LA TENTACIÓN DE LA MANZANA
Ilustración de Ana Belén Vázquez Ostos.
La bruja le dice:
-Nada de sueños, que luego los despertares son amargos. Yo le ofrezco todo lo que quiere; incluso, podrá escoger si continúa conmigo, o no. Sólo tendrá que mantener los ojos cerrados si se decide -la escoba de la hechicera, mientras esta habla, no deja de barrer el escenario.
-Lo pensaré -contesta la mujer, levantándose de la cama.
-¿Lo pensará? ¿Es que acaso tiene otra opción mejor? -la maga frunce tanto el entrecejo que los dos ojos se convierten en uno.
-¡Qué efecto tan desagradable! Vuelva, por favor, a su posición anterior. Se lo ruego, no se enfade.
-No es enfado, es que no la entiendo. Con esa vida tan triste y solitaria que lleva que diga que tenga que pensárselo me parece… -la bruja se mete en la boca el dedo índice y empieza a chuparlo como si fuera una piruleta, no quiere perder la chaveta y ese gesto siempre la relaja.
-Es que…
-Mire, el encantamiento que le ofrezco sólo dura veinticuatro horas. No le sucederá nada por probar. Sólo tiene que morder la manzana para iniciar el viaje que le propongo -saca del saco una Pink Lady jugosa, perfumada y roja como un rubí.
-¿Y para anular el trato? -pregunta la mujer, que no le ha pasado inadvertido cómo la bruja hunde sus uñas en la espectacular fruta que empieza rezumar.
-Para anularlo tendrá que morder una segunda manzana que le entregaré si se lanza a la aventura que le propongo. Tendrá que hacerlo tres veces, y antes de que cante el gallo. Al tercer bocado, usted regresará a su cuarto -la bruja saca una lupa y mira a su alrededor con detenimiento-. Por cierto, ¡vaya desorden que tiene!
-¿Así de fácil? -en cuanto a la habitación, la mujer no dice nada.
-Así de fácil. Es una fórmula pensada para todo tipo de público. ¿Entiende?
-Bueno, más o menos…
-¿Cómo que más o menos? Pero, ¡qué insegura es usted, señora! Mire, hágase un favor, no me desquicie -la hechicera se sube a la escoba, vuela por el escenario y se sienta en el plafón del techo. Grita-: ¡Diga, hable! Aclaremos las dudas que tiene porque luego, no lo olvide, no podrá hacerlo.
-Bájese de ahí. No chille, no sea vulgar. Necesito saber, exactamente, qué me ofrece.
-Hombres. Yo le ofrezco hombres. ¿No es, acaso, lo que quiere? ¿No sueña usted con que asalten sus sábanas? -brinca a la lámpara.
-¿Cómo lo sabe? -sobresalto, ojos abiertos como platos-. ¿Ha estado usted en mi habitación? ¡¿Cuándo?!
-Bueno, dejemos las preguntas embarazosas a un lado, ¿sí? -cof, cof, cof, la hechicera carraspea.
-Pero es que me parece… ¡inaceptable!
-Bah, vayamos al grano y déjese de naderías -la escoba baila sola un reguetón y la bruja la agarra. No quiere distracciones-. ¿Qué dice a mi propuesta?
-¡Hombres! ¡Ah, caramba! -las manos le sudan, enrojecen sus cachetes-. Dígame, ¿qué tipo de hombres? -la mujer se pasa la lengua por los labios.
-De cuerpos fastuosos, con bíceps de escándalo, con el corte de pelo degradado y tatuajes de Diego Ruiz. Puedo asegurarle que quitan el hipo, señora.
(Tic-tac, tic-tac, pasan unos segundos).
-Una última cosa. Necesito saber, ¿qué me pide a cambio?
-Nada grave, sólo tiene que pisar sus sueños.
-¿Cómo que pisar mis sueños? -pregunta, asombrada, la mujer-. ¡¿Cómo se pisan los sueños?!
-Aplastándolos, ¿no sabe que son de cristal? -ti-co-ta ti-co-tá, la bruja zapatea con énfasis.
II
Cuando la mujer mordió la manzana un viento gélido la introdujo en un bosque de encinas y robles. Allí, a la entrada de una gruta, siete enanos de mármol, pero con las características que la hechicera había descrito, la esperaban.
Ay, ¡cómo se arrepiente ahora de haber hecho caso a la bruja! El viento la trasladó, pero la manzana que la maga le entregó, al intentar proteger su cabello del aire huracanado, se le resbaló de entre las manos. Ahora su compañía son los siete cuerpos fríos y perfectos en su pequeñez: los enanitos modernos de mármol. Están también los cazadores que pasan por aquel lugar, pero, centrados en liebres y corzos, no miran nada más.
Y la mujer suspira dejando escapar de sus pupilas, que se han vuelto opalinas, señales de colores por si algún príncipe guerrero, de aquellos que habitaban en sus sueños, quedó en algún trocito de cristal y acude en su auxilio. No le importa que esté mutilado, que más da si le falta un ojo, una pierna, un brazo. Ahora comprende que los sueños son cristales que se deben resguardar.
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