Convencido de que su relato llegaría a ser conocido en todo el mundo, visitó, con él bajo el brazo, a quince editores ofreciéndoles su publicación. Aun reconociendo su ingenio, ninguno quiso asumir el riesgo de lanzar un libro con una sola página. Decepcionado, Augusto Monterroso lo incluyó en una antología.