La lectura de La soledad de los números primos te hiela el corazón como si te fueras adentrando en una nube de niebla helada que te aísla cada vez más del resto del mundo. Pero no es una soledad ficticia, o una soledad que afecte sólo a los personajes de la historia, especiales por lo acaecido en su niñez, sino que es una soledad común, real, compartida por todos los miembros de la novela, por los protagonistas, por sus familias, por los amigos, por el entorno que crean estos dos seres apartados por sus historias, y que acaban sumiendo en esa soledad helada al propio lector.
La lectura de La soledad de los números primos te hiela el corazón como si te fueras adentrando en una nube de niebla helada que te aísla cada vez más del resto del mundo. Pero no es una soledad ficticia, o una soledad que afecte sólo a los personajes de la historia, especiales por lo acaecido en su niñez, sino que es una soledad común, real, compartida por todos los miembros de la novela, por los protagonistas, por sus familias, por los amigos, por el entorno que crean estos dos seres apartados por sus historias, y que acaban sumiendo en esa soledad helada al propio lector.