Aprendí a observar desde lejos y notar el sube y baja del pecho de B, para saber que respira. Porque sigo asomándome a ver que respira cuando duerme una siesta; pero trato de no acercarme. Que las benditas siestas duren es como un premio de lotería.
Al despertar suele sonreír ampliamente; a veces no luego-luego: se queja o lloriquea, y la alzo, le explico que durmió una siesta, va poniéndose de buen humor en lo que reconoce el mundo, y entonces, sonríe. Esas sonrisotas de después de dormir son épicas.
Silvia Parque