Los cuarenta días después de Pascua y hasta Pentecostés son el tiempo de las bodas en Etiopía. Se suelen celebrar en domingo y la gente, como es muy apañada, suele irse a currar el lunes vestido con lo mismo que llevaba el día anterior para la boda. Te encuentras a los seveñás vestidos de traje y corbata, que parecemos una embajada.
Cuando fui a hablar con la señora Zeib, directora de la Oficina de Asuntos del Niño y la Mujer de Addis Abeba, pensé que ella también había estado de boda el día anterior, visto que lucía una túnica de terciopelo negra que parecía una actriz de segunda fila vestida para hacerse el book que la lanzará a la fama (o eso cree ella).
Yo había echado mi solicitud de adopción en su oficina cuatro meses antes, donde, como ya expliqué en su momento, me habían informado de que cada mes se reunía un comité presidido por ella, con los expedientes de las familias y los expedientes de los niños amontonados en dos orfanatos públicos de Addis Abeba, y procedían a las asignaciones. Los meses habían pasado y, ante la ausencia de ningún tipo de noticias, me colé en su oficina, junto a G., una amiga mía, también extranjera residente en Addis, cuya familia estaba en aquel momento en la misma situación que yo.
Tras los saludos iniciales, procedimos a explicarle que nuestras solicitudes habían muerto en la mesa de sus asistentes.
_ Aquí no hacemos adopciones internacionales- nos cortó
_ Ya… nosotros no somos adopción internacional. Somos residentes en el país desde hace más de dos años. Por lo tanto para la legislación etíope, somos una adopción nacional- le explicamos.
_ No. Vosotros hacéis adopciones internacionales, porque sois extranjeros
_ Residentes en Etiopía, no podemos solicitar adopción internacional porque vivimos aquí – obviamente, yo no puedo adoptar desde España, porque no vivo en España y no puedo solicitar la idoneidad en España.
_ Ya, pero os vais a ir- sentenció
_ Llevamos aquí ocho años, y no pensamos irnos antes de otros dos- respondimos, sabiendo que ella tiene toda su familia ya en el extranjero y que seguramente se irá antes que nosotros.
_ Ya. Pero no conocéis realmente Etiopía. No sabéis el amárico
_ Sí sabemos el amárico – esto, obviamente, lo dijimos en amárico.
_ Pero lo habláis mal
_ Trabajo en amárico. Traduzco en amárico. Leo en amárico- le respondí, como si fuera una escolar aplicada
_ A mí lo de las madres solteras no me gusta- siguió, mirándome fijamente- el niño será siempre medio huérfano. Mi madre se volvió a casar con un señor que no era mi padre, y siempre me pregunté quién era mi padre- completó
_ Todos nos hacemos preguntas sobre nuestros orígenes. Es normal. –contesté, a punto de soltarle “aishósh”- y respeto su opinión sobre la maternidad soltera- mentira, no la respeto, pero bueno- pero la ley etíope y la ley española me dan el derecho de adoptar como madre soltera
_ Aquí las leyes las hago yo- me soltó
_ Uy,- contesté- yo pensaba que las hacía el Parlamento
_ Bueno… es que no es ley, son reglamentos internos, y los estoy cambiando
_ Realmente, la posibilidad está recogida en la Ley de Familia. Y, en cualquier caso, usted todavía no ha cambiado nada.
_ Yo quiero centrarme en las adopciones nacionales- reiteró. Y allí procedió a explicarnos que las familias etíopes querían más a los niños adoptados: que los adoptaban en la primera semana de vida y que los elegían con rasgos similares a los de los padres adoptivos, y que nunca les decían que eran adoptados. Ergo los querían más. El niño, según la señora Zeib, crecía sin problemas de identidad.
Según sabíamos, en aquellos cuatro meses, su oficina había recibido quince solicitudes de familias, ocho frenjis y siete abeshás. Le preguntamos si cabía la posibilidad de que dieran prioridad a las abeshás, y luego nos asignaran a los frenjis. Respondió categóricamente que no había tantos niños en situación de adopción en Addis Abeba. Sólo el Kebede Tzehay –uno de los orfanatos bajo jurisdicción de su oficina- tiene doscientos niños de entre uno y seis años. Aseguró que todos están allí temporalmente, en lo que sus familias arreglan cualesquiera que sean los problemas que han conducido al abandono. Mientras pensaba que esta señora y su túnica son, eventualmente, también jefas del sector donde yo trabajo, le pregunté si Servicios Sociales tenía algún programa de seguimiento de estas madres que habían dejado a sus hijos allí. Tienen muchos programas me dijo. Ninguno específico para ese target. En cualquier caso, me dijo, la vida en Addis ha mejorado mucho en los últimos años. La gente vive mucho mejor. Le dije que yo vivía en Kore. Es verdad, el basurero prospera saludablemente. La gente que se pasa el día buscando entre la mierda, también.
Dio por concluido el encuentro asegurándonos que jamás nos asignaría ningún niño porque éramos dos familias extranjeras. Que ella a los frenjis no nos daba niños. Ni siquiera uno del Gambella, aunque nadie lo quisiera porque no se iba a parecer a nadie. “Y voy a cerrar la adopción para las madres solteras”, concluyó, mirándome. Ella sola.
Aparentemente, está casada con alguien del Partido. En los orfanatos bajo su cargo entran y salen los niños sin ningún control. De noche y de día. Sus hijos estudian en Estados Unidos, pagados por agencias de adopción.
Hay a quien sus asistentes, que aparentemente no tienen ninguna comunicación con ella, le han asegurado que sí pueden asignar, a cambio de una donación. Sé que hay gente que adoptó poco antes que yo y que sí consiguió asignación normal en su oficina. Realmente, no sé en qué momento su filosofía delirante tomó el control de la oficina. Su jefa directa, que sería la directora de la Oficina de Asuntos del Niño, la Mujer y el Joven, nos dijo que era consciente de esta situación, pero que no podía hacer nada. Nos recomendó ir a pagar a alguna otra parte.
Aquel día me prometí que, si mi futuro hijo llevaba todavía pañal, me lo llevaría a saludarla, Y lo dejaría encima de los sofás de cuero nuevos relucientes que la señora tiene en su oficina. Sin pañal. Fresquito.
Sorteé a la señora Zeib yéndome a adoptar a otra región de Etiopía. Al final, algunas semanas después de que la Nena llegara, volví a retirar mis documentos de la mesa de su secretaria. Había cuatro fotos de carnet mías que a lo mejor me sirven para algo. Evité verla. Hui sin mirar atrás. El problema no es la señora, creo. El problema es que todos hacemos eso: cogemos a nuestros hijos y huimos sin mirar atrás.