Revista Literatura
La señora que vive en el reloj
Publicado el 24 octubre 2012 por Humbertodib-No me vengas otra vez con eso, Vicky, ¿dónde está?-No sé, pa, fue la señora que vive en el reloj.-Ya te dije que no iba a tolerar que continuaras con esas historias raras, dime dónde lo has puesto, yo mismo lo dejé sobre la mesilla de noche.-Te lo juro, pa, te lo juro, yo no lo toqué- aseguraba la niña lloriqueando.-Bueno, levántate, vamos, fíjate si se cayó.La niña salió de entre las sábanas y se arrodilló en el piso, negando con la cabeza como para afirmar que no estaría allí. Enseguida le siguió el padre y ambos quedaron en cuatro patas, removiendo zapatillas, muñecos y pelusas debajo de la cama.-No está, no hay caso, dime inmediatamente dónde lo pusiste, que ya estoy perdiendo la paciencia- volvió a amenazarla, mientras se erguía a duras penas.-Ya te conté que se lo llevó la señora que vive en el relooooooj- dijo la niña, soltando las lágrimas.-Basta, me cansé, hoy te quedas aquí en tu cuarto y no bajas a cenar, ¿está claro?- gritó el padre y abandonó la habitación dando un portazo. Sin embargo, una nube de preocupación le oscurecía el rostro, en verdad no le creía pero tampoco dejaba de creerle, su hija tenía apenas 5 años y estaba eso del amigo imaginario que le había contado el psicólogo la última vez. Al llegar al pie de la escalera, escuchó un alarido aterrador, seguido de un llanto desconsolado. El hombre trepó por los escalones como un animal furioso, entró en el cuarto y encontró a su hija acurrucada contra la pared, tapándose la cabeza con las mantas.-Es e… ella, acaba de sa… de salir del reloj, es la, es la se… la señora que vive… que vive en el reloj- sollozaba y señalaba sin ver.Enceguecido, el padre -quien había visto demasiadas películas de terror como para (no) sentirse un demente frente semejante determinación- tomó el despertador, lo estrelló contra el suelo y aplastó cada pieza hasta reducirlas todas a trozos amorfos de metal y resortes destartalados, tratando de aniquilar no sabía qué. Sudaba y reía y maldecía por lo bajo, mientras su hija lo observaba desde el vano de la puerta, con los ojos entornados y una sonrisa socarrona estirándole el costado derecho de la cara.