Buenas noches: Por fin, nuestro amigo Benigno Pérez y su particular confidente, regresan a mis dedos para teclear otra de sus historias. Espero te guste. Un abrazo vacacional. La subasta del collar -Lo más importante del plan para que nos salgamos con la nuestra es que Benigno Pérez y su gente no esté allí. Hay que evitarlo como sea. ¿Quién es el que así habla? ¿Qué crimen pretende cometer? Es evidente que la fama del bueno del detective Pérez también llega a los artistas del hampa. -Si queremos que Pérez y los suyos no nos molesten, habremos de pensar en algo gordo que les distraiga. De otro modo, no habrá forma de quitárnoslos de encima. A nadie se le podrá ocurrir que el policía más listo de Madrid no vaya a asistir a la subasta del collar. Hemos de contar con que las medidas de seguridad en la Casa Ansorena serán extremas. Hace años que no se produce un acontecimiento de semejante envergadura. Cuatro hombres se confabulan en el rincón apartado de uno de los muchos bares en torno a la Plaza de Santa Ana y del Barrio de las Letras. Un lugar bullicioso, plagado de turistas y nostálgicos de extintas tertulias conspiranoicas de pasados siglos. Nadie les presta atención. Aparentan ser otros de tantos clientes que charlan en torno a la mesa cuadrada de mármol desportillado mientras remojan el gaznate a base de rubias bien tiradas a espita de barril. -Lo mejor será que nos carguemos a alguna fulana. Eso sí, que esté buena y tenga las carnes prietas. De paso que entretenemos a ese gachó gilí, nos damos un gusto. Yo apuesto por alguna rusa de ésas que andaban hasta hace poco por Montera y que ahora se pasean por el Polígono del Gato, en Villaverde. Llevan un rato los cuatro. Los cuatro son hombres duros, semejantes a trabajadores de mediana edad, hechos a lo físico en talleres o carga y descarga de mercancías en Mercamadrid, pero es uno de ellos quien lleva la voz cantante. Le dicen Pepón o jefe. -Ni hablar de eso. Una muerta más no sería caso para Pérez. Hemos de pensar en algo más… nuevo. Menos visto. -Pepón, ya sé lo que haremos. Montar un incendio en alguno de los museos de la capital, el de la Ciudad, ongamos por caso, daremos aviso mediante una llamada anónima o un mensaje, de que el único que podrá parar la tragedia es Pérez, yendo al lugar y, mientras, nosotros hacemos lo nuestro en la subasta. -No me parece mala idea. Tendremos que tenerlo todo listo para la tarde del jueves, una hora antes de que la tal Cristina Mato de Ansorena, como Directora de la Galería, inagure el acontecimiento. ¿Has encargado los trajes, Pulgas? -Sí, ya los tengo conforme las tallas que me disteis. Lo mismo que la cartera de piel en que nos lo llevaremos, una vez demos el cambiazo. Y es que al jueves siguiente en que semejante reunión tiene lugar en la Cervecería Alemana se va a celebrar la subasta del collar de perlas negras que Alfonso XIII regaló a su esposa Victoria Eugenia, entre otros presentes, para que lo luciera en la fiesta de aniversario de su boda, el 31 de mayo de 1907. Con semejante fiesta y regalos quiso, el monarca, compensar la nefasta ceremonia del año anterior a cuenta del atentado que sufrieron cuando, una vez casados, se dirigían desde los Jerónimos al Palacio Real, a la altura del número 88 de la Calle Mayor. El collar constaba de 44 perlas negras de simpar rareza, engarzadas en oro blanco y con broche de aguamarinas. Un collar que, por los avatares de la Historia, fue vendido en los años del exilio y que ese día retornará, como si de un ciclo se tratara, a las manos de donde fue concebido aunque ya ni el orfebre ni el taller que lo crearon exista. -Repasemos entonces el plan: tú, Mañas, te encargas de la maniobra de distracción y todo lo que conlleve en el Museo de la Ciudad, creo que está situado en la Calle Fuencarral, habrás de contar con que los bomberos no puedan apagar fácilmente el fuego prendiéndolo con disolventes químicos; tú, Pulgas, serás quien, justo en el momento en que vayan a subastar el collar, cortes los fusibles y luces de emergencia, el tiempo justo para que a mí me dé tiempo a suplantar el collar auténtico por el falso que llevaré en el maletín, serán suficientes un par de minutos para mí, pasados los cuales volverás a dar las luces; tú, Gafitas, nos esperarás a la salida con el coche, listo para largarnos de la sala sin llamar la atención. Cuando el que haya pujado más alto por la joya proceda al proceso de identificación se darán cuenta del fraude pero nosotros ya estaremos fuera. Nos reuniremos los cuatro en la casa de Ríos Rosas para de allí, en cuanto nos deshagamos de todo lo empleado, quemándolo, coger el AVE. ¿Está todo claro? -Nítido, jefe. El ambiente en la Sala de Subastas Ansorena, sita en la Calle Alcalá 52, es el propio de las grandes ocasiones. Como es habitual el ágape, a base de finos canapés y champán francés aacompañan la bienvenida de los habituales. Las lentejuelas, los trajes cortados a medida y las sonrisas profesionales protagonizan el preludio de semejantes negocios, vestidos de eventos culturales. La anunciada subasta del collar será la última de entre los diversos objetos de orfebrería con historia que esa noche van a pasar a manos de apasionados del lujo y especuladores del Arte. Todo marchará conforme lo previsto para todos. Para la organización y para los participantes, para los ladrones y para… Tras la sorpresa producida por el momentáneo apagón el acto se reanuda sin aparente novedad. Ni Pepón ni el Pulgas ni, mucho menos, el Gafitas han reparado en una distinguida señora que no se pierde detalle de nada. Pasa por una más de las asistentes, pero no tiene el más mínimo interés en lo que esa noche se está vendiendo. Sabe muy bien cuál es su objetivo. Camino de la Calle Ríos rosas un camión de la basura impactará contra el coche que conducía un hombre al que, por sus típicos anteojos que siempre le acompañaron, le denominan Gafitas. Los tres ocupantes del vehículo, alquilado con nombre falso, por cierto, morirán en el acto. De igual forma, sucederá a aquél que ha provocado un voraz incendio, a duras penas sofocado por los bomberos y el equipo policial del detective Benigno Pérez. Nada podía hacerle suponer que una motocicleta le atropellaría cuando se disponía a coger el Metro en la estación de San Bernardo. También morirá en el acto. Y es que la anónima señora que ha controlado los movimientos de la banda del Pepón, tiene muy claro que a ella nadie la puede vencer ni ganar por la mano. Mientras, como si se tratara de gavillas de paja, recoge las negras almas de los cuatro matones, hará que le entreguen a su amigo Benigno un maletín que contiene un collar, ese mismo collar que un comprador reclama, de forma vehemente, ante la atribulada gerencia de la famosa Casa de Subastas Ansorena.