Me quedé dormido, como tantas otras veces, en el sofá, mientras veía una película vista varias veces en la tele. Creo que me quedé dormido en uno de los descansos al poco rato que una agradable dijese que en seis minutos, que en la realidad serían diez o doce, volvían con nosotros. La cuestión es que me quedé dormido como casi todos los sábados por la tarde, después de comer. No sé si es por la propia modorra de la digestión, por el fresco que da el aire acondicionado en el verano, o por la calidez de la calefacción en el invierno, la cosa es que me pasa todos los sábados del año. Después, al despertarme, me pongo de mal humor pues veo que se han hecho casi las siete de la tarde, que he perdido la mitad de ella, en el invierno entera pues ¿quién tiene ganas de salir a dar un paseo a las siete de la tarde en esa época?
Lo primero que hago al despertarme es ir a la nevera y dar un trago de zumo de naranja directamente del tetrabrik, para quitarme ese gusto raro que te queda en la boca después de la siesta. Antes pensaba que era por el tabaco, pero llevo siete meses sin fumar y sigue pasándome lo mismo. Después de beber el zumo voy al lavabo a mear. Antes, cuando fumaba, después del trago de zumo, encendía un Coronas rubio y con él en los labios me iba al lavabo.
Vivo solo y eso facilita hacer la siesta los sábados por la tarde. Vivo solo pero tengo un gato. Es un gato negro, de pelo muy, muy largo, que va dejando a mechones por todos los rincones de la casa. Le gusta el chocolate, las almendras saladas, el yogur griego y, sobre todo, el jamón de york. Hace la siesta conmigo, durmiendo de igual manera que hace el resto del día menos cuando come, araña el sofá o muerde los cactus. Cuando tiene hambre se restriega contra mis piernas y maúlla. Por eso procuro ponerle comida ante de sentarme en el sofá pues en más de una ocasión me ha despertado antes de tiempo. También he de acordarme de dejarle la puerta del salón entreabierta pues si quiere ir a su lavabo y está la puerta cerrada maúlla. Maúlla hasta que se abre la puerta lo que implica que va aumentando la intensidad del maullido hasta que me despierta. Antes era un problema pero ahora ya me acuerdo siempre de dejarlo todo listo para que no me moleste.
Tengo que ir con cuidado en como pongo la cabeza en el sofá pues si no tomo precauciones me levanto con dolor de cuello cuando la cabeza queda hacía atrás sin un buen apoyo del cuello. Cuando me pasa eso, al levantarme, necesito varios minutos para poder poner la cabeza derecha mientras que bebo el zumo de naranja y antes de ir al lavabo. Cuando tengo muchas ganas de mear supone un gran inconveniente pues no me da tiempo a enderezarme la cabeza, ni a tomar zumo pero esto sería contraproducente con las ganas de mear, y con la cabeza así, torcida, he de levantar la tapa y orinar mirando de refilón para acertar en la taza.
Con cada una de mis mujeres la siesta había sido diferente. A R no le gustaba. Decía amargamente que le hacía perder la tarde del sábado. L, apagaba la tele, se sentaba a mi lado a leer, me cuidaba con la mirada y en las tardes de invierno me tapaba con una manta amarilla, ligera. Al despertar siempre veía su sonrisa. M, la más fácil, hacía la siesta en total sincronía conmigo. Al despertarme la veía recién despierta también, nos mirábamos un instantes y nos dábamos un largo beso. Por aquel entonces ya tenía que enderezar la cabeza, beber naranjada e ir al baño.
Hace unos años que ya no hay nadie a mi lado para criticarme, cuidarme o compartir. Ahora puedo tumbarme en el sofá, pero me falta la compañía de las malas caras, de los mimos o de los besos.
Hoy también me quedé dormido, como tantas otras veces, en el sofá mientras veía una película en la tele, vista varias veces con anterioridad, tumbado en el sofá. Creo que hoy no me levantaré con la boca reseca, ni beberé zumo, ni iré al lavabo. No vale la pena, no tengo ganas. Hace mucho que sé que no vale la pena y hace mucho que no tengo ganas. Las perdí cuando perdí las malas caras, los mimos, los besos, pero hasta hoy no había decidido no levantarme nunca más.