Dicen que, como buen físico teórico, la aversión de Wolfgan Pauli por los experimentos era tal que, cada vez que entraba en un laboratorio, se averiaba algún dispositivo. Cuenta George Gamow en su libro Biografía de la Física:
Un hecho totalmente enigmático, que en un principio no parecía estar conectado para nada con la presencia de Pauli, ocurrió cierta vez en el laboratorio del profesor J. Franck, en Göttingen. Una tarde, apenas comenzadas las tareas, un complicado aparato destinado al estudio de los fenómenos atómicos se estropeó totalmente, sin razón aparente alguna. Pasado el mal rato, Franck escribió a propósito de esto una carta humorística a la casa de Pauli en Zürich, en la que le decía que en esta ocasión no era él el culpable. Tras cierto retraso, recibió una respuesta, pero el sobre mostraba estampillas de franqueo danesas. En ella Pauli le contaba que había ido a visitar a Bohr y que, más o menos a la hora del desastre en el laboratorio de Franck, su tren había estado detenido, por pocos minutos, en la estación de ferrocarril de Göttingen.
Hoy en día, el fenómeno de averías “inexplicables” cada vez que un teórico accede a un laboratorio se denomina “efecto Pauli”. Aunque hay quienes le quitan gracia al asunto creyendo que se trata del efecto resultante de la manipulación de costosos aparatos por parte de gente poco hábil y sin experiencia suficiente, cual es el caso de los físicos teóricos.
En fin, es la manía occidental por arruinar los sueños poéticos de un universo al que, cual padres autoritarios y prácticos, no permitimos expresar su creatividad.
La sincronicidad fue definida por Carl G. Jung como ”la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal”. Entre casualidad y causalidad está, por tanto, la acausalidad, la conexión entre dos sucesos sin que medie una relación directa de causa y efecto y sin que se pueda aludir a explicaciones relacionadas con el azar, cuando la alteración de la curva de probabilidades despierta la atención de los sujetos implicados.
Física y psicología
En Psicología y alquimia de Carl G. Jung, se analizan los sueños e impresiones visuales en estado de vigilia de un hombre descrito por su autor como “espiritualmente superior”. Aunque Jung no lo diga directamente, el individuo en cuestión sería el mencionado Wolfgang Pauli.
Jung y Pauli se conocieron en 1932 en funciones de doctor y paciente. Tras sus éxitos profesionales en los años 20, habiendo sido uno de los pioneros de la teoría cuántica, el físico había entrado en una etapa caótica que le llevó al borde del abismo hacia 1930, cuando pensó en dejar su profesión, decepcionado con el mundo académico y frustrado en su labor científica.
Jung sostenía que cada persona es el resultado de un equilibrio entre polaridades: pensamiento frente a sentimiento, por un lado, y sensación frente a intuición, por otro. En una mente sana, cada aspecto está en armonía con su pareja. Sin embargo, en el caso de Pauli, el pensamiento había dominado completamente sus sentimientos, de manera que éstos pertenecían a lo que Jung denominaba “la sombra”, una forma por la que los aspectos reprimidos y enterrados en el inconsciente, al no haber sido bien desarrollados, asimilados y aceptados de forma consciente por el sujeto, se manifiestan cruda y violentamente en su realidad, bien sea en sueños o en forma de impulsos y comportamientos neuróticos. En el caso de Pauli, la sombra se manifestó a través de un creciente sarcasmo hacia sus compañeros de profesión y largos periodos de borrachera.
Es así como Pauli tuvo que iniciar una recopilación de los sueños y fantasías que experimentaba para tratar de descubrir qué era lo que le atormentaba. Las imágenes y símbolos del mundo interior de Pauli permitieron a Jung trabajar en su teoría sobre unas leyes universales en los procesos del inconsciente, tema que atrajo enseguida el interés del físico, pues se parecía a su intento de descubrir los patrones de la armonía del Universo.
Pauli recuperó su prestigio tras recibir el Nobel en 1945, siendo nombrado por el propio Einstein como su heredero espiritual. Pero su carrera había tomado ya un nuevo rumbo tras su experiencia con Jung, de donde surgiría la organización de reuniones habituales entre psicólogos y físicos destacados de la época. Creía que la física necesitaba de la subjetividad de la psicología y viceversa. Esta complementariedad entre los aspectos objetivos y subjetivos de la realidad podría descubrir que, tras características distintas, existía un mismo fenómeno fundamental.
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El universo causal pertenece a la física clásica de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, esta visión de la realidad como sucesión de causas y efectos, al estilo de una máquina cuyos resortes funcionan por la acción directa de otros, continúa influyendo en los modos en que la mayoría de nosotros sigue percibiendo la realidad.
Tal y como dice el físico David Peat en su libro Sincronicidad. Puente entre mente y materia:
La visión del mundo que todos hemos heredado de una física anticuada todavía ejerce un profundo efecto sobre toda nuestra vida; penetra en nuestras actitudes hacia la sociedad, el gobierno y las relaciones humanas, y sugiere que cada situación adversa se puede analizar como un “problema” aislado con una solución o método de control correspondiente. Es por tales razones que la sincronicidad puede ejercer un efecto tan profundo sobre nosotros, puesto que va más allá de nuestras defensas intelectuales y rompe nuestra fe en el carácter tangible de las superficies y en los órdenes lineales del tiempo y de la naturaleza.
En un mundo mecanicista, el único principio conector entre sucesos es la causalidad:
Para que un suceso A sea la causa de un suceso B se tienen que cumplir tres condiciones:
- Que A suceda antes que B.
- Que siempre que suceda A suceda B.
- Que A y B estén próximos en el espacio y en el tiempo.
El observador, tras varias observaciones, llega a generalizar que puesto que hasta ahora siempre que ocurrió A se ha dado B, en el futuro ocurrirá lo mismo. Así se establece una ley.
Decía Hume que sólo por el hecho de que en el pasado se ha observado, en muchas ocasiones, que B sigue a A, no se deriva lógicamente que esta sucesión ocurrirá en el futuro. La causalidad lineal es una simple cuestión de costumbres. Tres siglos después, los experimentos le están dando la razón.
En mayo de 2012, sin ir más lejos, se confirmó algo que la teoría previó en el año 2000, de la mano del físico israelí Asher Peres y que se denomina “intercambio de entrelazamiento de elección retardada“: se puede hacer una medición sobre una partícula antes de que sea entrelazada con otra, pero los resultados de dicha medición dependerán de si está o no realizado el entrelazamiento posteriormente. Es decir, los efectos ocurren antes de la causa.
Para realizar su experimento, los físicos partieron de dos parejas de partículas de luz, esto es, de dos “paquetes” de dos fotones cada uno. Cada una de las dos partículas de cada pareja de fotones estaban entrelazadas entre sí. Más tarde, un fotón de cada pareja fue enviado a una persona hipotética llamada Victor. Y de las dos partículas (una por pareja) que quedaron detrás, una fue entregada a Bob y la otra a Alice. (Bob y Alice son los nombres que se utilizan habitualmente para ilustrar los experimentos de Física Cuántica).
Víctor, al tener un fotón de cada pareja entrelazada, tiene pleno control sobre las partículas de Bob y Alice. Pero qué sucedería si Victor decidiese entrelazar a su vez sus dos partículas? Al hacerlo, también los fotones de Bob y Alice (ya entrelazados con cada uno de los dos fotones en poder de Víctor), se entrelazarían el uno con el otro. Lo bueno es que Víctor puede decidir llevar a cabo esta accíon en cualquier momento que quiera, incluso después de que Bob y Alice hubieran medido, modificado o incluso destruído sus propios fotones.
“Lo realmente fantástico -afirma Anton Zellinger, también de la Universidad de Viena y coautor del experimento- es que esa decisión de entrelazar los dos fotones puede ser tomada en un momento muy posterior. Incluso en uno en que los otros fotones podrían haber dejado de existir”.
(Fuente: El blog de ciencia y tecnología)
El hecho de que la física venga comprobando, desde hace ya casi un siglo, que la materia, en su estado esencial, no se ve afectada por la distancia ni el tiempo, obliga a contemplar la existencia de una realidad más allá del tejido espacio-temporal. Es lo que David Bohm denominó “orden implicado”: una totalidad primaria, indivisible y atemporal que unifica, ordena y manifiesta el “orden explicado”, el conjunto de fenómenos físicos, psíquicos y biológicos que se dan en la realidad sensible. Hoy en día sabemos un poco más sobre los límites entre ambos órdenes:
En el mundo sub-cuántico, el tejido espacio-tiempo es tan inestable, a causa de vibraciones que se interfieren unas a otras permanentemente, que es como una espuma de burbujas que surgen, estallan y desaparecen una y otra vez.
Es aquí donde surgen de forma natural los agujeros de gusano, rasgaduras en el tejido que permiten traspasarlo y, por tanto, acceder a puntos que no son adyacentes a nuestra posición de origen en el tejido. Para estabilizar la espuma cuántica y evitar estas alteraciones, es necesaria una ingente cantidad de energía gracias a la cual se conformará todo lo demás a niveles más densos.
A ese nivel, por tanto, no existe ni espacio ni tiempo. La verdadera realidad, el origen de todo, es inmaterial y está más allá del tejido que da forma al espacio y al tiempo. Antes de que una partícula se materialice en ese tejido del espacio-tiempo, era una onda de probabilidad, cuyas crestas y valles determinaban las opciones que la partícula aún inmaterial tenía de manifestarse en un lugar u otro.
(Artículo completo)
El gran descubrimiento de la mecánica cuántica fue un estado de complementariedad donde no se podían resolver los elementos de una oposición. Tal y como reflejaba Pauli en una carta escrita a Heisenberg, su mayor emoción fue comprobar que las ondas no eran sustituidas por las partículas, o la posición por el momento, la energía por la materia, sino que eran aspectos inseparables de un mismo fenómeno y que no se podía eliminar una de las partes en favor de la otra, sino que había tener presentes ambas para explicar una misma realidad.
La “revolución cuántica”, tal y como la concibe Ken Wilber en La conciencia sin fronteras, supone una aceptación de la incertidumbre, de que la realidad no conoce límites y que éstos son consensos de la razón para analizar el mundo, pero no para comprenderlo. Es atisbar que, de algún modo y como señalaba el antiguo hermetismo, los opuestos son idénticos en origen: masa y energía, onda y partícula, quietud y vibración. ¿Pasado y futuro? ¿Vida y muerte? Tales interrogantes son denostadas y escombradas bajo un concepto usado de manera peyorativa, “misticismo cuántico”, generalmente asociado con personajes populares como Deepak Chopra, obviándose así intencionadamente otros acercamientos que buscan trabajar desde los ámbitos de una ciencia honesta, ajena al utilitarismo, y una espiritualidad intelectualmente madura.
En este sentido, es interesante contemplar los estudios de físicos que se han acercado a la cuántica desde las tradiciones orientales en que fueron criados, caso de Amit Goswami y Michio Kaku.