Supongo que la enorme fila de gente deseosa de comprar lotería en el despacho de Doña Manolita, y que se iniciaba el otro día ya desde la plaza de Callao de Madrid, se debe al gran éxito del spot televisivo de Loterías del Estado de estas Navidades.
Se trata del anuncio en el que un viejo cliente y amigo del camarero del bar de su barrio, que esta vez no ha comprado el décimo como en años anteriores, recibe la muy grata sorpresa de que se lo ha reservado. En ese momento, el espectador queda impactado y confundido por las imágenes, incapaz de deducir si el dinero tiene o no más valor que una buena amistad, forjada durante muchos años, a base de consumir cafés y cervezas.
El actor Paco Rabal decía que la gran suerte de su vida era la cantidad de amigos que tenía. No estaba equivocado. Los amigos son como los frutos de un árbol joven y frondoso. Al principio de la vida, se cuentan por decenas y decenas. En la madurez, aumenta la calidad más que la cantidad. A medida que la planta comienza a envejecer, el número de frutos va disminuyendo progresivamente cada año. Sólo los olivos centenarios son capaces de mantener una producción digna. Si llegas a viejo, y aún tienes amigos con los que compartir buenos ratos, eres un tipo con mucha suerte.
He sabido que algunos millonarios que se enriquecieron de forma fácil, por la vía del azar, perdieron rápidamente su fortuna porque no supieron gestionar su suerte de manera adecuada. También conozco casos de personas que han renunciado siempre al juego porque se conforman con lo que ya tienen. Dicen que se consideran ricos al observar la cantidad de cosas que no necesitan. Sospecho que ya poseen lo suficiente. Tal vez el cariño de sus seres queridos, una buena compañía, sus discos, sus cuadros, su casa, su mascota o, simplemente, la estima y el reconocimiento de los demás.
Para algunos, el dinero jamás podrá devolverles a su hijo o a su esposa, fallecidos por cáncer o en un accidente de tráfico. A otros, la lotería no les servirá para llegar a ser mejores, sino que les hundirá aún más en su miseria moral. Los que tuvieron que renunciar a un amor imposible, saben que resultará inútil seguir acudiendo a la sala de Bingo los fines de semana.
Sea como fuere, como cada año por estas fechas, en mi billetera llevo ya unos cuantos décimos con la esperanza de que esta vez me caerá nada menos que "El Gordo de Navidad" y acudiré al sitio donde me vendieron la lotería para unirme al jolgorio de un montón de desgraciados quienes, como yo mismo, habrán sido designados por el dedo de la diosa Fortuna para responder a las preguntas de los reporteros que, entre el descorche de botellas de cava, compiten entre ellos por una primicia informativa.
Sinceramente, desconozco si a partir de ese día seré más feliz o no, pero me daré el gustazo de ponerme a la fila de los caprichosos y tener la opción de acceder, por fin, a la compra de alguna que otra gilipollez que soy consciente de que no necesito en absoluto, pero que deseo desde hace tantísimo tiempo porque la publicidad me convenció en su día de que, para ser feliz, tenía que hacerlo.
Si acaso, podría renunciar a todo menos a un chalecito con jardín y piscina, que no esté en las afueras, sino céntrico en Madrid, y a un bonito apartamento en primera línea de una playa tranquila del Levante. Me gusta la montaña, pero el mar me cautivó la primera vez que lo vi. Ojalá me llegara el importe del premio para pagar los electrodomésticos, los muebles, los respectivos IBI, los gastos de comunidad y los suministros de agua y electricidad. Lo cierto es que soñar es gratis y la ilusión de hacerse millonario no pueden arrebatárnosla los que se empeñan cada día en hacernos la vida un poco mas difícil.