La sonrisa y el horizonte
La noticia cayó como un jarro de agua hirviendo, no sólo por inesperada, sino por las graves consecuencias que traería sobre ellas. Agua hirviendo porque sus efectos no se pasarían solos, sino que una larga lucha enredaría a la interesada por su vida y a todos los que la amaban, y las cicatrices que dejaría en el alma de sus amigos serían indelebles. Sin embargo, y tras tres años de quimio y radio, las metástasis se habían apoderado de su cuerpo. Durante su última visita, el médico le había recetado sólo paliativos. Decidió regresar a morir a casa, a su casa a orillas de aquel acantilado irlandés, sobre el que miles de olas rompían cada día y cuya frescura revitalizaba su espíritu, mezclándose con el horizonte.
-He decidido no saber que el final se acerca. No más terapias. Si hay un más allá, lo comprobaré enseguida –dijo.-¿Y si no hay nada? ¿Morirás sin luchar? –preguntó su mejor amiga.-¿Sin luchar? ¿Has visto mi larga melena… guardada en aquel collage de la pared del salón? –dijo destapando su cabeza sin pelo-. No puedo más, y no es rendirme, es aceptar que mi cuerpo se ha rebelado contra sí mismo y me ha puesto fecha de caducidad. Si hay algo tras la vida, perfecto, pero si no lo hay, entonces… –dijo estirando los brazos por encima de su cabeza- …dormiré una siesta larguísima, la más larga, sin despertadores ni ruidos que la interrumpan. En cualquier caso será agradable.-¿Y cómo sabes que te mueres si nadie te lo ha dicho?-No hizo falta más que ver la cara del médico. Le dije que no quería saber nada, pero su mirada lo dijo todo. Y luego estaba lo que me recetó. No conocía ninguno de esos medicamentos. Eran paliativos, sin duda. Los tomé durante unas semanas, pero ya no. No los necesito. Ya no me duele nada. Es este lugar, esta casa, el aire, las vistas. El verde penetrando en el mar, mi caballo que cada mañana me obliga a salir a atenderlo, a montarlo para que haga ejercicio. Cabalgarlo cansa tanto como revitaliza. -Tal vez el cáncer haya frenado su expansión –dijo su amiga que no sabía disimular lo dramático de la noticia.-Eso no lo sabré hasta el último día. Porque he decidido vivir cada día como si fuera el último, así cada segundo será aprovechado al máximo. Lloraré de alegría cada mañana en que mis ojos vuelvan a abrirse, miraré al sol para dejarme bañar por su calidez, comeré frugalmente para que el cuerpo trabaje lo necesario y así no forzarlo. Meditaré bajo mi árbol favorito, ensayando así la felicidad que tal vez encuentre una vez alcanzados el todo o la nada. -Así es como deberíamos vivir todos.-Así es, querida mía –dijo ella ligeramente adormecida por la brisa del océano-. Cierra los ojos y mírate a ti misma. Sin artificios, sin espejos, sin angustias ni prisas. Sólo ciérralos. Su amiga decidió volver a verla cada día, por si había ocurrido ya el tránsito y así no retrasar el ocuparse de su caballo, buscándole un nuevo hogar. Pero, un día al regresar comprobó que no estaban, ni ella ni el caballo.
Sólo quedaba un papel prendido en la puerta de la casa con una chincheta: “No me esperes a cenar”. El caballo había sido liberado, sin duda por ella misma.
Y ella misma se había liberado, sentada con las piernas cruzadas mirando al mar y los ojos cerrados bajo su árbol favorito. Ya conocía el secreto de la vida.
Su sonrisa lo decía todo.