La Semana Santa, aparte de vacaciones laborales y una ocasión para disfrutar del tiempo libre, es una oportunidad para reflexionar sobre la vida y la muerte. Originariamente la Semana Santa era un tiempo de recogimiento y de ser conscientes de la necesidad de resucitar a una nueva vida, pues la metáfora bíblica nos invita a ello. Creíble o no y a pesar de la interpretación religiosa que se dé, todos los credos hablan de la resurrección a una nueva vida… seguramente esa que todos soñamos y merecemos…
En nuestra sociedad de cultura y educación judeo-cristiana se nos habló, en cambio, de una Semana Santa llena de penalidades, ayunos y sufrimiento, como tributo a la pasión padecida por Cristo, Dios hecho hombre. Sin cuestionar la certeza histórica o la versión para mí un tanto manipulada -y manipuladora, con perdón- de una iglesia institución demasiado humana, creo que estas fechas celebran precisamente la victoría de un Jesucristo trascendiendo sus limitaciones como solo hombre en un mundo injusto, insolidario e insano, o sea más o menos como el nuestro actual. La resurrección es precisamente ese salto a su Ser Superior, que creo que todos tenemos dentro y debemos alcanzar para vivir una vida plena…
Todos llevamos una vida humana a cuestas, seguramente marcada por la educación, las normas y la experiencia vivida, pero lejos de esa otra vida que aspiramos a vivir. La vida y sus diferentes circunstancias marcan nuestra manera de vivir, pero normalmente ésta ha sido condicionada por hechos externos y preceptos ajenos, que en su momento -y sin pensarlo demasiado- aprendimos a seguir y a obedecer, fielmente. Pero, como le pasó a Jesucristo, precisamente ese mundo ajeno y tejido de imperfecciones le condenó a muerte y le ejecutó atormentándole, por su rebelde y manifiesta pretensión de ser Él mismo y ser de ese Otro Mundo…donde solo el Amor y la Felicidad son posibles!
Sin pretender herir susceptibilidades, detrás de esos rituales religiosos un tanto macabros dedicados a recordar la Pasión y el calvario, hay algo de verdaderamente espiritual y mágico en todo ello. Ese abandonar esta vida limitada y solo humana, para trascender a lo mejor de nosotros mismos, ese ser mitad humano y mitad divino que cada uno de nosotros somos, aunque no siempre lo recordemos. Pero, como suele pasar, el ser humano confunde la forma o el camino, con la esencia o el destino…
Continuará…
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