La Blancanieves moderna repite los errores de su antecesora. Olvida que la bruja adquiere hoy otras formas más peculiares pero igual de mortales. Insiste en vivir de ilusiones, sigue creyendo en el príncipe azul, no tan ingenua pero igual de inexperta, joven e ilusa... la víctima perfecta. Se aferra a amores imposibles y cae de nuevo en el sueño eterno. Quizá menos sumisa, más rebelde, con las hormonas revolucionadas y una melena más desenfadada. Pero la tentación está ahí para todas las Blancanieves, la juventud no perdona, el paso del tiempo no destierra las locuras ni los arrebatos. En el ataúd de cristal se vive mejor pero no tan intensamente y despertamos para sufrir de nuevo los latigazos de un nuevo veneno, más corrosivo, más sarcástico aún que el anterior. Estamos condenados a morder la manzana envenenada una y otra vez, a morir para después volver a empezar. El rímel de la curiosidad causa efecto y el espejo nos hace protagonistas de nuestras propias pasiones y de todas las envidias. Es Blancanieves la más bella, la que marca el camino, la reina de las reinas. La tentación acecha en las esquinas, en el rumbo de la vida, en las flores dormidas, en la sombra de nuestra historia. La manzana nos llama, nos seduce, nos libera… nos hacen caer lenta y dulcemente en el sueño sempiterno del que escaparemos con un beso o con nuestra propia inteligencia. La manzana envenenada, la manzana que consume pero que no dejaremos nunca de probar. Nuestra perdición, la más deseada y, probablemente, la más reprobable y prohibida. La tentación de Blancanieves.