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En Occidente tenemos una percepción de la muerte demasiado dramática, alejada de la realidad vital, porque nos da miedo… sin recordar que la muerte forma parte de nuestra vida. Cada segundo en nuestro cuerpo físico, limitado e imperfecto, se dan miles o millones de muertes, sin darnos cuenta. Células viejas de tejidos que acaban su ciclo vital, partículas que se transforman, continuamente. La muerte es una fase del cambio permanente más, necesaria para renacer a una nueva vida, una nueva célula de un tejido regenerado para prolongar nuestra vida. Así, muerte y vida se suceden continuamente…donde acaba una, empieza la otra…pero solo lo esencial -el Alma- permanece!
La esencia de la Semana Santa nos invita a ser conscientes de todo ello. Reconocer que se debe morir a lo viejo, limitado y caduco, para resucitar a una nueva vida, con más sentido, más perfecta cada día y más cercana a lo que merecemos y sentimos en nuestro interior. Pero es humano tener miedo al cambio y al improbable final, como el propio Jesucristo lo tuvo ante su inminente muerte, lamentándose con su agonizante voz quebrada diciendo “Padre, ¿por qué me has abandonado?” cuando estaba en la cruz, sufriendo y próximo a morir.
Aceptar la muerte como parte de nuestra vida no nos pide que olvidemos nuestra vida aquí en este mundo. Nos ofrece la posibilidad de valorar la vida que tenemos, precisamente porque es algo maravilloso pero efímero, pues no sabemos cuánto viviremos. Pero tal es la torpeza del ser humano que demasiadas veces solo valoramos lo que tenemos cuando lo hemos perdido o estamos apunto de hacerlo. Vive cada día como si fuera el último! Vive tu vida bien vivo, porque sino estarás cada día más, muriendo un poco. Ama la vida tanto como la muerte, porque es todo lo que somos y tenemos, aquí y ahora. Vive y revive continuamente, paso a paso, hacia esa nueva vida que siempre has soñado y mereces!