta la coronilla, quiero detenerme.” Pero es su alma la que derrama lágrimas y éstas son su protección. Por consiguiente, tiene que seguirlo haciendo hasta que termina su necesidad. Algunas mujeres se asombran de la cantidad de agua que puede producir su cuerpo cuando lloran. Eso no dura eternamente, sólo hasta que el alma termina de expresarse de esta sabia manera.
El demonio trata de acercarse a la hija pero no puede, pues ésta se ha bañado y ha llorado. El maligno reconoce que aquella agua bendita ha debilitado su poder y exige que la doncella no vuelva a bañarse. Sin embargo, semejante circunstancia no sólo no la humilla sino que ejerce justo el efecto contrario (11). La muchacha empieza a parecerse a un animal dotado de los poderes de la naturaleza salvaje subyacente y eso es también una protección. Es posible que en esta fase una mujer se interese menos por su aspecto o lo haga de una manera distinta. Puede q1e se vista como si fuera una maraña de ramas y no una persona. Cuando contempla la apurada situación en que se encuentra, muchas de sus antiguas preocupaciones desaparecen.
“Bueno —dice el demonio—, si te arranco la capa de civilización, es posible que te pueda robar la vida para siempre.” El depredador quiere humillarla y debilitarla con sus prohibiciones. El demonio cree que, si la doncella no se baña y se llena de mugre, él la podrá privar de sí misma. Pero ocurre justo lo contrario, pues la mujer sucia y llena de barro es amada e inequívocamente protegida por la Mujer Salvaje (12). Está claro que el depredador no comprende que sus prohibiciones sólo sirven para acercar a la mujer a su poderosa naturaleza salvaje.
El demonio no puede aproximarse al yo salvaje cuya pureza consigue repeler en último extremo la energía desconsiderada o destructiva. La combinación del yo salvaje con las puras lágrimas de la mujer impide el acercamiento del ser perverso que busca su perdición para que él pueda vivir en toda su plenitud.
A continuación, el demonio ordena al padre que mutile a su hija, cercenándole las manos. En caso de que el padre se niegue a hacerlo, el demonio amenaza con matar toda la psique: “Todo lo de aquí morirá, incluyéndote a ti, a tu mujer y todos los campos hasta donde alcanza la vista.” El propósito del demonio es conseguir que la hija pierda las manos, es decir, la capacidad psíquica de asir, retener y ayudarse a sí misma y a los demás. El elemento paternal de la psique no está maduro, no puede conservar su poder contra el fuerte depredador; por eso le corta las manos a su hija. Intenta interceder en favor de su hija, pero el precio —la destrucción de toda la fuerza creativa de la psique— es demasiado alto. La hija se somete a la profanación y así culmina el cruento sacrificio que en la antigüedad simbolizaba un descenso total al averno.
Con la pérdida de las manos la mujer emprende el camino hacia la selva subterránea que es el territorio de su iniciación. Si estuviéramos en una tragedia griega, ahora el coro lloraría y lanzaría lamentos, pues, aunque el hecho le otorga a la doncella un inmenso poder, en aquel momento le arrebatan la inocencia que jamás se recupera de la misma manera.
El hacha de filo de plata procede de otro estrato arqueológico del antiguo femenino salvaje, en el que el color de la plata es el del mundo espiritual y el de la luna. El hacha de filo de plata se llama así porque en tiempos antiguos estaba hecha de acero ennegrecido en la fragua y su hoja se afilaba con una piedra de amolar hasta que adquiría un reluciente color plateado. En la antigua religión minoica el hacha de la diosa se utilizaba para señalar el camino ritual de los iniciados y marcar los lugares sagrados. Les he oído decir a dos ancianas “cuentistas” croatas que en las antiguas religiones femeninas se utilizaba una pequeña hacha ritual para cortar el cordón umbilical de los recién nacidos con el fin de que, liberados de las fuerzas del averno, pudieran vivir en este mundo (13).
La plata del hacha guarda relación con las manos de plata que más tarde pertenecerán a la doncella. Aquí el pasaje es un poco complicado, pues parece dar a entender la posibilidad de que la eliminación de las manos psíquicas tenga un carácter ritual. En los ritos de sanación de las ancianas de la Europa oriental y del norte de Europa se solía podar un joven abeto con un hacha para que creciera con más vigor (14). Hace tiempo se profesaba un profundo amor a los árboles vivos. Éstos eran apreciados porque constituían el símbolo de la capacidad de morir y renacer, por todas las cosas portadoras de vida que podían ofrecer a las personas, como, por ejemplo, la leña para calentarse y cocinar, las ramas para la construcción de cunas, los bastones para caminar, las paredes para protegerse y las medicinas para la fiebre, y también por ser lugares a los que se podía trepar para ver en la lejanía y, en caso necesario, esconderse del enemigo. El árbol era en verdad una gran madre salvaje.
En las antiguas religiones femeninas, esta clase de hacha pertenece por derecho propio a la diosa, no al padre. Esta secuencia del cuento permite deducir que el que el hacha pertenezca al padre se debe a una mezcla de la antigua religión con la nueva, cuyo resultado ha sido el desmembramiento y el olvido de la antigua. Pero, a pesar de las brumas del tiempo y/o de las sucesivas capas que se han superpuesto a los antiguos conceptos acerca de la iniciación femenina, siguiendo un relato como el que nos ocupa podemos extraer del enredo lo que nos interesa y reconstruir el mapa que nos muestra el camino del descenso y el del ascenso.
Podemos interpretar la eliminación de las manos psíquicas de la misma manera en que este símbolo era interpretado por los hombres de la antigüedad. En Asia, el hacha celeste se utilizaba para apartar a una persona del yo no iluminado. El elemento de la mutilación como iniciación reviste una importancia fundamental en nuestro relato. Si, en nuestras sociedades modernas, debemos cortar las manos del ego para poder recuperar nuestra función salvaje, es decir, nuestros sentidos femeninos, conviene que se corten para que podamos alejarnos de las seducciones de todas las cosas absurdas que tenemos a nuestro alcance, cualesquiera que sean las cosas a las que nos aferramos para no crecer. Si las manos tienen que desaparecer durante algún tiempo, que desaparezcan y sanseacabó.
El padre blande el cortante instrumento de plata y, pese al profundo pesar que experimenta, aprecia mucho más su vida y la de la psique que lo rodea, aunque algunas cuentistas de nuestra familia subrayaban con toda claridad que la vida que el padre más temía perder era la suya propia. Si consideramos el padre como un principio organizador, una especie de gobernante de la psique externa o mundana, veremos que el yo exterior de la mujer, su dominante yo—ego mundano, no quiere morir.
Y se comprende muy bien que así sea. Es lo que siempre ocurre en un descenso. Una parte de lo que somos se siente atraída por el descenso como si éste fuera algo apetecible, misterioso y agridulce. Pero, al mismo tiempo, experimentamos repulsión y cruzamos toda una serie de calles, autopistas e incluso continentes psíquicos para evitarlo. Sin embargo, aquí se nos muestra que el árbol florido tiene que sufrir la amputación. Lo único que nos permite soportar esta idea es la promesa de que alguien, en algún lugar de la parte inferior de la psique, nos espera para ayudarnos y curarnos. Un gran Alguien nos espera para restaurarnos, transformar lo que está deteriorado y vendar los miembros que han resultado heridos. En las tierras de labranza donde yo me crié, las tormentas de granizo y relámpagos se llamaban “tormentas cortantes” y algunas veces también “tormentas segadoras” en alusión a la Muerte que siega las vidas con su guadaña, pues derriban todos los seres vivos, el ganado y a veces también a los seres humanos de la región, pero, sobre todo, las plantas cosechables y los árboles. Después de una gran tormenta, familias enteras salían de los sótanos donde almacenaban las patatas y se inclinaban sobre la tierra para ver qué clase de ayuda necesitaban las cosechas, las flores o los árboles. Los chiquillos recogían las ramas llenas de hojas y frutos que habían quedado esparcidas por el suelo. Los más crecidos apuntalaban las plantas que aún vivían pero habían resultado dañadas. Las ataban con clavijas de madera, astillas para encender el fuego y vendas de trapo de color blanco. Los adultos arrancaban y enterraban todo lo que había sufrido daños irreparables.
Hay una encantadora familia como la de mi infancia, esperando a la doncella en el mundo subterráneo, tal como tendremos ocasión de ver. En esta metáfora de la mutilación de las manos vemos que algo saldrá de todo ello. En el mundo subterráneo, siempre que algo no puede vivir se derriba y se corta para poder utilizarlo de otra manera. La mujer del cuento no es vieja ni está enferma y, sin embargo, se tiene que desarmar porque no puede seguir siendo lo que había sido hasta entonces. Pero unas fuerzas la esperan para ayudarla a sanar.
Cortándole las manos, el padre acentúa el descenso, acelera la disolutio, la dolorosa pérdida de todos los valores que más se aprecian —lo cual significa perderlo todo—, la pérdida de las posiciones ventajosas, la pérdida del horizonte, de las coordenadas de las cosas en las que la persona cree y de las razones por las que cree en ellas. En los ritos aborígenes de todo el mundo, el propósito es confundir la mente ordinaria para facilitar la iniciación de los individuos en la mística (15).
Con la mutilación de las manos se subraya la importancia del resto del cuerpo psíquico y de sus atributos y sabemos que al insensato padre que gobierna la psique ya no le queda mucho tiempo de vida, pues la profunda mujer desmembrada hará su trabajo tanto con su ayuda y protección como sin ella. Y, por muy horrible que pueda parecer a primera vista, esta nueva versión de su cuerpo le va a ser muy útil.
Por consiguiente, en este descenso es donde perdemos las manos psíquicas, esas dos partes de nuestro cuerpo que son en sí mismas como dos pequeños seres humanos. En tiempos antiguos los dedos se equiparaban a las piernas y los brazos, y la articulación de la muñeca se equiparaba a la cabeza. Esos seres pueden bailar y cantar. Una vez batí palmas con René Heredia, un gran guitarrista flamenco. En el flamenco, las palmas de las manos hablan y producen sonidos que son palabras como “Más rápido, precioso mío, elévate, vuelve a bajar, siénteme, siente esta música, siente esto y esto y esto”. Las manos son seres por derecho propio.
Si estudiamos los belenes de los países mediterráneos, veremos que las manos de los pastores y de los Reyes, de María o de José están extendidas con las palmas hacia el Divino Infante como si éste fuera una luz que se pudiera recibir a través de la piel de las palmas. En México vemos también que las imágenes de la Virgen de Guadalupe derraman su luz salutífera sobre nosotros, mostrándonos las palmas de las manos. El poder de las manos está presente a lo largo de toda la historia. En Kayenta, en la reserva diné (navajo) hay una cabaña india con una vieja huella de mano de color rojo al lado de la puerta. Su significado es “Aquí estamos a salvo”.
Como mujeres, tocamos a muchas personas. Sabemos que la palma de la mano es una especie de sensor, tanto con un abrazo como con una palmada o un simple roce del hombro hacemos una lectura de la persona a la que tocamos. A poca relación que tengamos con La Que Sabe, comprendemos lo que siente otro ser humano tanteándolo con las palmas de nuestras manos. Algunas mujeres reciben información en forma de imágenes incluso a veces de palabras que les comunican los sentimientos de los demás. Se podría decir que hay en las manos una especie de radar.
Las manos son no sólo receptoras sino también transmisoras. Cuando alguien estrecha la mano de una persona le puede transmitir un mensaje y es lo que suele hacer de manera inconciente a través de la presión, la intensidad, la duración y la temperatura cutánea. Las personas que de manera inconciente o deliberada tienen intenciones aviesas poseen un tacto que hace que el otro sienta que le están abriendo boquetes en el cuerpo espiritual psíquico. En el polo psicológico opuesto, las manos que se apoyan en una persona pueden aliviar, consolar, eliminar el dolor y sanar. Se trata de un saber femenino que se ha transmitido de madre a hija a través de los siglos (16).
El depredador de la psique lo sabe todo acerca del profundo misterio que se asocia con las manos. En demasiadas partes del mundo una de las manifestaciones más patológicas de inhumanidad consiste en secuestrar a una persona inocente y cortarle las manos; en desmembrar la función táctil, visual y sanadora del ser humano. El asesino no siente y no quiere que su víctima sienta. Ésta es exactamente la intención del demonio, pues el aspecto no redimido de la psique no siente nada y, en la malsana envidia y el odio que le inspiran los que sí sienten algo, experimenta el impulso de cortar. El asesinato de una mujer mediante la mutilación constituye el tema de muchos cuentos. Pero este demonio es algo más que un asesino, es un mutilador. Exige una mutilación que no es puramente decorativa o una simle escarificación de carácter ritual sino que se propone dejar inválida a la mujer para siempre.
Cuando decimos que a una mujer le han cortado las manos, queremos decir que está incapacitada para consolarse y curarse ella misma de manera inmediata y que no puede hacer nada que no sea seguir el mismo camino de siempre. Por consiguiente, es bueno que sigamos llorando en este período. Es nuestra sencilla y poderosa protección contra un demonio tan pernicioso que ninguna de nosotras puede comprender por entero sus motivos y su raison d’être.
En los cuentos de hadas encontramos el leitmotiv del llamado “objeto arrojado”. La heroína perseguida se saca un peine mágico del cabello y lo arroja a su espalda, donde crece y se convierte en un bosque de árboles tan tupido que en él no se podría introducir una horca. O bien la heroína tiene un frasquito de agua, lo destapa y arroja su contenido a su espalda mientras corre. Las gotitas se convierten en una inundación que dificulta el avance de su perseguidor.
En el cuento, la joven derrama abundantes lágrimas sobre sus muñones y el demonio se siente repelido por el campo de fuerzas que la rodea. No puede apoderarse de ella tal como pretendía. Aquí las lágrimas son el “objeto arrojado”, la muralla de agua que aleja al demonio, no porque el demonio se conmueva o se ablande al ver las lágrimas —no se conmueve—, sino porque las lágrimas sinceras poseen una pureza que quiebra su poder. Y nosotras comprobamos la veracidad de este aserto cuando lloramos con toda nuestra alma porque no vemos en el horizonte más que oscuridad y desolación y, sin embargo, las lágrimas nos salvan de morir inútilmente abrasadas (17).
La hija tiene que sufrir. Me asombra lo poco que lloran las mujeres hoy en día y que, encima, lo hagan como pidiendo perdón. Me preocupa que la vergüenza o el desuso nos esté arrebatando esta función tan natural. Ser un árbol florido y húmedo es esencial, pues, de lo contrario, nos rompemos. Llorar es bueno y está bien. No resuelve el dilema, pero permite que el proceso continúe y no se interrumpa. Ahora la vida de la doncella tal y como ella la ha conocido, su comprensión de la vida hasta aquel momento, ha tocado a su fin y ella desciende a otro nivel del mundo subterráneo. Y nosotras seguimos sus huellas. Seguimos adelante a pesar de que somos vulnerables y estamos tan privadas de la protección del ego como un árbol al que le han arrancado la corteza. Pero somos poderosas, pues hemos aprendido a arrojar al demonio al otro lado del patio.
En este momento vemos que sea lo que fuere que hagamos en la vida, los planes de nuestro ego se nos escapan de las manos. Habrá un cambio en nuestra vida, un cambio muy grande cualesquiera que sean los bonitos planes que haya forjado este pequeño y temperamental director de escena para la siguiente fase. Nuestro poderoso destino empieza a gobernar nuestra vida, no el molino, no el barrido del patio, no el sueño. Nuestra vida tal y como la conocíamos ha tocado a su fin. Queremos estar solas y quizá que nos dejen en paz. Ya no podemos confiar en la paternal cultura dominante; por primera vez estamos en pleno aprendizaje de lo que es nuestra verdadera vida. Y seguimos adelante.
Es un período en el que todo lo que valoramos pierde su alegre ritmo. Jung nos recuerda el término utilizado por Heráclito, enantiodromia, es decir, la corriente hacia atrás. Pero esta corriente hacia atrás puede ser algo más que una regresión al inconciente personal; puede ser un sincero regreso a los antiguos valores factibles, a unas ideas más hondamente sentidas (18). Si entendemos esta fase de la iniciación en la resistencia como un paso hacía atrás, conviene que también la consideremos un paso de diez leguas más hacía el profundo reino de la Mujer Salvaje.
Todo ello hace que el demonio se largue con el rabo entre las piernas. En este sentido, cuando una mujer se da cuenta de que ha perdido el contacto, su habitual manera de ver el mundo, sigue siendo poderosa gracias a la pureza de su alma y fuerte gracias a su empeño en seguir sufriendo, lo cual provoca la retirada de aquello que deseaba destruirla.
El cuerpo psíquico ha perdido sus valiosas manos, es cierto. —Pero el resto de la psique compensará la pérdida. Conservamos unos pies que conocen el camino, una mente espiritual que nos permite ver muy lejos, unos pechos y un vientre que sienten exactamente igual que el exótico y enigmático vientre de la diosa Baubo, que es el símbolo de la profunda naturaleza instintiva de las mujeres y también carece de manos. Con este cuerpo incorpóreo y misterioso seguimos adelante. Estamos a punto de iniciar el siguiente descenso. La tercera fase: El vagabundeo En la tercera fase del cuento el padre ofrece a su hija riquezas de por vida, pero la hija dice que se irá y se encomendará al destino. Al rayar el alba, envolviéndose los brazos con una gasa limpia, abandona la vida que ha conocido hasta entonces.
Se convierte de nuevo en una especie de animal desgreñado, Por la noche, muerta de hambre, llega a un vergel en el que todas las peras están numeradas (19). Un espíritu vacía el foso que rodea el vergel y, mientras el desconcertado hortelano la observa, la mujer se come la pera que el árbol le ofrece.
La iniciación es el proceso mediante el cual abandonamos nuestra natural inclinación a permanecer inconcientes y tomamos la decisión de que, por mucho que nos cueste —sufrimiento, esfuerzo, resistencia—, buscaremos la unión conciente con la mente más profunda, con el Yo salvaje. La madre y el padre del cuento tratan de atraer de nuevo a la doncella al estado inconciente: “Quédate con nosotros, estás herida, pero nosotros te ayudaremos a olvidar.” ¿Querrá la doncella, ahora que ha derrotado al demonio, dormirse por así decirlo en sus laureles? ¿Se retirará, manca y herida, a los recovecos de la psique, donde será cuidada durante el resto de su vida, dejándose llevar y haciendo lo que le mandan?
No, no se retirará para siempre a una habitación oscura cual si fuera una belleza con el rostro desfigurado por un ácido. Se vestirá, se aplicará la mejor medicina psíquica que pueda y bajará por otra escalera de piedra a un reino todavía más profundo de la psique. La antigua parte dominante de la psique le ofrece la posibilidad de mantenerla a salvo y escondida para siempre, pero su naturaleza instintiva dice que no, pues intuye que tiene que esforzarse por vivir plenamente despierta, ocurra lo que ocurra.
Las heridas de la doncella están envueltas en una gasa blanca. El blanco es el color de la tierra de los muertos y también es el color de la alquímica albedo, la resurrección del alma desde el reino de ultratumba. El color es el heraldo del ciclo del descenso y el regreso. Al principio, la doncella se convierte aquí en una vagabunda, lo cual es de por sí la resurrección a una nueva vida y la muerte de la antigua. El vagabundeo es una buena elección.
Las mujeres que se encuentran en esta fase suelen sentirse desesperadas y, al mismo tiempo, inflexiblemente decididas a emprender este viaje interior, ocurra lo que ocurra. Y es lo que hacen cuando cambian una vida por otra o una fase de la vida por otra o, a veces, incluso un amante por otro que no es sino ella misma. El paso desde la adolescencia a la joven feminidad o desde la mujer casada a la soltera o desde la mediana edad a la madurez, cruzando la frontera de la vieja bruja, emprendiendo el camino a pesar de las heridas sufridas, pero con un nuevo sistema de valores propio, es una muerte y resurrección. Abandonar una relación o el hogar de los padres, dejar atrás unos valores anticuados, convertirse en una persona independiente, adentrarse en la salvaje espesura por el simple hecho de que debe hacerse, todas estas cosas constituyen la inmensa dicha del descenso.
Así pues, emprendemos la marcha y bajamos a un mundo distinto, bajo un cielo distinto y con un terreno desconocido bajo nuestras botas. Pero lo hacemos sintiéndonos vulnerables, pues no sabemos dónde agarrarnos ni cómo sostenernos y lo ignoramos todo, pues nos faltan las manos.
La madre y el padre —los aspectos colectivos y egoístas de la psique— ya no tienen el poder que antaño tenían. Han sido castigados por la sangre derramada a causa de su imprudente descuido. Aunque se comprometan a mantener a la doncella con toda suerte de comodidades, ahora no pueden gobernar su vida, pues el destino la induce a vivir como una vagabunda. En este sentido, su padre y su madre se mueren. Sus nuevos progenitores son el viento y el camino.
El arquetipo de la vagabunda da lugar a que surja otro: el de la loba solitaria, la intrusa. Está fuera de las familias aparentemente felices de las aldeas, fuera de la caldeada estancia, muriéndose de frío en el exterior; ésta es ahora su vida (20). Es la metáfora viviente de las mujeres errantes. Empezamos por no sentirnos parte de la vida carnavalesca que gira a nuestro alrededor. El organillo queda muy lejos, los buhoneros, los que anuncian a gritos el espectáculo y todo el espléndido circo de la vida exterior se tambalean y se convierten en polvo mientras nosotras seguimos bajando al mundo subterráneo.
Aquí la antigua religión nocturna nos sale de nuevo al encuentro en el camino. Aunque la antigua historia de Hades que se llevó a Perséfone al averno es un bello drama, otros cuentos mucho más antiguos pertenecientes a religiones matriarcales como los que tienen por protagonistas a Ishtar e Inanna sugieren la existencia de un claro vínculo de “amoroso anhelo” entre la doncella y el rey del infierno.
En estas antiguas versiones religiosas, no es necesario que un oscuro dios se apodere de la doncella y se la lleve a rastras al mundo subterráneo. La doncella sabe que tiene que ir, sabe que todo eso forma parte del rito divino. Aunque tenga miedo, ya desde un principio quiere ir al encuentro del rey, su esposo del averno. Efectuando el descenso a su manera, se transforma, adquiere una profunda sabiduría y asciende de nuevo al mundo exterior.
Tanto el clásico mito de Perséfone como el núcleo del cuento de hadas de “La doncella manca” son dramas fragmentarios derivados de otros más completos que se describen en las religiones más antiguas. Lo que al principio era el ansia de encontrar al Amado del Mundo Subterráneo se convirtió en mitos posteriores en lujuria y rapto.
En la época de los grandes matriarcados se daba por hecho que una mujer sería conducida de manera natural al mundo subterráneo bajo la guía de los poderes de lo femenino profundo. Tal cosa se consideraba parte de su formación y el hecho de que adquiriera esta sabiduría gracias a la experiencia directa era un logro de primerísimo orden. La naturaleza de este descenso es el núcleo arquetípico tanto del cuento de hadas de “La doncella manca” como del mito de Deméter/Perséfone.
En el cuento, la doncella vaga por segunda vez como un animal mugriento. Ésta es la manera adecuada de descender, con una actitud de “Me importan muy poco las cosas del mundo”. Pero, como podemos ver, su belleza resplandece a pesar de todo. La idea de no lavarse también procede de los antiguos ritos cuya culminación es el baño y las nuevas vestiduras que representan el paso a una nueva o renovada relación con el Yo.
Vemos que la doncella manca ha pasado por todo el ciclo del descenso y la transformación, el ciclo del despertar. En algunos tratados de alquimia, se describen tres fases necesarias para la transformación: la nigredo, la negrura o la oscura fase de la disolución, la rubedo o la rojez de la fase sacrificial, y la albedo, la blancura de la fase de la resurrección. El pacto con el demonio era la nigredo, la fase de oscuridad; la mutilación de las manos era la rubedo, el sacrificio; y el abandono del hogar envuelta en gasas de color blanco, era la albedo, la nueva vida. Y ahora, como vagabunda que es, es arrojada de nuevo a la nigredo. Pero el antiguo yo ha desaparecido y el yo profundo, el yo natural, es la poderosa vagabunda (21).
Ahora la doncella no sólo va sucia sino que, además, está hambrienta. Se arrodilla delante del vergel como si éste fuera un altar, cosa que efectivamente es: el altar de los salvajes dioses del mundo subterráneo. Cuando descendemos a la naturaleza primaria, los antiguos y automáticos medios de alimentarnos desaparecen. Las cosas del mundo que nos alimentaban pierden el sabor. Nuestros objetivos ya no nos estimulan. Nuestros logros carecen de interés. Dondequiera que miremos en el mundo de arriba, no hay comida para nosotras. Por consiguiente, el hecho de que recibamos justo a tiempo la ayuda que necesitamos, constituye uno de los más puros milagros de la psique.
La vulnerable doncella recibe la visita de un emisario del alma, el espíritu vestido de blanco. El espíritu vestido de blanco elimina las barreras que le impiden alimentarse. Vacía el foso ajustando la compuerta. El foso tiene un significado oculto. Según los antiguos griegos, el río Estige separa la tierra de los vivos de la tierra de los muertos. Sus aguas están llenas de los recuerdos de todas las obras pasadas de los muertos desde el principio de los tiempos. Los muertos pueden descifrar los recuerdos y ordenarlos, pues su visión se ha agudizado como consecuencia de la pérdida del cuerpo material.
Pero, para los vivos, el río es un veneno. A no ser que lo crucen con un espíritu guía, se ahogan y descienden a otro nivel de ultratumba, donde vagarán por toda la eternidad en medio de la bruma. Dante tenía a Virgilio, Coatlicue tenía una serpiente viva que la acompañaba al mundo de fuego y la doncella manca tiene al espíritu vestido de blanco. Vemos por tanto que la mujer escapa primero de la madre no despierta y del torpe y codicioso padre y después se deja guiar por el alma salvaje.
En el cuento, el espíritu guía acompaña a la doncella manca al reino subterráneo de los árboles, al vergel del rey. Eso también es un vestigio de las antiguas religiones en las que siempre se asignaba un espíritu guía a los jóvenes iniciados. Los mitos griegos están llenos de doncellas acompañadas de lobas, leonas u otras figuras que eran sus iniciadoras. E incluso en los actuales ritos religiosos relacionados con la naturaleza como los de los diné (navajos), los misteriosos yeibecheis son fuerzas elementales de carácter animal que presiden la iniciación y los ritos de curación.
La idea psíquica que aquí se quiere transmitir es la de que el mundo subterráneo, como el inconciente de los seres humanos, está lleno de insólitas y llamativas figuras, imágenes, arquetipos, seducciones, amenazas, tesoros, torturas y pruebas. Es importante para el viaje de individuación de la mujer que ésta tenga sentido común espiritual o que cuente con la ayuda de un guía sensato para que no caiga en la fantasmagoría del inconciente y no se pierda en situaciones atormentadoras. Tal como vemos en el cuento, es más importante quedarse con el hambre y seguir el propio camino a partir de allí.
Como Perséfone y como las diosas de la Vida/Muerte/Vida, la doncella encuentra el camino que la conduce a una tierra de mágicos vergeles donde un rey la está esperando. Ahora la antigua religión empieza a brillar en el cuento con creciente intensidad. En la mitología griega (22) había dos árboles entrelazados a la entrada del averno, y los Campos Elíseos, el lugar en el que moraban los muertos que habían ido virtuosos en vida, ¿en qué consistían? En unos vergeles.
Los Campos Elíseos se describen como un lugar de perpetua luz diurna, en el que las almas pueden renacer en la tierra siempre que lo deseen. Es el doble del mundo superior. Aquí pueden ocurrir cosas muy difíciles, pero su significado y los conocimientos que proporciona, son distintos de los del mundo de arriba. En el mundo de arriba todo se interpreta a la luz de las simples ganancias y pérdidas. En el otro mundo o mundo subterráneo, todo se interpreta a la luz de los misterios de la verdadera visión, la obra adecuada y el desarrollo que lleva aparejado el hecho de convertirse en una persona de gran fuerza y sabiduría interior.
En el cuento la acción se centra ahora en el árbol frutal que en la antigüedad se llamaba el Árbol de la Vida, el Árbol de la Perspicacia, el Árbol de la Vida y la Muerte o el Árbol de la Ciencia. A diferencia de los árboles que tienen agujas u hojas, el árbol frutal ofrece abundante alimento, pero no sólo alimento, pues un árbol almacena agua en sus frutos. El agua, el líquido primordial del crecimiento y la continuidad, se absorbe por medio de las raíces que alimentan el árbol por acción capilar —una red de miles de millones de plexos celulares tan minúsculos que no son perceptibles a simple vista— y, al llegar al fruto, lo hincha y lo convierte en un objeto de belleza sin igual.
Debido a ello, se piensa que el fruto está dotado de alma y tiene una fuerza vital que se desarrolla a partir de cierta cantidad de agua, aire, tierra, alimento y semilla, cosas todas que contiene en parte, y, por si fuera poco, sabe divinamente bien. Las mujeres que se alimentan con el fruto, el agua y la semilla de la tarea de las selvas subterráneas se desarrollan psicológicamente de una manera similar. Su psique se ensancha y madura constantemente.
Como una madre que ofrece el pecho a su hijo, el peral del vergel se inclina para ofrecer su fruto a la doncella. Este jugo materno es el de la regeneración. El hecho de comer la pera alimenta a la doncella, pero hay algo todavía más conmovedor: el inconciente, su fruto, se inclina hacia ella para alimentarla. En este sentido, el inconciente deposita un beso en sus labios. Le da el sabor del Yo, el aliento y la sustancia de su propio dios salvaje, algo así como una comunión salvaje.
El saludo a María por parte de su prima Isabel (23) en el Nuevo Testamento es probablemente un resto de este antiguo entendimiento entre las mujeres: “Bendito el fruto de tu vientre”, le dice Isabel a María. En las más antiguas religiones nocturnas, la mujer que acababa de ser iniciada y estaba preñada de sabiduría, era recibida de nuevo en el mundo de los vivos con una hermosa bendición de sus parientas.
El mensaje más extraordinario del cuento es el de que, en los momentos más oscuros, el inconciente femenino, es decir, el inconciente uterino, la Naturaleza, alimenta el alma de la mujer. Las mujeres dicen que, en pleno descenso, se sienten rodeadas por la más lóbrega oscuridad, perciben el roce de la punta de un ala y experimentan una sensación de alivio. Notan que se está produciendo la alimentación interior y que un manantial de agua bendita inunda la tierra agrietada y reseca, pero ellas ignoran su procedencia. El manantial no alivia el sufrimiento sino que más bien alimenta cuando no hay otra cosa. Es el maná del desierto. Es el agua que brota de la roca. Es el alimento llovido del cielo. Sacia el hambre para que podamos seguir adelante. Y de eso precisamente se trata, de seguir adelante. De seguir adelante hasta llegar a nuestro destino de sabiduría.
El cuento resucita el recuerdo de una antiquísima promesa: la de que el descenso nos alimentará aunque todo esté oscuro, aunque tengamos la sensación de que nos hemos perdido. Aun en medio del no saber, el no ver, el “vagar a ciegas”, hay un “Algo”, un “Alguien” desordenadamente presente que nos acompaña. Si giramos a la izquierda, él también gira a la izquierda. Si giramos a la derecha, nos sigue de cerca, nos sostiene y nos ayuda a hacer el camino.
Ahora estamos en otra nigredo de un vagabundeo en el que no sabemos qué será de nosotras y, sin embargo, en esta apurada situación, se nos ofrece el alimento del Árbol de la Vida. El hecho de comer del Árbol de la Vida en el país de los muertos es una antigua metáfora de la fecundación. En la tierra de los vivos se creía que un alma se podía introducir en un fruto o cualquier otro comestible para que la futura madre lo comiera y ella se pudiera regenerar en su carne. Aquí pues, casi a medio camino, se nos ofrece el cuerpo de la Madre Salvaje a través de la sustancia de la pera y nosotras comemos aquello en lo que nosotras mismas llegaremos a convertirnos (24). La cuarta fase: El descubrimiento del amor
en el mundo subterráneo A la mañana siguiente el rey viene a contar sus peras. Falta una y el hortelano le revela lo que ha visto. “Anoche dos espíritus vaciaron el foso, entraron en el vergel bajo la luz de la luna y uno que era manco se comió la pera que el árbol le ofreció.”
Aquella noche el rey monta guardia con su hortelano y con su mago que sabe hablar con los espíritus. A medianoche la doncella aparece flotando por el bosque con sus sucios andrajos, su cabello desgreñado, el rostro surcado de tiznaduras de mugre y los brazos sin manos, acompañada del espíritu.
Una vez más, otro árbol se inclina y la doncella se come la pera que cuelga del extremo de la rama. El mago se acerca, pero no demasiado, y pregunta:
—¿Eres de este mundo o no eres de este mundo?
La doncella contesta:
—Antes era del mundo, pero no soy de este mundo.
El rey interroga al mago.
—¿Es un ser humano o es un espíritu?
El mago contesta que es ambas cosas. El rey corre hacia ella y le promete amor y lealtad:
—No te abandonaré. A partir de hoy, cuidaré de ti.
Se casan y él le manda hacer unas manos de plata.
El rey es una sagaz criatura del mundo de la psique subterránea. No es simplemente un viejo rey sino que es uno de los principales vigilantes del inconciente femenino. Vigila la botánica del crecimiento del alma; su vergel (que es también el de su madre) está lleno de árboles de la vida y de la muerte. El rey pertenece a la familia de los dioses salvajes. Como la doncella, es capaz de resistir muchas cosas. Y, como la doncella, tiene otro descenso por delante. Pero de eso ya hablaremos después.
En cierto modo, se podría decir que sigue los pasos de la doncella. La psique siempre vigila su propio proceso. Es una premisa sagrada. Significa que, cuando vagas sin rumbo, hay otro ser —por lo menos uno y, a menudo, más de uno— que está curtido y tiene experiencia y está aguardando que llames a la puerta, golpees tina piedra, te comas una pera o aparezcas sin más, para anunciar tu llegada al mundo subterráneo. Esta amorosa presencia monta guardia a la espera de que aparezca la buscadora que vaga sin rumbo. Las mujeres lo saben muy bien. Hablan de un destello de luz o de perspicacia, de un presentimiento o una presencia.
El hortelano, el rey y el mago son tres maduros símbolos del arquetipo masculino. Equivalen a la sagrada trinidad femenina representada por la madre, la doncella y la vieja bruja. En el cuento, las antiguas diosas triples o las tres—diosas—en—una están representadas de la siguiente manera: la doncella está simbolizada por la mujer manca, y la madre del rey, que entra en escena más adelante, es el símbolo de la madre y de la vieja bruja. El giro que confiere al cuento una apariencia “moderna” es la figura del demonio, que en los antiguos ritos de iniciación femenina estaba normalmente representado por la vieja en su doble naturaleza de aquella que da la vida y la quita. En este cuento el demonio es sólo el que quita la vida.
No obstante, en tiempos inmemoriales, lo más probable es que en este tipo de cuento la vieja interpretara el papel de la iniciadora que al mismo tiempo pone obstáculos a la joven y dulce heroína en su paso de la tierra de los vivos a la tierra de los muertos. Desde un punto de vista psíquico, todo eso concuerda con la psicología junguiana, la teología y las antiguas religiones nocturnas, según las cuales el Yo o, en nuestra forma de hablar, la Mujer Salvaje, siembra en la psique toda suerte de semillas y desafíos con el fin de que la mujer desesperada regrese a su naturaleza original en busca de respuestas y de fuerza, uniéndose de nuevo al gran Yo Salvaje para, a partir de aquel momento, actuar en la medida de lo posible como sí ambos fueran una sola cosa.
En cierto modo, esta distorsión del cuento distorsiona nuestra información acerca de los antiguos pasos que integraban el regreso de la mujer al mundo subterráneo. Pero, en realidad, esta sustitución de la vieja por el demonio resulta extremadamente importante para nosotras en la actualidad, pues, para poder descubrir los antiguos caminos que conducen al inconciente, nos vemos obligadas a menudo a luchar contra el demonio disfrazado de mandatos culturales, familiares o intrapsíquicos que devalúan la vida del alma de lo femenino salvaje. En este sentido, el cuento tiene un doble efecto; por un lado contiene los suficientes huesos del antiguo ritual como para que podamos reconstruirlo y, por otro, nos muestra de qué manera el depredador natural trata de apartarnos de los derechos que nos corresponden y de arrebatarnos las tareas del alma.
Los principales autores de la transformación presentes en el vergel en este momento son, en orden aproximado de aparición: la doncella, el espíritu vestido de blanco, el hortelano, el rey, el mago, la madre/ vieja y el demonio. Éstos simbolizan tradicionalmente las siguientes fuerzas intrapsíquicas: LA DONCELLA Tal como ya hemos visto, la doncella simboliza la sincera psique previamente dormida. Pero la heroína— guerrera permanece oculta bajo su dulce capa exterior. Tiene la resistencia propia de la loba solitaria. Es capaz de soportar la suciedad, la mugre, la traición, el daño, la soledad y el exilio de la iniciada. Es capaz de vagar sin rumbo por el mundo subterráneo y de regresar enriquecida al mundo de arriba. Aunque al iniciar el descenso quizá no pueda formularlas con claridad, está siguiendo las instrucciones y las directrices de la Vieja Madre, de la Mujer Salvaje. EL ESPIRITU VESTIDO DE BLANCO En todas las leyendas y todos los cuentos de hadas, el espíritu vestido de blanco es el guía, el que posee una dulce sabiduría innata y que es algo así como el explorador del viaje de la mujer. Entre algunas mesemondók, este espíritu se consideraba un fragmento de un antiguo y valioso dios despedazado que seguía encarnándose en los seres humanos. Por su atuendo, el espíritu vestido de blanco guarda estrecha relación con la miríada de diosas de la Vida/Muerte/Vida de las distintas culturas, todas ellas esplendorosamente vestidas de blanco: La Llorona, Berchta, Hel, etc. Lo cual quiere decir que el espíritu vestido de blanco es un auxiliar de la madre/vieja que, en la psicología arquetípica, es también la diosa de la Vida/Muerte/Vida. EL HORTELANO El hortelano es el cultivador del alma, un guardián regenerador de la semilla, la tierra y la raíz. Es similar al Kokopelli de los indios hopi, un espíritu jorobado que cada primavera se presenta en las aldeas y fertiliza no sólo las cosechas sino también a las mujeres. La función del hortelano es la regeneración. La psique de la mujer tiene que sembrar, desarrollar y cosechar constantemente nueva energía para poder sustituir la vieja y gastada. Hay una natural entropía, o desgaste y utilización, de los componentes psíquicos. Es bueno que así sea y así debería funcionar la psique, pero hay que tener nueva energía lista para sustituir a la vieja. Éste es el papel del hortelano en la tarea de la psique. Lleva la cuenta de la necesidad de cambio y reabastecimiento. En el interior de la psique, hay vida constante, constante enfrentamiento con la muerte y constante sustitución de ideas, imágenes y energías. EL REY El rey (25) representa un tesoro de sabiduría en el mundo subterráneo. Posee la capacidad de sacar la sabiduría interior al mundo exterior y ponerla en práctica sin disimulos, murmullos o disculpas. El rey es el hijo de la madre/vieja. Como ella y probablemente siguiendo su ejemplo, interviene en el mecanismo del proceso vital de la psique: el debilitamiento, la muerte y el regreso de la conciencia. Más adelante, cuando vaga en busca de su reina perdida, experimentará una especie de muerte que lo transformará de un rey civilizado en un rey salvaje. Encontrará a su reina y renacerá. En términos psíquicos eso significa que las antiguas actitudes centrales de la psique morirán cuando la psique adquiera nuevos conocimientos. Las antiguas actitudes serán sustituidas por nuevos o renovados puntos de vista acerca de casi todo lo que constituye la vida de la mujer. En este sentido, el rey simboliza la renovación de las actitudes y leyes dominantes de la psique femenina. EL MAGO El mago o brujo (26) que acompaña al rey para interpretar lo que éste ve simboliza la magia directa del poder de la mujer. Cosas como el recuerdo instantáneo, la visión a mil leguas de distancia, la capacidad de oír desde miles de kilómetros o de captar lo que hay detrás de los ojos de un ser —humano o animal— son cualidades propias de lo femenino instintivo. Es el mago quien participa de ellas y quien tradicionalmente ayuda a conservarlas y ponerlas en práctica en el mundo exterior. Aunque el mago también puede ser una maga, aquí es una poderosa figura masculina similar al valeroso hermano de los cuentos de hadas que, por amor a su hermana, es capaz de hacer cualquier cosa para ayudarla. El mago siempre posee un potencial ambivalente. En los sueños y en los cuentos se presenta indistintamente como hombre o como mujer. Puede ser macho, hembra, animal o mineral y cambiar de disfraz con tanta soltura como la vieja, su réplica femenina. En la vida conciente, el mago ayuda a la mujer a convertirse en lo que quiera y a representarse a sí misma como quiera en un momento determinado. LA REINA MADRE/VIEJA En este cuento la reina madre/vieja es la madre del rey. Esta figura simboliza muchas cosas, entre ellas la fecundidad, la inmensa capacidad de ver los trucos del depredador y de atemperar las maldiciones. La palabra “fecundidad”, que suena como un tambor cuando se pronuncia en voz alta, significa algo más que fertilidad; quiere decir fecundable a la manera en que es fecundable la tierra. Es aquella tierra negra en la que brilla la mica, las negras y peludas raíces y toda la vida anterior, desmenuzada en un aromático mantillo. La palabra “fertilidad” contiene el significado de las semillas, los huevos, los seres y las ideas. La fecundidad es la materia esencial en la que se depositan, preparan, calientan, incuban y guardan las semillas. Es por eso por lo que la vieja madre es designada a menudo con sus nombres más antiguos —Madre Polvo, Madre Tierra, Mam y Ma—, pues ella es el abono que hace nacer las ideas. EL DEMONIO En este cuento, la doble naturaleza del alma de la mujer, que la acosa y la sana al mismo tiempo, ha sido sustituida por una sola figura, la del demonio. Tal como ya hemos dicho anteriormente, esta figura del demonio representa al depredador natural de la psique femenina, un aspecto contra natura que se opone al desarrollo de la psique y trata de matar el alma. Es una fuerza separada de su otra faceta, la que da la vida. Una fuerza que se tiene que vencer y reprimir. La figura del demonio no es lo mismo que otra fuente natural de acoso y hostigamiento también presente en la psique femenina y que yo llamo el álter—alma. El álter—alma opone resistencia y es positiva. Aparece a menudo en los sueños femeninos, los cuentos de hadas y los mitos como una figura que cambia constantemente de aspecto y que magnetiza y atormenta a la mujer hasta obligarla a efectuar un descenso que, en condiciones ideales, culmina en una reunión con sus recursos más profundos. Por consiguiente, en este vergel del mundo subterráneo se va a producir la unión de estas poderosas partes de la psique, tanto masculinas como femeninas. Forman una conjunctio. La palabra procede de la alquimia y significa una más elevada unión transformativa de sustancias dispares. Cuando estos contrarios se frotan conjuntamente se produce la activación de ciertos procesos intrapsíquicos. Actúan como el pedernal que se frota contra la piedra para encender el fuego. A través de la conjunción y la presión de elementos dispares que habitan en el mismo espacio psíquico se produce la energía del alma, la perspicacia y la sabiduría.
La presencia del tipo de conjunctio que se produce en el cuento marca la activación de un lujuriante ciclo de la Vida/Muerte/Vida. Cuando se produce esta insólita y valiosa reunión, sabemos que está a punto de ocurrir una muerte espiritual, que es inminente un matrimonio espiritual y que nacerá una nueva vida. Estos factores predicen lo que va a ocurrir. La conjunctio no es algo que se pueda ir a buscar. Es algo que ocurre como consecuencia de un intenso esfuerzo.
Así pues, envueltas en nuestras vestiduras cubiertas de barro, bajamos por un camino que jamás habíamos visto mientras la señal de la naturaleza salvaje brilla cada vez con más fulgor a través de nosotras. Hay que decir que esta conjunctio requiere una drástica revisión de lo que una ha sido hasta ahora. Si estamos en el vergel y podemos identificar la presencia de estos aspectos psíquicos, ya no hay vuelta atrás, tenemos que seguir adelante.
¿Qué más podemos decir acerca de las peras? Están ahí para las que tienen hambre durante su largo viaje al mundo subterráneo. Tradicionalmente se utilizan distintos frutos para simbolizar el vientre femenino, casi siempre peras, manzanas, higos y melocotones, aunque, por regla general, cualquier objeto que tenga forma exterior e interior y en cuyo centro haya semillas de las que pueda surgir algo vivo —huevos, por ejemplo— puede representar esta capacidad de la “vida dentro de la vida” de lo femenino. Las peras del cuento representan arquetípicamente un estallido de nueva vida, una semilla de un nuevo yo.
En muchos mitos y cuentos de hadas los árboles frutales se encuentran bajo el dominio de la Gran Madre, la vieja Madre Salvaje, y el rey y sus hombres son los mayordomos. Las peras del jardín están numeradas, pues en este proceso transformativo se tienen en cuenta todos los detalles. No es un designio ciego. Todo está registrado y controlado. La vieja Madre Salvaje sabe cuántas sustancias transformativas posee. El rey viene para contar las peras, no en celoso gesto de posesión sino en su afán de descubrir si ha llegado alguien nuevo al mundo subterráneo para comenzar su profundo proceso de iniciación. El mundo del alma siempre espera al principiante y al que vaga sin rumbo.
La pera que se inclina para alimentar a la doncella es como una campana que repica en el vergel del mundo subterráneo, convocando todas las fuerzas y las fuentes, al rey, al mago, al hortelano y, finalmente, a 1a anciana madre; todos corren a saludar, sostener y ayudar a la principiante.
Las figuras santas de todos los tiempos nos aseguran y confirman que, en el transformativo camino abierto ya hay “un lugar preparado para nosotras”. Y el destino nos arrastra o nos empuja a este lugar con la ayuda del rastro y la intuición. Todas acabamos llegando al vergel del rey. Tal como debe ser.
En este episodio, los tres atributos masculinos de la psique femenina —el jardinero, el rey y el mago— son los vigilantes que interrogan y prestan su auxilio durante el viaje por el mundo subterráneo donde nada es lo que parece al principio. Cuando el aspecto regio de la psique subterránea femenina averigua que ha habido un cambio en la disposición del vergel, se presenta en compañía del mago de la psique que comprende las cuestiones de los mundos humano y espiritual y sabe distinguir entre los distintos aspectos psíquicos del inconciente.
Así pues, ambos contemplan cómo el espíritu vuelve a vaciar el foso. Tal como ya hemos dicho antes, el foso tiene un significado simbólico similar al del Éstige, el río venenoso en el que las almas de los muertos eran trasladadas desde la tierra de los vivos al país de los muertos. El río no era venenoso para los muertos sino tan sólo para los vivos. Hay que guardarse por tanto de la sensación de descanso y cumplimiento que puede inducir a los seres humanos a pensar que una obra espiritual o la conclusión de un ciclo espiritual es un punto en el que uno se puede detener y dormir para siempre en sus laureles. El foso es un lugar de descanso para los muertos, un cumplimiento al que se llega al término de la vida, pero la mujer viva no puede permanecer mucho tiempo cerca de él, pues se podría adormilar en los ciclos que configuran el alma (27).
A través de este símbolo del río circular que es el foso el cuento nos advierte de que esta agua no es un agua cualquiera sino un agua especial, Es un agua que marca una frontera como el círculo de tiza que la doncella había trazado para alejar al demonio. Cuando alguien cruza un círculo o penetra en su interior, entra o pasa a través de otro estado de ser y de otro estado de conciencia o ausencia de ella,
Aquí la doncella pasa a través de un estado de inconsciencia reservado a los muertos. No tiene que beber el agua ni vadearla sino cruzar su lecho seco. Puesto que la mujer tiene que atravesar la tierra de los muertos en sentido descendente, a veces se desorienta y cree que morirá para siempre. Pero no es así. Su misión es atravesar la tierra de los muertos como una criatura viva, pues en eso consiste la conciencia.
Por consiguiente, el foso es un símbolo muy importante y el hecho de que el espíritu del cuento lo vacíe nos ayuda a comprender qué tenemos que hacer en nuestro viaje. No tenemos que tendemos a dormir, satisfechas de lo que hemos hecho hasta ahora en nuestra tarea. Tampoco tenemos que arrojarnos al río en un insensato intento de acelerar el proceso. Hay una muerte con “m” minúscula y una Muerte con “M” mayúscula. La que busca )a psique en este proceso de los ciclos de la Vida/Muerte/Vida es la muerte por un instante, no La Muerte Eterna.
El mago se acerca al espíritu y a la joven, pero no demasiado. Y pregunta:
—¿Eres de este mundo o no eres de este mundo?
Y la doncella, vestida con los andrajos propios de una criatura despojada de su ego y acompañada por el cuerpo resplandecientemente blanco de un espíritu, le contesta al mago que se encuentra en la tierra de los muertos a pesar de que está viva.
—Antes era del mundo y, sin embargo, no soy de este mundo.
Cuando el rey le pregunta al mago: “¿Es un ser humano o es un espíritu?”, el mago le contesta que es ambas cosas.
La críptica respuesta de la doncella, da fe de que ésta pertenece a la tierra de los vivos pero está entrando en la cadencia de la Vida/Muerte/ Vida y, como consecuencia de ello, es un ser humano en fase de descenso y, al mismo tiempo, una sombra de su antiguo yo. Puede vivir en el tiempo del mundo de arriba, pero la obra de la transformación se produce en el mundo subterráneo y ella puede vivir en los dos como La Que Sabe. Todo eso se hace para que ella aprenda y abra el camino que conduce al verdadero yo salvaje.
Para ahondar en el significado del material de la Doncella Manca, he aquí unas cuantas preguntas que ayudarán a las mujeres a comprender sus viajes al mundo subterráneo. Las preguntas están formuladas de tal manera que se pueden contestar tanto individual como colectivamente. La formulación de preguntas crea una luminosa red que se teje cuando las mujeres hablan entre sí, arrojan esta red a su mente colectiva y la sacan llena de relucientes, inertes, estranguladas, fluctuantes y anhelantes formas de sus vidas interiores de mujeres para que todo el mundo las vea y pueda trabajar con ellas.
Cuando se contesta a una pregunta, siguen otras y, para aprender más, respondemos también a las siguientes. He aquí algunas de las preguntas: ¿Cómo se puede vivir diaria y simultáneamente en el mundo exterior y en el subterráneo? ¿Qué hay que hacer para descender al mundo subterráneo por la propia cuenta? ¿Qué circunstancias de la vida ayudan a la mujer a efectuar el descenso? ¿Podemos elegir entre bajar o quedarnos arriba? ¿Qué ayuda espontánea hemos recibido de la naturaleza instintiva durante este período?
Cuando las mujeres (o los hombres) se encuentran en este estado de doble ciudadanía, a veces cometen el error de pensar que lo mejor que se puede hacer es apartarse del mundo exterior con las ineludibles obligaciones y tareas que éste nos impone y que tanta irritación nos causan. Sin embargo, éste no es el mejor camino, pues en tales circunstancias el mundo exterior es la única cuerda atada al tobillo de la mujer que anda sin rumbo y trabaja colgada boca abajo en el mundo subterráneo. Se trata de un período extremadamente importante en el que lo del mundo exterior tiene que desempeñar el papel que le corresponde, creando una tensión y un equilibrio “de otro mundo” que nos ayuden a alcanzar un final positivo.
Por eso vagamos sin rumbo por el camino, preguntándonos —más bien musitando para nuestros adentros, si hemos de ser sinceras— “¿Soy de este mundo o del otro?”, y contestando “Soy de los dos”. Y pensamos en ello mientras proseguimos nuestra marcha. Una mujer que se encuentra en semejante proceso tiene que pertenecer a ambos mundos. Precisamente el hecho de vagar sin rumbo de esta manera es lo que nos ayuda a vencer los últimos vestigios de resistencia y arrogancia y a acallar las últimas objeciones que pudiéramos poner, pues este tipo de vagabundeo resulta agotador. Pero, al mismo tiempo, este tipo de cansancio nos induce a abandonar finalmente los temores y ambiciones del ego y a aceptar lo que viene. Gracias a ello, nuestra comprensión del período que hemos pasado en las selvas subterráneas será profunda y total.
En el cuento, la segunda pera se inclina para alimentar a la doncella y, puesto que el rey es el hijo de la vieja Madre Salvaje y el vergel le pertenece a ella, la joven está saboreando, en realidad, los frutos de los secretos de la vida y la muerte. Puesto que el fruto es una imagen primordial de los ciclos del florecimiento, el desarrollo, la maduración y el declive, el hecho de comerlo inserta en la iniciada un reloj o cronómetro psíquico que conoce las pautas de la Vida/Muerte/Vida y que, a partir de este instante, suena cuando llega el momento de que muera una cosa e inmediatamente centra su atención en el nacimiento de otra.
¿Cómo encontramos la pera? Sumergiéndonos en los misterios de lo femenino, en los ciclos de la tierra, los insectos, los animales, los pájaros, los árboles, las flores, las estaciones, el fluir de los ríos y los niveles de sus aguas, en el pelaje de los animales, más o menos tupido según las estaciones, en los ciclos de la opacidad y la transparencia de nuestros procesos de individuación y en nuestros ciclos de necesidad y disminución de la sexualidad, en la religión, el ascenso y el descenso.
Comer la pera significa alimentar nuestra profunda hambre de escribir, pintar, esculpir, tejer, soltar nuestro discurso, defender algo, exponer esperanzas, ideas y creaciones que jamás se hayan visto en este mundo. Resulta extremadamente nutritivo volver a integrar en nuestra vida moderna todas las pautas y principios de sensibilidad innata y todos los ciclos que ahora enriquecen nuestra vida.
Ésta es la verdadera naturaleza del árbol psíquico: crece, se nos ofrece, lo usamos, deja semillas de nuevas cosas, nos ama. Tal es el misterio de la Vida/Muerte/Vida. Es una antigua e inquebrantable pauta anterior al agua y la luz. Sabemos que, una vez que se aprenden los ciclos y sus representaciones simbólicas, ya sean éstas la pera, el árbol, el vergel, las fases y períodos de la vida de la mujer, éstos se repiten una y otra vez y siempre de la misma manera. La pauta es la siguiente: En todo este morir hay una inutilidad que, cuando buscamos nuestro camino, se transforma en utilidad. La sabiduría que adquirimos se manifiesta a medida que proseguimos nuestro avance. En todo lo que vive, la pérdida lleva consigo una ganancia. Nuestra tarea es interpretar este ciclo de la Vida/Muerte/Vida, vivirlo con todo el entusiasmo que podamos, aullar como un perro enloquecido cuando ello no sea posible y seguir adelante, pues, al final de nuestro camino, se encuentra la amorosa familia subterránea de la psique que nos acogerá en sus brazos y nos prestará su ayuda.
El rey ayuda a la doncella a vivir mejor en el mundo subterráneo de su tarea. Y es bueno que así sea, pues a veces durante el descenso la mujer se siente no tanto una neófita cuanto un pobre monstruo que se ha escapado involuntariamente del laboratorio del médico loco. Pero desde su privilegiado punto de observación las figuras del mundo subterráneo nos ven como una hermosa forma de vida que trata por todos los medios de seguir adelante. Desde el punto de vista del mundo subterráneo somos una vigorosa llama que golpea contra un cristal oscuro con el propósito de romperlo y alcanzar la libertad. Y todas las fuerzas de nuestro hogar subterráneo corren a nuestro encuentro para sostenernos.
En los relatos antiguos el propósito del descenso de la mujer al mundo subterráneo era el de casarse con el rey (en algunos ritos no había ningún rey y la neófita se casaba probablemente con alguna representación de la Mujer Salvaje del mundo subterráneo) y en este cuento vemos un vestigio de este hecho cuando el rey ve a la doncella y se enamora inmediatamente de ella sin la menor vacilación. La reconoce como suya no a pesar de su carencia de manos y del lamentable estado salvaje en que se encuentra sino precisamente por eso. El tema del profundo desvalimiento en el que la mujer se siente no obstante tan apoyada sigue desarrollándose. Aunque vaguemos sin rumbo, sucias, abandonadas, mancas y medio ciegas, una gran fuerza del Yo nos ama y nos estrecha apretadamente contra su pecho.
Las mujeres que se encuentran en tal estado experimentan a menudo una gran emoción, la misma que experimenta una mujer que encuentra finalmente a un compañero que es justo lo que ella soñaba. Es un momento extraño, un momento paradójico, pues estarnos sobre la tierra y, al mismo tiempo, debajo de ella. Vagamos sin rumbo pero somos amadas. No somos ricas pero nos dan de comer. En términos junguianos dicho estado se denomina la “tensión de los contrarios”, en la que algo de cada polo de la psique se multiplica en determinado momento y crea un nuevo territorio. En la psicología freudiana es una “bifurcación”, en la que la disposición o actitud esencial de la psique se divide en dos polaridades: blanco y negro, bueno y malo. Entre las cuentistas de mi cultura, este estado se llama nacer dos veces. Es el momento en que se produce un segundo nacimiento a través de una fuente mágica, después del cual el alma se proclama heredera de dos estirpes, una perteneciente al mundo físico y otra al mundo invisible.
El rey dice que la protegerá y la amará. Ahora la psique ya ha alcanzado un mayor grado de conciencia; habrá un matrimonio muy interesante entre el rey vivo de la tierra de los muertos y la mujer manca de la tierra de los vivos. Un matrimonio entre dos seres tan dispares pondría a dura prueba un profundo amor entre dos personas, ¿verdad? Pero este matrimonio guarda relación con todos los picarescos matrimonios de los cuentos de hadas en los que se unen dos vidas muy fuertes pero extremadamente distintas. La cenicienta y el príncipe, la mujer y el oso, la joven y la luna, la doncella foca y el pescador, la doncella del desierto y el coyote. El alma absorbe la sabiduría de cada parte. Eso es lo que significa nacer dos veces.
Tanto en las bodas de los cuentos de hadas como en las del mundo de arriba, el gran amor y la unión entre dos seres distintos puede durar eternamente o sólo hasta que se completa la lección. En la alquimia el matrimonio entre los contrarios significa que muy pronto habrá una muerte y un nacimiento, tal como veremos más adelante en este cuento.
El rey ordena que le hagan a la doncella unas manos espirituales que actuarán en su nombre en el mundo subterráneo. Al llegar a esta fase la mujer adquiere la destreza necesaria para hacer el viaje; su sumisión a él es total, ha recuperado el sentido de la orientación y también la destreza manual. La destreza manual en el mundo subterráneo se adquiere llamando, dirigiendo, consolando y recurriendo a los poderes de este mundo, pero también rechazando los aspectos negativos como la somnolencia y otros parecidos. Si el símbolo de la mano en el mundo de arriba lleva un radar sensorial, la mano simbólica en el mundo subterráneo puede ver en la oscuridad y a través del tiempo.
La idea de sustituir las partes perdidas con extremidades de Plata, oro o madera tiene una larguísima tradición de muchos siglos. En los cuentos de hadas de Europa y de las regiones circumpolares, la orfebrería es el arte de los homunculi, los duendes, los dvergar, los espíritus domésticos, los trasgos y los elfos, que, traducidos en términos psicológicos, son los aspectos elementales del espíritu que habitan en lo más profundo de la psique y extraen de ella valiosas ideas. Todas estas criaturas son unos pequeños psicopompos, es decir, unos mensajeros intermediarios entre la fuerza del alma y los seres humanos. Desde tiempos inmemoriales, los objetos fabricados con metales preciosos se asocian con esos industriosos y a menudo malhumorados huroneros. Es un ejemplo más de la actuación de la psique en nuestro nombre, aunque nosotras no estemos constantemente presentes en los distintos talleres.
Como en todas las cosas del espíritu, las manos de plata están cargadas de historia y misterio. Existen numerosos mitos y cuentos en los que se describe el origen de las mágicas prótesis y se revela quién las formó, quién hizo los moldes, quién las transportó, hizo el vaciado, las dejó enfriar, las pulió y las acopló. En la Grecia clásica, la plata es uno de los metales preciosos de la fragua de Hefesto. Como la doncella, el dios Hefesto fue mutilado en unas circunstancias dramáticas relacionadas con sus progenitores. Es probable que Hefesto y el rey del cuento sean figuras intercambiables. Hefesto y la doncella de las manos de plata son hermanos arquetípicos; ambos tienen unos padres que no comprenden su valor. Cuando nació Hefesto, su padre Zeus exigió que fuera cedido en adopción y su madre Hera accedió a hacerlo, por lo menos hasta que el niño creciera. Después lo devolvió al Olimpo. El joven se había convertido en un platero y orfebre de asombrosa habilidad. Se produjo una discusión entre Zeus y Hera, pues Zeus estaba celoso de su hijo. Hefesto se puso del lado de su madre en la discusión y Zeus arrojó al muchacho al pie del monte, destrozándole las piernas.
El lisiado Hefesto no se dio por vencido y se negó a morir. Encendió la hoguera más grande que jamás hubiera habido en su fragua y se hizo unas piernas de plata y oro de rodillas para abajo. Forjó toda suerte de objetos mágicos y se convirtió en el dios del amor y de la restauración mística. Se podría decir que es el patrón de los objetos y las personas que se desmembran, se rompen, se quiebran, se agrietan, se desportillan y se deforman. Muestra un especial afecto por los que nacen tullidos y por aquellos cuyos corazones o sueños están rotos.
A todos les aplica los remedios que forja en su prodigiosa fragua, reparando, por ejemplo, un corazón con venas de oro puro, fortaleciendo una extremidad lisiada con un revestimiento de plata y otorgándole la mágica capacidad de suplir las deficiencias provocadas por la lesión.
No es una simple casualidad que los tuertos, los cojos, los mancos y todos aquellos que sufren alguna deficiencia física hayan sido apreciados a lo largo del tiempo por su sabiduría especial. Su lesión o deficiencia los obliga a una edad muy temprana a entrar en ciertas partes de la psique normalmente reservadas a los muy ancianos. Y todos ellos se encuentran bajo la amorosa protección de Hefesto, el artesano de la psique. Una vez creó doce doncellas que podían caminar, hablar y conversar y cuyas extremidades eran de oro y plata. Cuenta la leyenda que se enamoró de una de ellas y pidió a los dioses que la convirtieran en un ser humano, pero ésa ya es otra historia.
Recibir unas manos de plata es adquirir las habilidades de las manos espirituales, el toque curativo, la capacidad de ver en la oscuridad y la posesión de una poderosa sabiduría a través de la percepción física. Estas manos encierran en sí toda una médica psíquica, con la que alimentan, remedian y sostienen. Al llegar a esta fase la doncella ya ha adquirido el toque de la curandera herida. Las manos psíquicas le permitirán captar mejor los misterios del mundo subterráneo, pero serán conservadas como un regalo cuando ella finalice su tarea y ascienda de nuevo al mundo de arriba.
En esta fase del descenso suelen producirse unos misteriosos, extraños y curativos actos que no dependen de la voluntad del ego y son el resultado de las manos espirituales, es decir, de un místico vigor curativo. En tiempos antiguos, estas aptitudes místicas correspondían a las ancianas de las aldeas, pero éstas no las adquirían en el momento en que les salían las primeras canas; las iban acumulando a lo largo de muchos años de duro esfuerzo y resistencia. Y en eso estamos también nosotras.
Se podría decir que las manos de plata representan la coronación de la doncella en un nuevo papel. Pero no se trata de la coronación de su cabeza sino del acoplamiento de unas manos de plata a los muñones de sus brazos. Ésta es su coronación como reina del mundo subterráneo. Para aplicar ahora un poco más de paleomitología, recordemos que en la mitología griega Perséfone no sólo era la hija de su madre sino también la reina de la tierra de los muertos.
En otros relatos menos conocidos acerca de ella, Perséfone sufre distintos tormentos como, por ejemplo, permanecer colgada durante tres días del Árbol del Mundo con el fin de redimir las almas que no han sufrido lo bastante como para que sus espíritus adquieran más profundidad. El eco de este Cristo/Crista es perceptible en “La doncella manca”. El paralelismo se intensifica si tenemos en cuenta que el significado de los Campos Elíseos, la morada de Perséfone en el mundo subterráneo, es “el país de las manzanas” —alisier es la denominación pre—gala de sorb, manzana— y que la artúrica Avalon también significa lo mismo. La doncella manca está directamente asociada con el manzano en flor.
Se trata de una antigua criptología. Cuando aprendemos a descifrarla, vemos que Perséfone la del país de las manzanas, la doncella manca y el manzano en flor son el mismo habitante de las tierras salvajes. Vemos en ellos que los cuentos de hadas y los mitos nos han dejado un mapa muy claro de los conocimientos y las prácticas del pasado y de nuestra manera de proceder en el presente.
Ahora, al final de la cuarta fatiga de la doncella manca, podríamos decir que el descenso de la doncella ya se ha completado, pues ésta ha sido nombrada reina de la vida y la muerte. Es la mujer lunar que sabe lo que ocurre durante la noche y hasta el sol tiene que pasar por delante de ella en el mundo subterráneo para poder renovarse con vistas al nuevo día. Pero eso todavía no es la lysis, la conclusión. Sólo estamos en el punto central de la transformación, un lugar en el que se nos sostiene amorosamente, pero listas para sumergirnos lentamente en otro abismo. Por consiguiente, tenemos que seguir. La quinta fase: El tormento del alma El rey se va a la guerra a un reino lejano, le pide a su madre que cuide de la joven reina y que le envíe un mensaje en caso de que su esposa tenga un hijo. La joven reina da a luz a una preciosa criatura y envía el venturoso mensaje. Pero el mensajero se queda dormido junto al río, aparece el demonio y cambia el mensaje por otro que dice “La reina ha dado a luz un hijo que es medio perro”.
Horrorizado, el rey envía, sin embargo, un mensaje de respuesta, pidiendo que se ame a la reina y se la atienda en aquella amarga hora. El mensajero vuelve a quedarse dormido junto al río, aparece otra vez el demonio y cambia el mensaje por otro que dice “Matad a la reina y a su hijo”. La anciana madre, aterrorizada ante aquella petición, envía a otro mensajero para confirmarla y el mensajero va y viene, quedándose cada vez dormido junto al río. Los mensajes cambiados por el demonio son cada vez más horrendos. El último de ellos dice “Conservad la lengua y los ojos de la reina como prueba de que ha muerto”.
La madre del rey se niega a matar a la dulce y joven reina. En su lugar, sacrifica una paloma y guarda los ojos y la lengua. Después ayuda a la joven reina a atarse la criatura al pecho y, cubriéndola con un velo, le dice que huya para salvar la vida. Ambas mujeres se echan a llorar y se despiden con un beso.
Como Barba Azul, Jasón, el famoso héroe del vellocino de oro, el hidalgo de “La Llorona” y los esposos/amantes de los cuentos de hadas y la mitología, el rey se casa y se va a tierras lejanas. ¿Por qué estos míticos esposos se alejan después de la noche de bodas? El motivo es distinto en cada relato, pero el hecho psíquico esencial es el mismo. La regia energía de la psique disminuye y retrocede para que pueda producirse la siguiente fase del proceso de la mujer: la puesta a prueba de su recién encontrada posición psíquica. En el caso del rey, éste no la ha abandonado, pues su madre la cuida en su ausencia.
El siguiente paso es la formación de la relación de la doncella con la anciana Madre Salvaje y el alumbramiento. Aquí se pone a prueba el vínculo amoroso entre la doncella y el rey y entre la doncella y la anciana madre. Uno de los vínculos es el del amor entre polos opuestos y el otro es el del amor del profundo Yo femenino.
La partida del rey es un leitmotiv universal de los cuentos de hadas. Cuando experimentamos no una retirada del apoyo sino una disminución de la cercanía de dicho apoyo, podemos tener la certeza de que está a punto de empezar un período de prueba en el que tendremos que alimentarnos exclusivamente con la memoria del alma hasta que se produzca el regreso del amado. En tales circunstancias, nuestros sueños nocturnos, sobre todo los más sorprendentes y penetrantes, serán el único amor que tendremos durante algún tiempo.
He aquí algunos de los sueños que, a juicio de las mujeres, las ayudaron enormemente durante esta fase.
Una simpática y dinámica mujer de mediana edad soñó que veía en el cieno de la tierra un par de labios y que, al sentarse ella en el suelo, aquellos labios le hablaban en susurros y después la besaban inesperadamente en la mejilla.
Otra mujer que trabajaba con ahínco tuvo un sueño engañosamente sencillo: se pasaba toda una noche durmiendo como un tronco. Al despertar de aquel sueño, se sintió totalmente descansada y en todo su cuerpo no había ni un solo músculo, nervio o célula fuera de su sitio.
Otra mujer soñó que la operaban a corazón abierto y que la sala de quirófano carecía de techo, por lo que la luz que la iluminaba era la del sol. Sintió que la luz del sol le acariciaba el corazón y oyó decir al cirujano que la operación ya no era necesaria.
Esta clase de sueños son experiencias de la naturaleza salvaje femenina y de Aquella que lo ilumina todo. Emocional y a menudo físicamente profundos, son unos estados parecidos a unas reservas ocultas de alimento, a las que podernos recurrir cuando escasea el sustento espiritual.
Mientras el rey se aleja en pos de su aventura, su aportación psíquica al descenso de la doncella se mantiene inalterada gracias al amor y el recuerdo. La doncella comprende que el regio principio del mundo subterráneo tiene un compromiso con ella y no la dejará abandonada, tal como le prometió antes de casarse, Al llegar a esta fase la mujer suele estar “llena de su Yo”. Está embarazada, lo cual significa que está llena de una naciente idea acerca de lo que será su vida, siempre y cuando no interrumpa su tarea. Es un período mágico y desalentador tal como tendremos ocasión de ver, pues se trata de un ciclo de descensos, en el que siempre hay otro a la vuelta de la esquina.
A causa de este estallido de nueva vida, la existencia de la mujer sufre un nuevo tropiezo cerca del borde y la mujer vuelve a lanzarse al abismo. Pero esta vez el amor de lo masculino interior y el viejo Yo salvaje la sostienen como jamás la habían sostenido anteriormente.
La unión del rey y la reina del mundo subterráneo produce una criatura. Una criatura creada en el mundo subterráneo es mágica y tiene todo el potencial que se suele asociar con el mundo subterráneo, como, por ejemplo, un oído muy fino y una innata sensibilidad, pero aquí está en su fase de anlage o de “aquello que será”. Aquí es cuando a las mujeres que están realizando el viaje se les ocurren sorprendentes ideas que algunos podrían calificar de grandiosas, pues son el resultado de unos ojos nuevos y juveniles y de unas nuevas expectativas. Entre las muy jóvenes podría ser algo tan sencillo como descubrir nuevos intereses y nuevas amistades. En el caso de mujeres más maduras puede ser toda una tragicómica epifanía de divorcio, recuperación y posterior existencia feliz hecha a la medida.
La criatura espiritual induce a las mujeres sedentarias a practicar el alpinismo en los Alpes a los cuarenta y cinco años. La criatura espiritual induce a una mujer obsesionada con la cera de abrillantar los suelos a matricularse en la universidad. La criatura espiritual hace que las mujeres que pierden el tiempo con tareas seguras se echen al camino con la espalda inclinada bajo el peso de sus mochilas.
El alumbramiento psíquico equivale a convertirse en una misma, es decir, a ser una psique indivisa. Antes del nacimiento de esta nueva vida en el mundo subterráneo, es muy probable que una mujer piense que todas las partes y personalidades de su interior son algo así como un batiburrillo de vagabundos que entran y salen de su vida. En el alumbramiento del mundo subterráneo, una mujer aprende que todo lo que la roza forma parte de ella. A veces cuesta llevar a cabo esta diferenciación de todos los aspectos de la psique, sobre todo cuando las tendencias y los impulsos nos repelen. El reto de amar los aspectos poco atractivos de nuestra personalidad constituye una empresa tan ardua como la más difícil que pueda haber llevado a cabo cualquier heroína.
A veces tememos que el hecho de identificar más de un yo en el interior de la psique pueda significar que somos unas enfermas psíquicas. Si bien es cierto que las personas que padecen trastornos psíquicos experimentan también la existencia de varios yos y se identifican con ellos o los rechazan violentamente, la persona que no padece ningún trastorno mantiene los yos interiores de manera ordenada y racional, los utiliza con provecho y le sirven para crecer y prosperar. En casi todas las mujeres, el hecho de cuidar y criar maternalmente sus yos interiores es una tarea creativa, una forma de conocimiento, no un motivo de inquietud.
Así pues, la doncella manca espera el nacimiento de un hijo, un nuevo y pequeño yo salvaje. El cuerpo en estado de buena esperanza hace lo que quiere y sabe hacer. La nueva vida ata, separa y dilata. La mujer que se encuentra en esta fase del proceso psíquico puede entrar en otra enantiodromia, el estado psíquico en el que todo lo que antes se consideraba valioso ya no lo es tanto e incluso puede ser sustituido por nuevos y exagerados anhelos de espectáculos, experiencias y empresas extrañas e insólitas.
Por ejemplo, para algunas mujeres el hecho de casarse lo era todo. En cambio, cuando se produce una enantiodromia quieren ser libres: el matrimonio es perjudicial, es una bobada, una basura y una pura scheisse, una mierda. Sustituye la palabra “matrimonio” por amante, trabajo, cuerpo, arte, vida y opciones y comprenderás la exacta actitud mental propia de este período.
Y después están los anhelos. Una mujer puede ansiar estar cerca del agua o tenderse boca abajo con el rostro en contacto con la tierra, aspirando el olor salvaje. Quizá le apetezca correr de cara al viento o plantar algo, arrancar alguna hierba, arrancar cosas del suelo o plantarlas.
Puede ansiar hacer una caminata por las colinas, saltar de roca en roca escuchando el eco de su voz contra la montaña. Puede necesitar muchas horas de noches estrelladas en las que las estrellas son como unos polvos faciales esparcidos sobre un negro pavimento de mármol. Puede experimentar la sensación de que se va a morir si no baila desnuda en medio de una tormenta, si no permanece sentada en absoluto silencio, si no regresa a casa manchada de tinta, manchada de pintura, manchada de lágrimas o manchada de luna.
Un nuevo yo está en camino. Nuestra vida interior tal y como la hemos conocido hasta ahora está a punto de cambiar. Aunque eso no significa que tengamos que arrojar por la borda los aspectos honrados y, sobre todo, los apoyos en una especie de enloquecida limpieza del hogar, sí quiere decir que, durante el descenso, el mundo y los ideales de arriba palidecen y durante algún tiempo nos sentimos inquietas e insatisfechas, pues la satisfacción está a punto de nacer en la realidad interior.
Eso que ansiamos tener jamás nos lo podrá dar un compañero, un trabajo, el dinero, un nuevo esto o aquello. Lo que ansiamos tener pertenece a otro mundo, el mundo que sostiene nuestra vida de mujeres. Y este Yo—hijo que estamos esperando sólo puede nacer por este medio: a través de la espera. A medida que transcurre el tiempo de nuestra vida y de nuestra tarea en el mundo subterráneo, el hijo crece y nace. En la mayoría de los casos, los sueños nocturnos de la mujer presagian el nacimiento; las mujeres sueñan literalmente con un nuevo hijo, un nuevo hogar, una nueva vida.
Ahora la madre del rey y la joven reina están juntas. La madre del rey es —¿a que no lo adivinas?— la vieja La Que Sabe. Conoce todo el proceso. La reina madre es, en el inconciente femenino (28), el símbolo tanto de los cuidados maternales al estilo de Deméter como de las actitudes de vieja bruja al estilo de Hécate (29).
Esta alquimia femenina de la doncella, la madre y la curandera se repite como un eco en la relación entre la doncella manca y la madre del rey. Ambas son una ecuación psíquica similar. Aunque en este cuento la madre del rey resulta un poco esquemática, tal como lo era la doncella al principio del cuento con su rito de la túnica blanca y el círculo de tiza, la anciana madre conoce también sus antiguos ritos tal como veremos más adelante.
En cuanto nace el Yo—hijo, la anciana reina madre envía un mensaje anunciando al rey el nacimiento de la criatura de la reina. El mensajero parece normal, pero, al acercarse al río, le empieza a entrar sueño, se queda dormido y sale el demonio. Esta clave nos indica que habrá otro reto para la psique durante su siguiente fatiga en el mundo subterráneo.
En la mitología griega, hay un río subterráneo llamado Lete cuyas aguas hacen que la persona olvide todas las cosas que ha dicho o hecho. Psicológicamente eso significa quedarse dormida en el estado presente. El mensajero que tendría que representar la comunicación entre estos dos principales componentes de la nueva psique aún no posee la energía necesaria para enfrentarse con la fuerza destructiva/seductora de la psique. A la función de comunicación de la psique le entra sueño, se tiende en el suelo, se queda dormida y se olvida de todo.
Adivina quién está constantemente al acecho. Pues el viejo perseguidor de doncellas, el famélico demonio. La palabra “demonio” que aparece en el cuento nos indica que éste ha sido recubierto con un material religioso más reciente. En el cuento, el mensajero, el río y el sueño que provoca el olvido nos revelan que la antigua religión está justo debajo del argumento del cuento, justo en la siguiente capa.
Esta ha sido la pauta arquetípica del descenso desde tiempos inmemoriales y nosotras seguimos también el mismo y eterno ciclo. También tenemos a nuestra espalda toda una historia de terribles tareas. Hemos visto el vapor del aliento de la Muerte. Hemos superado los bosques que nos asfixian, los árboles que caminan, las raíces que nos hacen tropezar, la niebla que ciega nuestros ojos. Somos unas heroínas psíquicas con una maleta llena de medallas. ¿Quién nos puede hacer ahora un reproche? Queremos descansar. Nos merecemos un descanso porque hemos superado unas pruebas muy duras. Por consiguiente, nos tendemos. junto a un ameno río. No nos hemos olvidado del sagrado proceso, pero… bueno, nos gustaría hacer una pausa, sólo un momento, ¿ sabes?, lo justo para cerrar los ojos unos minutos…
Pero, antes de que podamos darnos cuenta, el demonio salta a gatas y cambia el mensaje que transmitía amor y jubilosa celebración por otro cuya intención es provocar repugnancia. El demonio representa la irritación de la psique que se burla de nosotras diciendo: “¿Has vuelto a tu antigua inocencia e ingenuidad ahora que tanto te quieren? ¿Ahora que has dado a luz? ¿Crees que ya han terminado todas las pruebas, mujer insensata?”
Y, como estamos cerca del Lete, nos quedamos dormidas y seguimos roncando. Éste es el error que cometen todas las mujeres, no una vez sino muchas. Olvidamos acordarnos del demonio. El mensaje cambia del triunfal “La reina ha dado a luz un precioso hijo” al falso “La reina ha dado a luz un medio perro”. En una versión similar del cuento, el mensaje cambiado es todavía más explícito: “La reina ha dado a luz un medio perro, pues se acostó con las bestias del bosque.”
La imagen del medio perro del cuento no es accidental sino un espléndido vestigio de las antiguas religiones centradas en las figuras de las diosas que florecieron en Europa y toda Asia. En aquellos tiempos los pueblos adoraban a una diosa tricéfala. Las diosas tricéfalas están representadas en las distintas religiones por Hécate, la Baba Yagá, la Madre Holle, Berchta, Artemisa y otras. Cada una de ellas se representaba como estos animales o estaban estrechamente relacionadas con ellos.
En las religiones más antiguas, estas y otras poderosas y salvajes divinidades femeninas presidían las tradicionales ceremonias de iniciación femenina y enseñaban a las mujeres todas las fases de la vida femenina, desde la doncellez a la maternidad y a la vejez. El hecho de dar a luz un medio perro es una sesgada degradación de las antiguas diosas salvajes cuya naturaleza instintiva se consideraba sagrada. La nueva religión trató de contaminar los sagrados significados de las diosas tricéfalas señalando que estas divinidades yacían con animales y animaban a sus fieles a hacer lo mismo.
Fue entonces cuando el arquetipo de la Mujer Salvaje se empujó hacia abajo y se enterró a gran profundidad y las actitudes salvajes de las mujeres no sólo empezaron a menguar sino que éstas se vieron obligadas a hablar de ellas en voz baja y en lugares ocultos. En muchos casos, las mujeres que amaban a la vieja Madre Salvaje tuvieron que proteger cuidadosamente su vida. Al final, la sabiduría sólo les vino a través de los cuentos de hadas, el folclore, los estados hipnóticos y los sueños nocturnos. Menos mal y gracias sean dadas a Dios.
Mientras que en “Barba Azul” vimos que el depredador natural era el que apartaba a las mujeres de sus ideas, sentimientos y acciones, aquí en “La doncella manca” se nos ofrece un aspecto del depredador mucho más sutil pero inmensamente poderoso con el que no sólo tenemos que enfrentarnos en nuestra psique sino también y cada vez en mayor medida en nuestra actividad cotidiana exterior.
“La doncella manca” muestra la habilidad del depredador para torcer las percepciones humanas y la vital comprensión que necesitamos a fin de desarrollar la dignidad moral, la perspectiva visionaria y la acción apropiada en nuestra vida y en el mundo. En “Barba Azul” el depredador no deja vivir a nadie. En “La doncella manca” el demonio permite vivir pero impide la reconexión de la mujer con la profunda sabiduría de la naturaleza instintiva que encierra una corrección automática de la percepción y la acción.
Por consiguiente, cuando el demonio cambia el mensaje del cuento, el hecho se puede considerar en cierto sentido un acontecimiento histórico efectivo de especial importancia para la tarea psíquica del descenso y de la conciencia que tienen que llevar a cabo las mujeres modernas. Curiosamente, muchos aspectos de la cultura (es decir, del sistema de creencias colectivo y dominante de un grupo de personas que viven lo bastante cerca las unas de las otras como para poder influirse mutuamente) se siguen comportando como el demonio en todo lo relacionado con las tareas interiores, la vida personal y los procesos psíquicos de las mujeres. Eliminando esto, excluyendo lo otro, cortando una raíz de aquí y sellando una abertura de allí, el “demonio” de la cultura y el depredador de la psique hacen que varias generaciones de mujeres se sientan atemorizadas y, sin embargo, se atrevan a vagar sin rumbo y sin tener ni la más remota idea acerca de las causas de su desazón o acerca de su pérdida de la naturaleza salvaje que es la que se las podría revelar todas.
Si bien es cierto que el depredador manifiesta una predilección especial por las presas que están hambrientas de alma y se sienten solas o desvalidas en lo más hondo de su ser, los cuentos de hadas nos muestran que el depredador también se siente atraído por la conciencia, la regeneración, la liberación y la nueva libertad. En cuanto se entera de que hay algo de eso, se presenta de inmediato.
Muchos argumentos de cuentos tienen por protagonista al depredador, no sólo los incluidos en este libro sino también los cuentos de hadas como “Cap of Rushes” y “All Fur” o los mitos relacionados con la griega Andrómeda y la azteca Malinche. Los trucos que en ellos se utilizan son el menosprecio de los objetivos de la protagonista, el lenguaje despectivo utilizado en la descripción de la presa, los juicios temerarios, las prohibiciones y los castigos injustificados. Éstos son los medios que utiliza el depredador para cambiar los vivificadores mensajes entre el alma y el espíritu por otros mensajes letales que nos parten el corazón, nos causan vergüenza y, por encima de todo, nos impiden emprender la acción adecuada.
A nivel cultural podemos dar muchos ejemplos de cómo el depredador configura las ideas y los sentimientos para robarles la luz a las mujeres. Uno de los ejemplos más llamativos de la pérdida de la percepción natural es el de varias generaciones de mujeres (30) cuyas madres rompieron la tradición de enseñar, preparar e introducir a sus hijas en el hecho más fundamental y físico de la esencia femenina cual es el de la menstruación. En nuestra cultura pero también en muchas otras, el demonio cambió el mensaje de tal manera que la primera sangre y todos los sucesivos ciclos de sangre se rodearon de humillación y no de admirado asombro tal como hubiera tenido que ser. Ello dio lugar a que millones de jóvenes perdieran su herencia del cuerpo prodigioso y, en su lugar, temieran morir, estar enfermas o ser castigadas por Dios. La cultura y los individuos de la cultura aceptaron el mensaje tergiversado del demonio sin examinarlo y lo transmitieron a bombo y platillo, convirtiendo el período del incremento de las sensaciones emocionales y sexuales de las mujeres en un período de vergüenza y castigo.
Tal como vemos en el cuento, cuando el depredador invade una cultura, ya sea ésta la psique o bien una sociedad, los distintos aspectos o individuos de esta cultura tienen que echar mano de toda su perspicacia para leer entre líneas y permanecer en su sitio sin dejarse arrastrar por las indignantes pero atrayentes afirmaciones del depredador.
Cuando hay demasiado depredador y demasiado poca alma salvaje, las estructuras económicas, sociales, emocionales y religiosas de la cultura empiezan a deformar gradualmente los recursos más espirituales tanto de la persona como del mundo exterior. Los ciclos naturales se asfixian y se convierten en formas artificiales, se desgarran con usos imprudentes o se matan. Se desprecia el valor de lo salvaje y lo visionario y se hacen siniestras conjeturas acerca del peligro que representa la naturaleza salvaje. Los medios y métodos destructivos, despojados de bondad y significado, llegan a adquirir una categoría superior.
Sin embargo, por mucho que el demonio mienta y trate de cambiar los hermosos mensajes acerca de la verdadera vida de la mujer por otros más mezquinos, celosos y agostadores, la madre del rey comprende lo que ocurre y se niega a sacrificar a su hija. En términos modernos, no amordazaría a su hija, no le aconsejaría callar su verdad, no la animaría a fingir ser menos de lo que es para poder manipularla más. Esta figura de la madre salvaje del mundo subterráneo corre el riesgo de sufrir un castigo por seguir el que ella sabe que es el camino más prudente. Gana en astucia al depredador en lugar de conchabarse con él. No se da por vencida. Sabe lo que es integral, sabe lo que ayudará a una mujer a prosperar, identifica a un depredador al vuelo y sabe lo que hay que hacer al respecto. Aunque nos sintamos presionadas por los más deformados mensajes culturales o psíquicos, aunque un depredador ande suelto en la cultura o en la psique personal, todas podemos oír las instrucciones salvajes iniciales y seguirlas.
Eso es lo que aprenden las mujeres cuando excavan en la naturaleza salvaje e instintiva, cuando se entregan a la tarea de la profunda iniciación y el desarrollo de la conciencia. Siguen un cursillo acelerado por medio del desarrollo de la vista, el oído, el ser y el hacer ininterrumpidos. Las mujeres aprenden a buscar al depredador en lugar de intentar alejarlo, dejarlo de lado o ser amables con él. Aprenden los trucos, los disfraces y los medios que se inventa el depredador. Aprenden a “leer entre líneas” en los mensajes, las invitaciones, las expectativas o las costumbres nacidas de la manipulación de la verdad. Entonces, tanto si el depredador emana del propio medio psíquico como si procede de la cultura exterior, actuamos con astucia, podemos enfrentarnos cara a cara con él y hacer lo que se tiene que hacer.
El demonio del cuento simboliza cualquier cosa capaz de corromper la comprensión de los profundos procesos femeninos. No hace falta un Torquemada (31) para perseguir las almas de las mujeres. También se las puede perseguir con la buena voluntad de unos medios nuevos pero antinaturales que, cuando se llevan hasta sus últimas consecuencias, privan a la mujer de su nutritiva naturaleza salvaje y de su capacidad de crear alma. Una mujer no tiene por qué vivir como si hubiera nacido en el año 1000 a.d.C. Pese a ello, la antigua sabiduría es una sabiduría universal, unos conocimientos eternos y perdurables que serán tan válidos dentro de cinco mil años como lo son hoy en día y como lo eran hace cinco mil años. Es la sabiduría arquetípica y, como tal, es eterna. Pero conviene recordar que el depredador también es eterno.
En otro sentido completamente distinto, el que cambia los mensajes, siendo una fuerza innata y contraria del interior de la psique o del mundo exterior, se opone naturalmente al nuevo Yo—hijo. Pero, paradójicamente, puesto que tenemos que reaccionar para combatirlo o contrapesarlo, la sola batalla nos confiere una fuerza extraordinaria. En nuestra tarea psíquica personal, recibimos constantemente mensajes tergiversados del demonio: “Soy buena; no soy tan buena. Mi trabajo es muy profundo; mi trabajo es una tontería. Estoy progresando; no voy a ninguna parte. Soy valiente; soy cobarde. Soy lista; debería darme vergüenza.” Son cuando menos mensajes desconcertantes.
Así pues, la madre del rey sacrifica una paloma en lugar de matar a la joven reina. En la psique, como en toda la cultura en general, se registra una extraña rareza psíquica. El demonio no sólo se presenta cuando las personas están hambrientas o carecen de algo sino que a veces también aparece cuando se ha producido un acontecimiento de gran belleza, en este caso el nacimiento de un precioso hijo. Pero el depredador siempre se siente atraído por la luz y, ¿dónde hay más luz que en una nueva vida?
Sin embargo, hay en el interior de la psique otros hipócritas que también intentan menospreciar o manchar lo nuevo. En el proceso femenino de aprendizaje de lo subterráneo, está demostrado que, cuando alguien ha dado a luz algo hermoso en la psique, surge también algo desagradable aunque sólo sea por un instante, algo que está celoso, que carece de comprensión o muestra desdén. El hijo recién nacido será menospreciado, calificado de feo y condenado por uno o varios persistentes antagonistas. El nacimiento de lo nuevo da lugar a complejos, la madre negativa y el padre negativo y otras criaturas negativas que surgen de la tierra removida de la psique e intentan en el mejor de los casos criticar severamente el nuevo orden y, en el peor, desanimar a la mujer y a su nueva criatura, idea, vida o sueño.
Es el mismo argumento de los antiguos padres, Crono, Urano y también Zeus, que siempre querían devorar o desterrar a sus vástagos por temor a que éstos los desbancaran. En términos junguianos esta fuerza destructiva se llamaría “complejo”, una serie organizada de sentimientos e ideas de la psique de la que el ego no es conciente, lo cual permite que consigan imponernos más o menos su dominio. En el medio psicoanalítico el antídoto es la conciencia de las propias debilidades y cualidades de tal manera que el complejo no pueda actuar por su cuenta.
En términos freudianos esta fuerza destructiva se consideraría emanada del “id”, un oscuro, indefinido pero infinito territorio psíquico en el que, diseminados como desperdicios y cegados por la falta de luz, viven, olvidados y reprimidos, todos los deseos, las ideas y acciones y los impulsos repugnantes. En este medio psicoanalítico la resolución se alcanza recordando los pensamientos y los impulsos vergonzosos, haciéndolos aflorar a la conciencia, describiéndolos, nombrándolos y catalogándolos con el fin de arrancarles la fuerza.
En algunos cuentos islandeses, la mágica fuerza destructiva de la psique es a veces Brak, el hombre de hielo. En un antiguo cuento se comete un asesinato perfecto. Brak, el hombre de hielo, mata a una mujer humana que no corresponde a su amor. La mata con un témpano en forma de daga. El témpano, lo mismo que el hombre, se derrite bajo el sol del nuevo día y no queda ninguna arma con que acusar al asesino. Y tampoco queda nada del asesino.
La oscura figura del hombre de hielo del mundo de la mitología posee la misma misteriosa mística de la aparición/desaparición que envuelve los complejos de la psique humana y el mismo modus operandi que el demonio del cuento de la doncella manca. Por eso la figura del demonio resulta tan desconcertante para las mujeres en su proceso de iniciación. Como el hombre de hielo, aparece como llovido del cielo, comete el asesinato y después desaparece y se disuelve sin dejar el menor rastro.
Este cuento, sin embargo, nos ofrece una valiosa clave: si crees que has perdido tu misión o tu vitalidad, si te sientes confusa o ligeramente perdida, busca al demonio, busca al que tiende emboscadas espirituales en el interior de tu psique. Si no lo ves, no lo oyes o no logras sorprenderlo con las manos en la masa, ten por cierto que está actuando y, por encima de todo, permanece despierta por muy cansada que estés, por mucho sueño que tengas y por mucho que quieras cerrar los ojos a la verdadera tarea que tienes que cumplir.
En la realidad, cuando una mujer tiene un complejo demoníaco, eso es exactamente lo que ocurre. Va caminando, le van bien las cosas, se ocupa de sus asuntos y, de repente, izas!, aparece el demonio y todo su trabajo pierde la energía, empieza a flojear, tose, sigue tosiendo y, al final, se desploma en el suelo. Lo que podríamos denominar complejo demoníaco utiliza las voces del ego, ataca la propia creatividad, las propias ideas y los propios sueños. En el cuento, ridiculiza o minusvalora la experiencia femenina del mundo exterior y del mundo subterráneo, tratando de separar la natural conjunctio entre lo racional y lo misterioso. El demonio miente y dice que la permanencia de la mujer en el mundo subterráneo ha producido una bestia cuando, en realidad, ha producido un precioso niño.
Los distintos santos que en sus escritos afirmaban haber luchado por conservar la fe en Dios, tras haber sido tentados durante toda la noche por el demonio que les quemaba los oídos con palabras encaminadas a debilitar su determinación y que había estado a punto de arrancarles los globos oculares con horribles apariciones mientras arrastraba su alma sobre fragmentos de vidrio, se referían precisamente a este fenómeno de la súbita aparición del demonio. El propósito de esta emboscada psíquica es el de hacerte perder la fe no sólo en ti misma sino también en la cuidadosa y delicada tarea que estás llevando a cabo en el inconciente.
Hace falta una fe muy grande para seguir adelante en tales circunstancias, pero tenemos que hacerlo y lo hacemos. El rey, la reina y la madre del rey, todos los elementos de la psique, tiran en una misma dirección, en nuestra dirección, y, por consiguiente, nosotras tenemos que perseverar con ellos. En estos momentos ya estamos casi en la recta final. Sería lamentable y doloroso que ahora abandonáramos la carrera.
El rey de nuestra psique es muy valiente. No se vendrá abajo al recibir el primer golpe. No se encogerá dominado por el odio y el afán de castigo tal como espera el demonio. El rey, que tanto ama a su esposa, se espanta al recibir el mensaje cambiado, pero envía un mensaje de respuesta diciendo que cuiden de la reina y de su hijo en su ausencia. Es la prueba de nuestra certidumbre interior: ¿pueden dos fuerzas permanecer unidas aunque una de ellas se considere abominable y despreciable? ¿Puede una de ellas respaldar a la otra ocurra lo que ocurra? ¿Es posible mantener la unión aunque se siembren con denuedo las semillas de la duda? Hasta ahora, la respuesta es que sí. La prueba acerca de si podrá haber un matrimonio de amor duradero entre el mundo subterráneo salvaje y la psique terrenal se está superando espléndidamente bien.
En su camino de regreso al castillo, el mensajero vuelve a caer dormido junto al río y el demonio cambia el mensaje por otro que dice “Matad a la reina”. Aquí el depredador espera que la psique se polarice y se mate ella misma, rechazando todo un aspecto de sí misma, el más trascendental, el recién despertado, el de la mujer sabia.
La madre del rey se horroriza al recibir el mensaje e intercambia con el rey varios mensajes, y en cada uno de ellos intenta aclarar lo que ha dicho el otro hasta que, al final, el demonio cambia el mensaje del rey por otro que dice “Matad a la reina y arrancadle los ojos y la lengua como prueba de que ha muerto”.
Ya tenemos a una doncella manca, es decir, sin capacidad para asir las cosas de este mundo, pues el demonio ordenó que le cortaran las manos. Ahora exige otras amputaciones. Quiere que se quede sin el habla verdadera y sin la vista verdadera. A pesar de tratarse nada menos que del demonio, lo que exige nos hace dudar enormemente, pues lo que él quiere que ocurra es precisamente el regreso de las conductas que han oprimido a las mujeres desde tiempos inmemoriales. Quiere que la doncella obedezca estos mandamientos: “No veas la vida tal como es. No comprendas los ciclos de la vida y la muerte. No te esfuerces por ver realizados tus anhelos. No hables de todas estas cosas salvajes. “
La vieja Madre Salvaje, simbolizada en la madre del rey, se enoja ante la orden del demonio y dice: “Eso ya es demasiado.” Y se niega a cumplirla. En el transcurso de la tarea de iniciación de las mujeres la psique dice “Eso es demasiado. No puedo ni quiero tolerarlo”. Y entonces la psique, gracias a su experiencia espiritual en este proceso de iniciación en la resistencia, empieza a actuar con más astucia.
La vieja Madre Salvaje hubiera podido recogerse las faldas, mandar ensillar un tronco de caballos y ponerse en camino hasta encontrar a su hijo y preguntarle qué locura se había apoderado de él para que quisiera matar a su encantadora reina y a su hijo recién nacido, pero no lo hace. En su lugar, siguiendo la consagrada tradición, envía a la joven en proceso de iniciación a otro simbólico lugar de iniciación: los bosques. En algunos ritos, el lugar de la iniciación era una cueva o el pie de una montaña, pero en el mundo subterráneo, donde abunda el simbolismo de los árboles, suele ser un bosque.
Tratemos de comprender lo que eso significa: enviar a la doncella a otro lugar de iniciación hubiera sido lo más natural en cualquier caso, aunque el demonio no hubiera aparecido y cambiado los mensajes. En el descenso hay varios lugares de iniciación, uno detrás de otro y todos con sus lecciones y consuelos correspondientes. Se podría decir que el demonio se encarga prácticamente de que sintamos la necesidad de levantarnos y pasar al siguiente.
Recordemos que hay un período natural después del parto en el que la mujer se considera un ser del mundo subterráneo. Se la cubre con el polvo de allí abajo y se la lava con su agua tras haber penetrado en el misterio de la vida y la muerte, el dolor y la alegría, en el transcurso del alumbramiento (32). Por consiguiente, durante algún tiempo la mujer “no es de aquí” sino que está todavía “allí”.
La doncella es como una puérpera. Se levanta de la silla de alumbramiento del mundo subterráneo en la que ha dado a luz nuevas ideas, una nueva visión del mundo. Ahora está cubierta con un velo, le da el pecho a su hijo y sigue adelante. En la versión de “La doncella manca” de los hermanos Grimm, el recién nacido es un varón y se llama Desconsolado. Pero en las religiones de las diosas el hijo espiritual nacido de la unión de la mujer con el rey del mundo subterráneo se llamaba Gozo.
Aquí aparece en el terreno otra veta de la antigua religión. Después del nacimiento del nuevo yo de la doncella, la madre del rey envía a la joven reina a otra prolongada iniciación que, tal como veremos más adelante, le enseñará los ciclos definitivos de la vida femenina.
La vieja Madre Salvaje imparte a la doncella una doble bendición: ata el hijo a su pecho rebosante de leche para que el Yo—hijo se pueda alimentar ocurra lo que ocurra. Después, siguiendo la tradición de los antiguos cultos de la diosa, la envuelve en unos velos, que son la prenda que viste la diosa cuando emprende una sagrada peregrinación y no desea que la reconozcan o la distraigan de su propósito. En muchas esculturas y muchos bajorrelieves de Grecia se muestra a la que se iniciaba en los ritos eleusinos, cubierta por unos velos a la espera de la siguiente fase de la iniciación.
¿Qué significa el símbolo del velo? Indica la diferencia entre el ocultamiento y el disfraz. Se refiere a la necesidad de ser discretas y reservadas para no revelar la propia naturaleza misteriosa, y a la necesidad de conservar el eros y el mysterium de la naturaleza salvaje.
A veces nos cuesta conservar la nueva energía vital en el interior del crisol de la transformación el tiempo suficiente para que obtengamos algún beneficio. Nos la tenemos que guardar toda para nosotras sin darla al primero que nos la pida o a cualquier inspiración repentina que tengamos, pensando que es bueno inclinar el crisol y verter el tesoro de nuestra riqueza espiritual en la boca de otras personas o directamente al suelo.
La colocación de un velo sobre algo aumenta el efecto y el sentimiento. Eso lo saben muy bien todas las mujeres. Mi abuela solía utilizar la frase “tapar el cuenco con un velo”. Quería decir colocar un lienzo blanco sobre un cuenco de masa para que subiera el pan. El velo de la masa de pan y el velo de la psique sirven para lo mismo. En el alma dé las mujeres que efectúan el descenso se produce una intensa fermentación. El hecho de encontrarse detrás del velo intensifica la perspicacia mística. Por detrás del velo todos los seres humanos parecen seres brumosos, todos los acontecimientos y todos los objetos tienen el color de un amanecer o de un sueño.
En los años sesenta las mujeres se cubrían con el velo de su cabello. Se lo dejaban crecer muy largo, se lo planchaban y lo llevaban como una cortina para cubrirse el rostro, como si el mundo estuviera demasiado abierto y desnudo, como si su cabello pudiera aislar y proteger su delicado yo. En Oriente Medio hay una danza de los velos y las modernas mujeres musulmanas se siguen cubriendo con el velo. La babushka de la Europa Oriental y los rebozos que lucen en la cabeza las mujeres de Centroamérica y en Sudamérica son también vestigios del velo. Las mujeres malayas lucen habitualmente velo y lo mismo hacen las mujeres africanas.
Mientras contemplaba el mundo, empecé a compadecerme un poco de las mujeres modernas que no llevaban velo, pues el hecho de ser una mujer libre y llevar velo a voluntad es conservar el poder de la Mujer Misteriosa. La contemplación de una mujer velada es una experiencia muy profunda.
Una vez contemplé un espectáculo que me ha mantenido cautiva del hechizo del velo para siempre: mi prima Eva, preparándose para su noche de bodas. Yo, que tenía unos ocho años de edad, estaba sentada sobre su maleta con el floreado tocado infantil ya torcido, una de mis ajorcas en la pantorrilla y la otra ya tragada por el zapato. Primero se puso un largo vestido de raso blanco con cuarenta botoncitos forrados de raso en la espalda y después unos largos guantes de raso blanco con diez botones forrados de raso cada uno. A continuación, se cubrió el bello rostro y los hombros con un velo que llegaba hasta el suelo. Mi tía Teréz ahuecó el velo a su alrededor, pidiéndole a Dios en voz baja que todo le saliera bien. Mi tío Sebestyén se detuvo en el umbral boquiabierto de asombro, pues Eva ya no era un ser mortal. Era una diosa. Por detrás del velo sus ojos parecían de plata y su cabello resplandecía como si estuviera cuajado de estrellas mientras que su boca semejaba una roja flor. Se pertenecía sólo a sí misma, contenida y poderosa, inalcanzable, pero en la justa medida.
Algunos dicen que el himen es el velo. Otros afirman que el velo es la ilusión. Y nadie se equivoca. Curiosamente, aunque el velo se haya utilizado para ocultar a la concupiscencia de los demás la propia belleza, es también una de las armas de la femme fatale. Lucir un velo de determinado tipo en determinado momento ante un amante determinado y con un aspecto determinado equivale a irradiar un intenso y nebuloso erotismo capaz de cortar la respiración. En la psicología femenina el velo es un símbolo de la capacidad de las mujeres de adoptar cualquier presencia o esencia que deseen.
Hay en la mujer cubierta por un velo una sorprendente numinosidad. Su aspecto intimida hasta tal punto a todos los que se cruzan con ella que éstos no tienen más remedio que detenerse en seco y su presencia los impresiona hasta tal extremo que necesariamente la tienen que dejar en paz. La doncella del cuento se cubre con un velo para emprender su viaje y, por consiguiente, es intocable. Nadie se atrevería a levantarle el velo sin su permiso. Después de toda la prepotencia del demonio, está protegida una vez más. Las mujeres también pasan por esta transformación. Cuando están cubiertas por el velo, las personas sensatas se guardan mucho de invadir su espacio psíquico.
Por lo tanto, después de todos los falsos mensajes que se han recibido en la psique e incluso durante el exilio, nosotras también estamos protegidas por una cierta sabiduría superior, una rica y nutritiva soledad nacida de nuestra relación con la vieja Madre Salvaje. Estamos nuevamente en camino, pero protegidas de todo peligro. El hecho de llevar el velo nos señala como seres pertenecientes a la Mujer Salvaje. Somos suyas y, a pesar de no ser inalcanzables, nos mantenemos en cierto modo apartadas de la total inmersión en la vida del mundo exterior.
Las diversiones del mundo de arriba no nos deslumbran. Vamos en busca de un lugar, de la patria del inconciente. De la misma manera que se dice de los árboles frutales en flor que lucen unos preciosos velos, nosotras y la doncella somos ahora unos manzanos floridos que andan en busca del bosque al que pertenecen.
La matanza de la cierva era antiguamente un rito de revitalización que solía presidir una anciana como, por ejemplo, la madre del rey, pues ésta era la “conocedora” oficial de los ciclos de la vida y la muerte. El sacrificio de la cierva era un antiguo rito destinado a liberar la dulce pero exuberante energía del animal.
Como las mujeres en proceso de descenso, este animal sagrado era un esforzado superviviente de los más fríos y crudos inviernos. Las ciervas se consideraban muy eficientes en la búsqueda de alimento, el alumbramiento y la capacidad de vivir de acuerdo con los ciclos inherentes a la naturaleza. Es probable que las participantes en dicho ritual pertenecieran a un clan y que el propósito del sacrificio fuera el de instruir a las iniciadas en las cuestiones relacionadas con la muerte, así como el de infundirles las cualidades de la criatura propiamente dicha.
Aquí tenemos una vez más un sacrificio, en realidad, una doble rubedo, un sacrificio cruento. Primero tenemos el sacrificio de la cierva, el animal sagrado para la antigua estirpe de la Mujer Salvaje. La matanza de criaturas es una tarea peligrosa, pues varias clases de entes benéficos se desplazan disfrazados de animales. El hecho de matar a uno de ellos fuera del ciclo se consideraba perjudicial para el delicado equilibrio de la naturaleza y daba lugar a un castigo de proporciones míticas.
Sin embargo, lo más importante era que la criatura sacrificada era una criatura—madre, una hembra, símbolo del cuerpo femenino de la sabiduría. Después, consumiendo la carne de aquella criatura y cubriéndose con su pellejo para abrigarse y dejar constancia de la pertenencia al clan, la mujer se convertía en aquella criatura. Se trataba de un ritual sagrado cuyos comienzos se perdían en la noche de los tiempos. Conservar los ojos, las orejas, el hocico, la cornamenta y diversas vísceras equivalía a poseer el poder simbolizado por las distintas funciones: agudeza visual, buen olfato, rapidez de movimientos, fortaleza corporal, el timbre de voz apropiado para llamar a sus congéneres, etc.
La segunda rubedo se produce cuando la doncella se separa no sólo de la buena y anciana madre sino también del rey. Es un período en el que se nos pide que recordemos, que insistamos en tomar el alimento espiritual aunque estemos separadas de las fuerzas que nos han sostenido en el pasado. No podemos permanecer para siempre en el éxtasis de la unión perfecta. En la mayoría de nosotras, no es éste el camino que se debe seguir. Nuestra misión es más bien la de destetarnos de estas emocionantes fuerzas en determinado momento, pero conservar la conexión conciente con ellas y pasar a la siguiente tarea.
Está comprobado que podemos adquirir una fijación con un aspecto especialmente agradable de la unión psíquica e intentar quedarnos siempre allí, mamando de la sagrada teta. Eso no significa que el alimento sea destructivo. Muy al contrario, el alimento es absolutamente esencial para el viaje y en cantidades considerables, por cierto. De hecho, si éste no es Suficiente, la buscadora pierde la energía, se sume en la depresión y se convierte en un simple susurro. Pero si nos quedamos en nuestro lugar preferido de la psique, que puede ser exclusivamente el de la belleza o el del arrobamiento, el proceso de la individuación se reduce a un lento y pesado avance. La verdad es que algún día tenemos que abandonar, por lo menos provisionalmente, las sagradas fuerzas que habitan en nuestra psique para que pueda producirse la siguiente fase del proceso.
Como en el cuento en el que las dos mujeres se despiden con lágrimas en los ojos, tenemos que despedirnos de las valiosas fuerzas interiores que tan inestimable ayuda nos han prestado. Después, estrechando fuertemente contra nuestro pecho nuestro nuevo Yo—hijo, tenemos que echarnos al camino. La doncella ha reanudado la marcha y se dirige hacia el gran bosque, confiando en que algo surgirá de aquella inmensa sala de árboles, algo capaz de fortalecer el alma. La sexta fase: El reino de la Mujer Salvaje La joven reina llega al bosque más inmenso y salvaje que jamás en su vida ha visto. No se distingue ningún sendero. Empieza a dar vueltas y se abre camino como puede. Hacia el anochecer el mismo espíritu vestido de blanco que previamente la había ayudado a cruzar el foso la guía hasta una humilde posada regentada por unos amables habitantes del bosque. Una mujer vestida de blanco la invita a entrar y la llama por su nombre. Cuando la joven reina le pregunta cómo es posible que conozca su nombre, la mujer vestida de blanco le contesta: “Nosotros los habitantes del bosque estamos al corriente de estas cosas, mi reina.”
Así pues, la reina permanece siete años en la posada del bosque y es feliz con la vida que lleva en compañía de su hijo. Poco a poco las manos le vuelven a crecer, primero como unas manitas de niña y finalmente como las manos de una mujer adulta.
Pese a que este episodio es tratado muy brevemente en el cuento, de hecho es el más largo no sólo en cuanto al tiempo transcurrido sino también en relación con el cumplimiento de la tarea. La doncella ha vuelto a vagar sin rumbo y regresa en cierto sentido a casa, donde permanece siete años, separada de su esposo, eso sí, pero viviendo una experiencia enriquecedora y restauradora.
Su penoso estado ha vuelto a despertar la compasión de un espíritu vestido de blanco —ahora su espíritu guía— que la conduce a este hogar del bosque. Ésta es la infinita misericordia de la psique profunda durante el viaje de la mujer. Ésta siempre encuentra a alguien que la ayuda. Este espíritu que la guía y le ofrece cobijo pertenece a la Madre Salvaje y, como tal, es la psique instintiva que siempre sabe lo que ocurrirá después y lo que ocurrirá a continuación.
Este inmenso bosque salvaje con que se tropieza la doncella es la arquetípica sede sagrada de la iniciación. Es como Leuce, el bosque salvaje que según los antiguos griegos se encontraba en el mundo subterráneo, lleno de sagrados árboles ancestrales y de toda clase de animales tanto salvajes como domesticados. Aquí la doncella manca encuentra la paz durante siete años. Puesto que se trata de una tierra llena de árboles y ella está simbolizada por el manzano en flor, el bosque es finalmente su hogar, el lugar donde su ardiente alma florida vuelve a echar raíces.
¿Y quién es la mujer de la espesura del bosque que regenta la posada? Como el espíritu vestido con la resplandeciente túnica blanca, la mujer es un aspecto de la antigua diosa triple y, si el cuento contuviera todas las fases del relato inicial, habría también en la posada una bondadosa y esforzada anciana encargada de realizar alguna tarea. Pero este pasaje se ha perdido, como si el cuento fuera un manuscrito del que se hubieran arrancado algunas páginas. El elemento que falta se debió de suprimir probablemente durante alguna de las refriegas que se desencadenaron entre los defensores de la antigua religión natural y los de la nueva religión en torno a la cual se aglutinarían finalmente las creencias religiosas, dominantes. Pero los vestigios que nos quedan poseen una fuerza extraordinaria. El agua del cuento no sólo es profunda sino también cristalina.
Vemos a dos mujeres que, en el transcurso de siete años, llegan a conocerse muy bien. El espíritu vestido de blanco es como la telepática Baba Yagá de “Vasalisa”, que es la representación de la vieja Madre Salvaje. Tal como le dice la Yagá a Vasalisa, aunque jamás la había visto antes, “Sí, conozco a tu gente”, este espíritu femenino que desempeña el oficio de posadera en el mundo subterráneo ya conoce a la joven reina, pues es también la Santa que lo sabe todo.
Una vez más, el cuento se quiebra significativamente. No se hace la menor referencia a las tareas exactas y las enseñanzas de aquellos siete años, aparte de señalar que fueron tranquilas y revitalizadoras. Aunque podríamos decir que el cuento se quiebra porque las enseñanzas subyacentes de la antigua religión natural se solían mantener tradicionalmente en secreto y por este motivo no podían figurar en el relato, es mucho más probable que éste contenga otros siete aspectos, tareas o episodios, uno por cada año de aprendizaje que la doncella pasó en el bosque. Pero, un momento, recuerda que nada se pierde en la psique.
Podemos recordar y resucitar todo lo que ocurrió durante estos siete años a partir de los pequeños vestigios que conservamos de otras fuentes acerca de la iniciación femenina. La iniciación femenina es un arquetipo y, aunque un arquetipo presenta muchas variaciones, el núcleo es siempre el mismo. Por consiguiente, eso es todo lo que sabemos acerca de la iniciación a través de otros cuentos de hadas y mitos tanto orales como escritos.
La doncella se queda siete años en el bosque, pues éste es el período de una estación de la vida de la mujer. Siete es el número asignado a los ciclos lunares y es también el número de otros períodos de tiempo sagrados: los siete días de la creación, los siete días de la semana, etc. Pero más allá de todas estas consideraciones místicas, hay una mucho más importante y es la siguiente:
La vida de la mujer se divide en fases de siete años cada una. Cada período de siete años representa una serie de experiencias y enseñanzas. Estas fases pueden considerarse en concreto como períodos de desarrollo adulto, pero más todavía como fases de desarrollo espiritual que no tienen por qué corresponder necesariamente a la edad cronológica de la mujer, aunque a veces coincidan con ella.
Desde tiempo inmemorial la vida de las mujeres se ha dividido en fases, cada una de ellas relacionada con los poderes cambiantes de su cuerpo. La división en secuencias de la vida física, espiritual, emocional y creativa de la mujer es útil en el sentido de que le permite prepararse para “lo que vendrá a continuación”. Lo que viene a continuación pertenece al ámbito de la Mujer Salvaje instintiva. Ella siempre lo sabe todo. Y, sin embargo, a lo largo del tiempo, a medida que se fueron perdiendo los antiguos ritos salvajes, la instrucción de las mujeres más jóvenes por parte de las mayores a propósito de estas fases inherentemente femeninas también se perdió.
La observación empírica de la inquietud, los anhelos, los cambios y el crecimiento de las mujeres saca de nuevo a la luz las antiguas pautas o fases de la profunda vida femenina. Aunque podemos dar nombres concretos a las fases, todas ellas son ciclos de cumplimiento, envejecimiento, muerte y nueva vida. Los siete años que pasa la doncella en el bosque le enseñan los detalles y los dramas relacionados con dichas fases. He aquí unos ciclos de siete años de duración cada uno, que abarcan toda la vida de la mujer. Cada uno tiene sus ritos y sus tareas. De nosotras depende cumplirlos. Los reproduzco sólo como una metáfora de la profundidad de la psique. Las edades y las fases de la vida femenina incluyen las tareas que hay que cumplir y las actitudes que hay que adoptar para afianzarse. Por ejemplo, si, según el siguiente esquema, vivimos hasta una edad suficiente como para entrar en el lugar psíquico y la fase de los seres de la niebla, el lugar en el que todos los pensamientos son tan nuevos como el día de mañana y tan viejos como la aurora de los tiempos, comprobaremos que estamos entrando en otra actitud, otra manera de ver, y que estamos llevando a cabo las tareas de la conciencia desde esta posición estratégica.
Las siguientes metáforas son fragmentos. Pero, con un número de metáforas lo suficientemente amplio, podernos construir —a través de lo que sabemos y lo que intuimos acerca de la antigua sabiduría— unas nuevas percepciones que no sólo son numinosas sino que, además, tienen sentido ahora mismo y en este día. Dichas metáforas están libremente inspiradas en la experiencia y la observación empírica, la psicología del desarrollo y los fenómenos presentes en los mitos de la creación, todos los cuales contienen muchos antiguos vestigios de psicología humana.
Las fases no tienen por qué estar inexorablemente atadas a la edad cronológica, pues algunas mujeres de ochenta años se encuentran todavía en la fase de desarrollo de la doncellez, algunas mujeres de cuarenta años se encuentran en el mundo psíquico de los seres de la bruma y algunas jóvenes de veinte años tienen tantas cicatrices de batallas como las viejas. Las edades no tienen que ser jerárquicas sino que simplemente pertenecen a la conciencia de la mujer y al incremento de su vida espiritual. Cada edad representa un cambio de actitud, un cambio de tareas y un cambio de valores.
0—7 edad de la socialización del cuerpo y del sueño, en la que todavía se conserva la imaginación
7—14 edad de separar y sin embargo entretejer la razón y la imaginación
14—21 edad del nuevo cuerpo/la joven doncellez/despliegue pero también función protectora de la sensualidad
21—28 edad del nuevo mundo/la nueva vida/la exploración de los mundos
28—35 edad de la madre que aprende a cuidar como una madre a los demás y a sí misma
35—42 edad de la búsqueda/aprendizaje del cuidado materno del yo/búsqueda del yo
42—49 edad del inicio de la madurez/hallazgo del campamento lejano/animación de las demás
49—56 edad del mundo subterráneo/aprendizaje de las palabras y los ritos
56—63 edad de la elección/elección del propio mundo y del trabajo que todavía queda por hacer
63—70 edad de la vigilancia/edad de la refundición de todo lo que se ha aprendido
70—77 edad del rejuvenecimiento/reafirmación de la vejez
77—84 edad de los seres de la bruma/descubrimiento de lo grande en lo pequeño
84—91 edad del tejido con hilo escarlata/comprensión del tejido de la vida
91—98 edad de lo etéreo/menos hablar y más existir
98—105 edad del neuma, el aliento
105+ edad de la eternidad
En muchas mujeres, la primera mitad de estas fases de la sabiduría femenina, digamos hacia los cuarenta años más o menos, va claramente desde el cuerpo real de las comprensiones infantiles instintivas a la sabiduría corporal de la madre profunda. Pero, en la segunda Mitad de las fases, el cuerpo se convierte casi por entero en un dispositivo de percepción interior y las mujeres adquieren una creciente sagacidad.
A medida que la mujer va transitando por todos estos ciclos, sus capas de defensa, protección y densidad se vuelven cada vez más finas hasta que se empieza a transparentar el alma. Podemos percibir y ver el movimiento del alma dentro de la psique corporal de una manera asombrosa conforme nos vamos haciendo mayores.
Por consiguiente, el siete es el número de la iniciación. En la psicología arquetípica hay literalmente docenas de referencias al símbolo del siete. Una referencia que me parece extremadamente valiosa para ayudar a las mujeres a diferenciar las tareas que tienen por delante y a establecer su situación actual en la selva subterránea corresponde a las facultades atribuidas antiguamente a los siete sentidos. Se creía que dichos atributos simbólicos pertenecían a todos los seres humanos y, al parecer, constituían una iniciación en el conocimiento del alma por medio de las metáforas y de los sistemas efectivos del cuerpo.
Por ejemplo, según las antiguas enseñanzas de los métodos de curación nahuas, los sentidos representan aspectos del alma o del “sagrado cuerpo interior” y se tienen que ejercitar y desarrollar. La tarea es demasiado larga como para que se pueda describir aquí, pero se decía que los sentidos eran siete y, por consiguiente, las áreas que se tenían que desarrollar también eran siete: la animación, el tacto, el lenguaje, el gusto, la vista, el oído y el olfato (33).
Se decía que cada sentido se encontraba bajo la influencia de una energía de los cielos. Aplicando todos estos conocimientos a la actualidad, diremos que, cuando las mujeres que trabajan en grupo hablan de estas cosas, las pueden describir, explorar y examinar utilizando las siguientes metáforas pertenecientes al mismo ritual, con el fin de escudriñar los misterios de los sentidos: el fuego anima, la tierra produce una sensación táctil, el agua otorga el habla, el aire concede el gusto, la bruma da la vista, las flores dan el oído, el viento del sur da el olfato.
Por el pequeño vestigio del antiguo rito de iniciación que se conserva en esta parte del cuento, especialmente la frase en la que se habla de los “siete años”, deduzco que las fases de la vida de la mujer y otras cuestiones tales como los siete sentidos y otros ciclos y acontecimientos a los que tradicionalmente se atribuía el número siete, eran objeto de especial atención en la antigüedad y se incluían en la tarea de la iniciada. Un antiguo fragmento de un relato que me intriga enormemente procede de Cratynana, una anciana y querida cuentista suaba de nuestra numerosa familia, quien decía que antiguamente las mujeres tenían por costumbre irse a pasar varios años a un lugar de la montaña, de la misma manera que los hombres se pasaban mucho tiempo ausentes, prestando servicio en lejanos países en el ejército del rey.
Por consiguiente, en la fase del aprendizaje de la doncella en la espesura del bosque, se produce otro milagro. Las manos le empiezan a crecer poco a poco, primero como las de una niña. Eso tal vez representa que al principio su comprensión de todo lo ocurrido es imitativa, como lo es el comportamiento de un niño de pecho. Cuando las manos le crecen como las de una niña, la doncella adquiere una comprensión concreta pero no absoluta de todas las cosas. Cuando al final se convierten en unas manos de mujer adulta, ya posee una comprensión más práctica y profunda de lo no concreto, lo metafórico, el sagrado camino por el que ha estado transitando.
Cuando adquirimos un profundo conocimiento instintivo de todas las cosas que hemos venido aprendiendo a lo largo de la vida, recuperamos las manos de la plena feminidad. A veces resulta divertido observarnos cuando entramos por primera vez en una fase psíquica de nuestro proceso de individuación, imitando torpemente la conducta que desearíamos dominar. Más adelante adquirimos nuestro propio lenguaje espiritual y nuestras singulares formas personales.
A veces, en nuestras representaciones y sesiones de análisis, utilizo otra versión literaria de este cuento. La joven reina va al pozo. Mientras se inclina para sacar agua, su hijo cae al pozo. La joven reina se pone a gritar, aparece un espíritu y le pregunta por qué no rescata al niño.
—¡Porque no tengo manos! —contesta ella
—Pruébalo —le dice el espíritu y, cuando la doncella introduce los brazos en el agua para tomar a su hijo. las manos se le regeneran de inmediato y el niño se salva.
Se trata de una poderosa metáfora de la idea de la salvación del Yo—hijo, del Yo del alma, del peligro de perderse de nuevo en el inconciente, de olvidar quiénes somos y cuál es nuestra tarea. En este momento de la vida es fácil rechazar incluso a las personas más encantadoras, las ideas más atrayentes, la música más sugestiva, especialmente cuando éstas no alimentan la unión de la mujer con lo salvaje. Para muchas mujeres, el hecho de no sentirse ya arrastradas o esclavizadas por todas las ideas o las personas que llaman a su puerta y de ser en cambio unas mujeres rebosantes de Destino, es decir imbuidas de una profunda conciencia de su destino, constituye una transformación auténticamente milagrosa. Con los ojos mirando de frente, las palmas de las manos extendidas y el oído del yo instintivo intacto, la mujer entra en la vida derrochando poder.
En esta versión la doncella ha llevado a cabo su tarea de tal forma que, cuando necesita la ayuda de sus manos para percibir y proteger su avance, las recupera. Se le regeneran por medio del temor de perder al Yo—hijo. La regeneración de la comprensión de su vida y su tarea hace que a veces se produzca una pausa momentánea en la tarea de la mujer, pues ésta no confía por entero en sus fuerzas recién adquiridas. A veces las somete a prueba durante algún tiempo para comprender su verdadero alcance.
A menudo tenemos que re—formar nuestras ideas acerca de que “si alguna vez hemos perdido el poder (las manos), jamás lo recuperaremos”. Después de todas nuestras pérdidas y nuestros sufrimientos, descubrimos que, si nos inclinamos, recibiremos la recompensa de agarrar al hijo al que tanto apreciamos. Eso es lo que siente la mujer, que, al final, ha conseguido agarrar de nuevo su vida. Tiene unas palmas con las que puede “ver” y moldear una vez más su vida. En todo momento ha recibido la ayuda de las fuerzas intrapsíquicas y ha conseguido madurar considerablemente. Ahora se encuentra realmente “en el interior de su Yo”.
Ya estamos casi al final del recorrido por el inmenso territorio de este largo cuento. Sólo nos queda por recorrer un trecho de crescendo y culminación. Puesto que se trata de una introducción en el misterio/ dominio de la resistencia, recorramos con paso firme y decidido esta última etapa de nuestro viaje por el mundo subterráneo.
La séptima fase: La esposa y el esposo salvajes Cuando regresa el rey, éste y su madre comprenden que el demonio ha saboteado sus mensajes. El rey decide someterse a una purificación: dejar de comer y beber y viajar hasta donde alcanza la vista para encontrar a la doncella y a su hijo. La búsqueda dura siete años. Se le ennegrecen las manos, su barba adquiere un mohoso color pardo como el del musgo, sus ojos están resecos y enrojecidos. Durante todo este tiempo no come ni bebe, pero una fuerza superior a él lo ayuda a vivir.
Al final, llega a la posada regentada por los habitantes del bosque. Allí lo cubren con un velo, se queda dormido y, al despertar, ve que una bella mujer y un precioso niño lo están mirando.
—Soy tu esposa y éste es tu hijo —le dice la joven reina.
El rey está dispuesto a creerla, pero ve que la doncella tiene manos.
—Por mis sufrimientos y mis desvelos, me han vuelto a crecer las manos —añade ella.
Y entonces la mujer vestida de blanco saca las manos de plata del arca donde se conservaban como un tesoro. Se celebra una fiesta espiritual. El rey, la reina y su hijo regresan junto a la madre del rey y celebran una segunda boda.
Aquí, al final del cuento, la mujer que ha efectuado este continuado descenso consigue reunir una sólida cuaternidad de poderes espirituales: el animus del rey, el Yo—hijo, la vieja Madre Salvaje y la doncella iniciada. Se ha lavado y purificado muchas veces. La aspiración de su ego a una vida segura ya no lleva la voz cantante. Ahora la guía de la psique es esta cuaternidad.
La reunión definitiva se debe al sufrimiento y a los vagabundeos del rey. ¿Por qué éste, que es el rey del mundo subterráneo, tiene que vagar sin rumbo? ¿Acaso no es el rey? Bueno, la verdad es que los reyes también tienen que llevar a cabo una tarea psíquica, incluso los reyes arquetípicos. El cuento encierra una antigua idea extremadamente críptica, según la cual, cuando cambia una fuerza de la psique, las demás también tienen que cambiar. Aquí la doncella ya no es la mujer con quien él se casó, ya no es la frágil alma sin rumbo. Ahora ya ha sido iniciada, se conoce y conoce sus reacciones femeninas ante todas las cuestiones. Ahora, gracias a los cuentos y los consejos de la vieja Madre Salvaje, ha adquirido sabiduría.
Por consiguiente, el rey no tiene más remedio que desarrollarse. En cierto modo, este rey se queda en el mundo subterráneo, pero, como representación del animus, simboliza la adaptación de la mujer a la vida colectiva y lleva al mundo de arriba o a la sociedad exterior las ideas dominantes que ella ha aprendido durante su viaje. Pero aún no ha pasado por la misma experiencia que su mujer y tiene que hacerlo para poder trasladar al mundo exterior lo que ella es y lo que ella sabe.
Cuando la vieja Madre Salvaje le comunica que el demonio lo ha engañado, el rey se sumerge en su propia transformación y vaga sin rumbo hasta encontrar lo que busca, tal como anteriormente había hecho la doncella. Él no ha perdido las manos sino a su reina y a su hijo. El animus sigue por tanto un camino muy similar al de la doncella.
Esta repetición empática reorganiza la manera de estar la mujer en el mundo. Reorientar el animus de esta forma es iniciarlo e integrarlo en la tarea personal de la mujer. Puede que éste fuera el origen de la presencia de iniciados en los ritos esencialmente femeninos de Eleusis; los hombres asumían las tareas y los sufrimientos del aprendizaje femenino para encontrar a sus reinas psíquicas y a sus vástagos psíquicos. El animus emprende sus siete años de iniciación. De este modo, todo lo que la mujer ha aprendido no sólo quedará reflejado en su alma interior sino que también quedará inscrito en ella y se llevará exteriormente a la práctica.
Por consiguiente, el rey vaga por la selva de la iniciación y aquí volvemos a tener la impresión de que faltan otros siete episodios: las siete fases de la iniciación del animus. Pero nos quedan algunos fragmentos cuyos detalles podemos extrapolar. Una de las claves es el hecho de que el rey se pasa siete años sin comer y, sin embargo, algo lo sostiene. El hecho de no alimentarse es el símbolo de la tarea de rebuscar bajo nuestros impulsos y apetitos para descubrir el significado más profundo que se oculta detrás y debajo de ellos. La iniciación del rey es el símbolo de la profundización en la comprensión de los apetitos, no sólo del apetito sexual (34) sino también de los demás. Es el símbolo del aprendizaje del valor y el equilibrio de los ciclos que sostienen la esperanza y la felicidad humanas.
Además, puesto que el rey es el animus, la búsqueda que emprende sugiere el afán de encontrar —cueste lo que cueste y a pesar de los impedimentos— en el interior de la psique lo femenino plenamente iniciado. En tercer lugar, su iniciación en el yo salvaje cuando adquiere la naturaleza animal durante siete años y no se baña durante siete años tiene la finalidad de librarlo de todas las capas de quitina exageradamente civilizadora que se han acumulado sobre su persona. El animus está llevando a cabo una dura tarea con vistas a su presentación y actuación en la vida cotidiana, de acuerdo con el Yo—hijo de la mujer recién iniciada.
La frase del cuento en la que se dice que el rostro del rey se cubre con el velo mientras duerme es probablemente otro vestigio de los antiguos ritos mistéricos. Hay en Grecia una hermosa escultura que lo representa: un iniciado cubierto con un velo que inclina la cabeza como si estuviera descansando o esperando el sueño (35). Ahora comprendemos que el animus no puede actuar por debajo del nivel de conocimientos de la mujer, so pena de que ésta vuelva a dividirse entre lo que siente y sabe interiormente y la manera en que, por medio de su animus, se comporta por fuera. De ahí la necesidad de que el animus vague sin rumbo por la selva con su naturaleza masculina.
No es de extrañar que tanto la doncella como el rey se vean obligados a caminar por los territorios psíquicos en los que tienen lugar semejantes procesos, pues éstos sólo pueden aprenderse en la naturaleza salvaje, junto a la piel de la Mujer Salvaje. Es normal que la mujer iniciada descubra que su amor subterráneo por la naturaleza salvaje aflora a la superficie de su vida en el mundo de arriba. Psíquicamente está envuelta en el aroma del fuego de leña. Es normal que empiece a comportarse aquí de acuerdo con lo que ha aprendido allí.
Una de las características más sorprendentes es el hecho de que la mujer que está pasando por este proceso sigue haciendo todo lo que habitualmente hacía en la vida exterior: amando a sus amantes; dando a luz a sus hijos; persiguiendo a los hijos; persiguiendo el arte; persiguiendo palabras; llevando comida, pinturas, maderas; peleándose por esto o por aquello; enterrando a los muertos; cumpliendo todas las tareas cotidianas mientras realiza su profundo y lejano viaje.
Al llegar a este punto, la mujer suele debatirse entre dos direcciones contrarias, pues de pronto experimenta el impulso de vadear la selva como si ésta fuera un río y de nadar por la hierba, trepar a lo alto de un peñasco y sentarse de cara al viento. Es un momento en que un reloj interior da una hora que obliga a la mujer a experimentar la súbita necesidad de un ciclo que pueda considerar suyo, de un árbol cuyo tronco pueda rodear con sus brazos, de una roca contra la que pueda apoyar la mejilla. Pero tiene que seguir viviendo también su vida de arriba.
Hay que decir en su honor que, por más que muchas veces lo desee, la mujer no sube a su coche y se echa a la carretera en dirección al ocaso. Por lo menos, no con carácter permanente, pues esta vida exterior es precisamente la que ejerce en ella la cantidad de presión necesaria para que pueda seguir adelante con las tareas del mundo subterráneo. Durante este período es mejor permanecer en el mundo que abandonarlo, pues la tensión es más beneficiosa y da lugar a una valiosa vida profundamente distinta que no se podría conseguir de ninguna otra manera.
Vemos por tanto al animus en pleno proceso de transformación, preparándose para ser un digno compañero de la doncella y el Yo—hijo. Al final han conseguido reencontrarse y regresan junto a la anciana madre, la madre sabia, la que lo soporta todo, la que ayuda con su ingenio y su sabiduría. Y los tres se reúnen y se quieren.
El intento de lo demoníaco de apoderarse del alma ha fracasado irremisiblemente. La resistencia del alma se ha enfrentado a la prueba y la ha superado. La mujer pasa por este ciclo una vez cada siete años, la primera vez muy débilmente, una vez por lo menos con gran esfuerzo y más tarde de una manera más bien rememorativa o renovadora. Ahora vamos a descansar un poco y a contemplar este exuberante panorama de la iniciación femenina y sus correspondientes tareas. Una vez superado el ciclo, podemos elegir cualquiera de las tareas o todas ellas para renovar nuestra vida en cualquier momento y por cualquier motivo. He aquí algunas:
Abandonar a los ancianos padres de la psique, descender al territorio psíquico desconocido, confiando en la buena voluntad de quienquiera que se cruce en nuestro camino.
Vendar las heridas causadas por el desventajoso pacto que hicimos en algún momento de nuestra vida.
Vagar psíquicamente hambrientas y confiar en que la naturaleza nos alimente.
Encontrar a la Madre Salvaje y su auxilio.
Establecer contacto con el protector animus del mundo subterráneo.
Conversar con el psicopompo (el mago).
Contemplar los antiguos vergeles (formas enérgicas) de lo femenino.
Incubar y dar a luz el Yo—hijo espiritual.
Soportar la incomprensión, vernos apartadas una y otra vez del amor.
Llenarnos de mugre, barro y suciedad.
Permanecer siete años en el reino de los habitantes del bosque hasta que el niño alcance el uso de razón.
Esperar.
Regenerar la vista interior, la sabiduría interior, la curación interior de las manos.
Seguir adelante aunque lo hayamos perdido todo excepto el hijo espiritual.
Volver a encontrar y asir ávidamente la infancia, la adolescencia y la edad adulta.
Reestructurar el animus como fuerza salvaje y natural; amarlo y que él nos ame a nosotras.
Consumar el matrimonio salvaje en presencia de la vieja Madre Salvaje y del nuevo Yo—hijo. El hecho de que tanto la doncella manca como el rey tengan que pasar por la misma iniciación de siete años de duración es el territorio común entre lo femenino y lo masculino y nos ayuda a comprender que, en lugar de antagonismo, puede haber entre estas dos fuerzas un profundo amor, sobre todo cuando éste se basa en la búsqueda del propio Yo.
“La doncella manca” es un cuento de la vida real acerca de nuestra condición de mujeres reales. No gira en torno a una parte de nuestra vida sino en torno a las fases de toda una vida. Enseña esencialmente que la misión de la mujer es vagar una y otra vez por el bosque. Nuestra psique y nuestra alma están específicamente preparadas para que podamos cruzar la tierra subterránea de la psique, deteniéndonos aquí y allá, escuchando la voz de la vieja Madre Salvaje, alimentándonos con los frutos del espíritu y reuniéndonos con todo y con todos los que amamos.
Cuesta estar con la Mujer Salvaje al principio. Curar el instinto herido, desterrar la ingenuidad y, con el tiempo, aprender a conocer los aspectos más profundos de la psique y el alma, retener lo que hemos aprendido, no apartarnos, manifestar claramente lo que representamos, todo eso exige una resistencia ¡limitada y mística. Cuando ascendemos desde el mundo subterráneo tras haber llevado a cabo alguna de nuestras tareas, puede que por fuera no se note ningún cambio, aunque por dentro hayamos adquirido un carácter inmensa y femeninamente salvaje. A primera vista seguimos siendo amables, pero por debajo de la piel está clarísimo que ya no somos unas criaturas domesticadas. Notas 1. La comprensión por parte de Jung de la participación mística se basaba en opiniones antropológicas del siglo pasado y de principios del actual, en que muchos de los estudiosos de las tribus se sentían, y a menudo estaban, muy alejados de ellas y no creían que las conductas tribales fueran un continuo humano susceptible de producirse en cualquier lugar y en cualquier cultura humana, independientemente de la raza o el origen nacional.
2. Esta discusión no justifica en modo alguno la creencia de que el daño causado a un individuo es aceptable porque en último extremo lo fortalece.
3. A propósito del incesto literal por parte del padre y el consiguiente trauma del niño, véase E. Bass y L. Thornton con J. Brister, eds., I Never Told Anyone: Writings by Women Survivors of Child Abuse (Nueva York, Harper & Row, 1983). También B. Cohen; E. Giller; W. Lynn, eds., Multiple Personality Disorder from the Inside Out (Baltimore, Sidran Press, 1991).
4. Casi todos los casos de pérdida traumática de la inocencia se suelen producir fuera de la familia. Es un proceso gradual que casi todos los individuos experimentan y que culmina en un doloroso despertar a la idea de que no todo es hermoso y seguro en el mundo. En la psicología del desarrollo, se considera un reconocimiento de que uno no es “el centro del universo”. Sin embargo, por lo que respecta al espíritu, es más bien un despertar y una comprensión de las diferencias entre las naturalezas divina y humana. La inocencia no es algo que tenga que cosechar caprichosamente el padre o la madre. Los padres tienen que estar ahí para guiar y ayudar si pueden, pero, sobre todo, para recoger los pedazos y volver a colocar en pie a su hija caída.
5. El símbolo del molinero aparece en los cuentos de hadas tanto bajo una luz negativa como bajo una luz positiva. A veces es un tacaño y a veces es generoso como en los cuentos en los que dejaba granos de trigo para los elfos.
6. Despertar poco a poco —es decir, bajar lentamente las defensas durante un prolongado período de tiempo— resulta menos doloroso que dejar que se rompan las defensas de golpe. Sin embargo, cuando se utilizan medios terapéuticos o de reparación, aunque la rapidez es más dolorosa al principio, a veces ello permite empezar y terminar antes la tarea. Pero cada cual tiene que hacer las cosas a su aire.
7. En otros cuentos el tres representa una culminación de intensos esfuerzos y se puede interpretar como el sacrificio que culmina en una nueva vida.
8. Lao—tse, antiguo filósofo y poeta. Véase Tao Te Ching (Londres, The Buddhist Society, 1948). La obra ha sido publicada por muchos editores en muchas traducciones.
9. Hay métodos distintos según las personas. Algunos son muy activos exteriormente como, por ejemplo, la danza, otros son activos de otra manera, la danza de la oración, por ejemplo, o la danza de la inteligencia o la del poema.
10. 1989, C. P. Estés, Warming the Stone Child: Myths and Stories of the Abandoned and Unmothered Child, cinta (Boulder, Colorado, Sounds True, 1989).
11. Es curioso que las mujeres y los hombres que están pasando por una seria transición psíquica muestren a menudo menos interés por las cosas del mundo exterior, pues están pensando, soñando y clasificando cosas a unos niveles tan profundos que los accesorios del mundo exterior quedan muy lejos. Al parecer, el alma no muestra excesivo interés por las cosas del mundo a menos que posean un cierto numen.
Sin embargo, conviene no confundir esta situación con un síndrome prodrómico en el que el cuidado del propio cuerpo y otras tareas cotidianas se reducen a nada y se registra una evidente y grave alteración de la función mental y social.
12. Me extraña mucho que el Ku Klux Klan, en un intento de menospreciarlos, llame a los no blancos “gente de barro”. El antiguo uso de la palabra “barro” es altamente positivo y probablemente el más apropiado para reforzar el poder de la naturaleza instintiva profundamente sabia. En casi todos los relatos de la creación tanto los seres humanos como el mundo están hechos de barro (y otras sustancias terrenas).
13. El hacha ritual y los labios abiertos de la vulva tienen una forma similar.
14. La doble hacha de la diosa es un antiguo símbolo habitualmente utilizado en distintos grupos femeninos como símbolo de la vuelta al poder de la feminidad. Entre las miembros de Las Mujeres, mi grupo de adiestramiento e investigación de cuentos, se hacen muchas conjeturas en el sentido de que las alas de mariposa de los labios de la vulva y la doble hacha son unos símbolos similares de unos tiempos en que la mariposa con las alas extendidas se consideraba la forma del alma.
15. Lo místico conoce las cuestiones mundanas y las espirituales por ambas caras; es decir, por el intelecto y por la experiencia directa del espíritu y la psique. El misticismo pragmático busca todo tipo de verdad, no sólo una cara de la verdad, y después analiza dónde tiene que situarse y cómo se tiene que comportar.
16. Hay en los antiguos cuentos un sentido que es también sentimiento y sabiduría y que se transmite de padres a hijos independientemente del sexo.
17. Tal como ya hemos visto, las lágrimas tienen múltiples finalidades, pues sirven para proteger y para crear.
18. Buena parte de la cultura femenina ha permanecido auténticamente enterrada durante muchos siglos y sólo tenemos una idea aproximada de lo que hay debajo. A las mujeres se les tiene que reconocer el derecho a investigar sin que las interrumpan antes de que empiecen las excavaciones arqueológicas. Se trata de vivir una vida en toda su plenitud según los propios mitos instintivos.
19. Los números tienen un poder considerable. Muchos estudiosos desde Pitágoras a los cabalistas han tratado de comprender el misterio matemático. Es probable que los pares numerados tengan un significado místico y puede que también sean una escala tonal.
20. En muchos sentidos, la doncella manca, la muchacha de los cabellos de oro y la vendedora de fósforos se enfrentan con la misma cuestión de ser en cierto modo la forastera. El cuento de la doncella manca es el que abarca el ciclo psicológico más completo.
21. Alguien se podría preguntar cuántos “yos”, es decir, centros de la conciencia, hay en la psique. Hay muchos y uno de ellos suele dominar sobre los demás. Como los pueblos y casitas de Nuevo México, la psique se encuentra por lo menos en tres fases: la antigua parte caída, la parte en la que uno vive y la parte en fase de construcción.
Según la teoría junguiana, el Yo con Y mayúscula significa la vasta fuerza del alma. El yo con y minúscula se refiere al ser más personal y limitable que somos.
22. Uno de los más amplios documentos “escritos” de los antiguos ritos son los de los antiguos griegos. Aunque casi todas las culturas antiguas poseían amplios documentos acerca de los ritos, las leyes rituales y la historia, y varios medios de expresión —la escultura, la escritura, la pintura, la poesía, la arquitectura, etc.—, las sucesivas conquistas los destruyeron en buena parte o en su totalidad por mil motivos e intenciones. (Para acabar con una cultura hay que matar toda la clase sagrada: los artistas, los escritores y todas sus obras, los sacerdotes y las sacerdotisas, los curanderos, los oradores, los historiadores y los guardianes de la historia, los cantores, los bailarines y los poetas, todos aquellos que tienen el poder de conmover el alma y el espíritu del pueblo.) Sin embargo, los huesos de muchas culturas destruidas aún se conservan en el arca de la historia y han llegado hasta nosotros a través de los siglos.
23. Isabel es una anciana y también está embarazada de Juan. Se trata de un pasaje de un intenso misticismo en el que su esposo incluso se queda mudo.
24. A veces las fases se alcanzan coincidiendo no con la edad cronológica sino con las necesidades y el momento más oportuno de la psique y el espíritu.
25. Robert L. Moore y Douglas Gillette examinan el símbolo arquetípico del rey en King, Warrior, Magician, Lover (San Francisco, Harper, 1990).
26. Los símbolos del jardinero, el rey, el mago, etc. pertenecen a los hombres y a las mujeres por igual y suscitan ecos en ambos. No tienen un sexo determinado sino que a veces se interpretan de varias maneras y cada sexo los utiliza de distinta manera.
27. La primera persona a quien oí utilizar la expresión “crear alma” fue James Hillman que es una especie de explosiva fábrica de ideas a granel.
28. La vieja bruja de las triple diosas de los griegos.
29. En la Teogonía de Hesíodo (411—52), se dice que Perséfone y la vieja Hécate prefieren estar juntas por encima de todo.
30. Jean Shinoda Bolen en su esclarecedora obra acerca de la menopausia dice que las ancianas conservan la energía de la sangre menstrual en el interior de su cuerpo y crean sabiduría interior en lugar de hijos exteriores.
31. El Gran Inquisidor español, un hombre patológicamente cruel, un autorizado asesino en serie de su época.
32. Es el rito de consagración administrado a las recién paridas por las ancianas curanderas de mi tradición familiar católica.
33. Del Eclesiastés, XVII, 5.
34. Algunos hombres modernos, por ejemplo, han perdido el sentido de los altibajos de los ciclos sexuales. Algunos no sienten nada y otros se pasan.
35. En algunas versiones del cuento, el velo se llama pañuelo y no es el pneuma, el aliento, el que provoca la caída del velo sino el niño que juega, quitándolo y poniéndolo sobre el rostro de su padre.