La líquida sinfonía del chorro brotando en libertad, aún tiene el poder de transportarla a ese lugar dónde sellaron tantas promesas. Se humedece la cara rota. La escuece. Respira hondo. Escupe sangre y rabia.
Una voz embriagada llega desde el dormitorio. Se paraliza. Tiembla...
–Cielo mío, ¿vienes a la cama… o tengo yo que ir a buscarte?
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