La señora María está ordenando, como todos los días, la habitación en la que su marido Rafael da clases particulares a seis niños. Las clases las empieza media hora después de volver del colegio de curas en el que trabaja de maestro de ingreso de bachillerato. Dentro de poco llegará él. Abrirá la puerta y le dirá “Buenas tardes, María”, como todos los días desde hace veinticinco años. Después se quitará el abrigo, se pondrá la bata blanca que tiene colgada en una percha de madera a la entrada, se sentará a la mesa y esperará que los alumnos vayan llegando. El jamás les abre la puerta, deja ese trabajo para su esposa. Los niños, de unos diez años, llamarán una sola vez al timbre y al verla le dirán “Buenas tardes, señora María”. Ella les dirá con una sonrisa que pasen a la habitación en que Rafael les espera sentado. Cuando estén todos empezará la clase.
Cuando se vayan los niños, ella será también quién les acompañe hasta la puerta y los despida con un “Hasta mañana niños”. Ellos contestarán a coro “Hasta mañana, señora María” y bajarán corriendo por la escalera. Como siempre Pedrito se retrasará, será el último en irse a su casa y en despedirse. En ese momento serán casi las ocho de la noche. Después ella se ira a pelar y trocear patatas y a limpiar un poco de col en la mesa del comedor. Lo pondrá todo a hervir en una olla en un fogón de gas que hay encima de una cocina económica que hace años que no se utiliza. Cuando la verdura esté a punto, freirá unas sardinas y servirá la mesa. Después de cenar, lo recogerá todo, fregará platos y cacharros y se pondrá un rato a escuchar la radio. A las diez se irá a acostar en su cama mientras que Rafael repasará algún ejercicio del colegio o leerá una novela del oeste, a las que es muy aficionado. Ella antes de dormir rezará unas oraciones a una figura de la virgen de Lourdes, que tiene encima de una mesa. Apagará las dos velas que iluminan la virgen, se metro en la cama y apagará la luz. El se irá a dormir mas tarde, sobre las once, a su propia cama, en el otro extremo de la casa.
El domingo irán juntos a misa de doce a la iglesia del colegio, queda aún quedando mas mas lejos que la de su parroquia, Rafael la prefiere porque así los curas, sus patrones, ven como el maestro es buen cristiano. A la vuelta pararan en Casa Ferreri y comprarán un brazo de gitano de nata para los postres. Por la tarde ella se dedicará a hacer encaje de bolillos, aunque lo va dejando poco a poco porque a su edad ya se le cansa demasiado la vista. Escuchará un serial por la radio y después, hasta la hora de la cena, releerá alguna novela de Flaubert o algún poema de Baudelaire, que escogerá del montón de libros que, hace años, se trajo de casa de sus padres.
Ma folie et ma peur
Ont de grands yeux morts
La fixité de la fièvre.
Ce qui regarde dans ces yeux
Est le néant de l’univers
Mes yeux sont d’aveugles ciels
Dans mon impénétrable nuit
Est l’impossible criant
Tout s’effondre.
El lunes seguirá la rutina: irá a misa a primera hora, después hará la compra en el mercado, cocinará la comida, limpiará la casa, ordenará la clase y recibirá y despedirá a los niños. Hoy, Pedrito, se retrasará mas de lo normal. Irá a buscarlo y verá lo que ha visto otras veces: Rafael besando al niño en la boca mientras que mueve con frenesí su mano en la entrepierna del chiquillo. “Pedrito, ya es tarde te has de ir”, dirá ella. Lo acompañará hasta la puerta y le dirá “Hasta mañana Pedrito”. El niño responderá “Hasta mañana señora María”. Después, ella se irá a hacer la cena como cada día.