La sociedad de control (Andrés Ibáñez)
Somos testigos inermes del surgimiento de una nueva forma de dictadura. Se trata de la Sociedad de Control. La palabra «dictadura» en este caso no es exacta, ya que las dictaduras se basan en la represión y en la pérdida de libertades, y la Sociedad de Control no trata de quitarnos libertades sino, por el contrario, de darnos derechos. Pero cada derecho es en realidad una obligación y una nueva excusa para el control. Hoy en día tenemos tantos derechos que nuestra vida es casi insoportable. Derechos que no queremos y que no hemos pedido, que no nos importan y que siempre acaban costándonos dinero.
La Sociedad de Control pretende controlar y vigilar a todos los ciudadanos del mundo las veinticuatro horas del día. Ya ha conseguido poner chips de localización en los teléfonos móviles y en las tarjetas de crédito. Terminarán poniéndonos chips bajo la piel. Nos los pondrán al nacer, y aquellos que se los extirpen serán encarcelados. La Sociedad de Control pretende saber lo que hacen todos los ciudadanos las veinticuatro horas, qué compran, en qué usan su tiempo cuando no trabajan (y cuando trabajan). Lo más curioso (y característico) es que nadie quiere esta información para nada, y eso mismo es lo que nos dicen una y otra vez. Para capturar criminales, nos dicen. Pero quizá llegue un momento en que esta información empiece a usarse. Porque si nadie la quiere para nada, ¿para qué tantos esfuerzos por obtenerla?
La Sociedad de Control pretende borrar los límites de lo público y lo privado mediante un ataque insidioso e imparable contra todos los valores relacionados con la esfera privada (que se asocian al vago, al charlatán, al romántico anticuado, al rebelde pasado de moda que no quiere colaborar en las acciones colectivas, al que quizá tenga algo que ocultar, al sospechoso). La Sociedad de Control quiere que estemos trabajando no ya 60 o 65 horas a la semana, sino todas las horas de la semana. Quiere meter el trabajo en nuestra casa porque quiere meterse en nuestra casa. La Sociedad de Control es un gran ojo que quiere verlo todo, y que odia las puertas cerradas y los rincones oscuros. Quiere «protegernos» y por eso quiere contemplarnos todo el rato.
La Sociedad de Control busca la desaparición del azar, de lo espontáneo, de lo individual, de lo particular, de lo subjetivo, de lo caprichoso, de lo único, de lo original, de lo impredecible, de lo arriesgado. La Sociedad de Control pretende eliminar el azar porque el azar le parece peligroso y dañino.
Su filosofía es la siguiente: si yo sé que en esta casa hay un criminal, rodeo la casa con alambre espinoso y ya sé que he capturado al criminal. No sé exactamente quién es, pero sé que está ahí dentro. Quien dice una casa dice un barrio, una ciudad, un país, una etnia, el mundo entero. Si convierto el mundo en una cárcel, logro el sueño dorado de todo legislador: encerrar a todos los criminales. Encierro también a todos los demás, pero eso es un mal menor comparado con el triunfo que he obtenido.
La Sociedad de Control es el paraíso de la burocracia y de los burócratas, de las medidas de seguridad, de las normativas, de los procedimientos, de los libros blancos, de los manuales de estilo, de las reuniones y de los comités. Está obsesionada con medir: quiere medirlo todo. Medirlo con números, entendámonos, con gráficos, con baremos, con estadísticas. Para la Sociedad de Control sólo existe lo que se puede medir, y lo que no se puede medir debe ser abandonado por inútil, por incontrolable. La Sociedad de Control busca criterios objetivos para todo, medidas universales que se aplican ciegamente, estandarizaciones, homogeneizaciones.Es difícil saber por qué la Historia ha dado este giro inesperado.
Es difícil saber, también, si la Sociedad de Control es «de derechas» o «de izquierdas», pero uno tiene la sensación de que surge de lo peor de la izquierda y de lo peor de la derecha. En la Unión Europea, donde se discute por todo, nadie parece estar en contra del avance imparable del Control. La Unión Europea es un modelo de Sociedad de Control, pero también lo era la ultraconservadora América de Bush y lo es China con su extraño comunismo capitalista. Puesto que es un fenómeno que no puede definirse con las categorías políticas de antaño, es evidente que se trata de algo nuevo. Es como una humedad que cala los huesos. Una niebla que recorre Europa, el mundo.