Magazine

La teoría cinemática de las pinturas rupestres animadas

Publicado el 03 enero 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

Versión en PDF

<img class="aligncenter wp-image-6505" alt="cine en la prehistoria" src="http://i2.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2013/01/cine-en-la-prehistoria.jpg?resize=457%2C250" data-recalc-dims="1" />La revista NewScientist se presentó estas navidades con un artículo dedicado al antropólogo francés Marc Azéma y sus estudios sobre los posibles efectos cinemáticos descubiertos en las pinturas rupestres del norte de España y sur de Francia.

La historia comienza en los años 90, cuando a Azéma le dio por cuestionarse por qué había dibujos que parecían ser duplicados de una misma imagen superpuesta. Por ejemplo, un caballo con diferentes cabezas o una cabra con más de cuatro patas. Lo que hasta entonces se había dado por sentado que eran pruebas fallidas por parte de un artista prehistórico con poca maña para reproducir la anatomía de los bichos que le rodeaban, teniendo que soportar por casi toda la eternidad la vergüenza de no haber podido borrar sus equivocaciones, se convirtió, a los ojos de Azéma y unos cuantos investigadores más, en la película de animación más antigua jamás hallada.

Para exonerar al pobre y esforzado hombre de las cavernas, los científicos crearon una animación a partir de los esquemas obtenidos para comprobar si la teoría era correcta. Esto es, si aquellos tipos eran capaces de comprender la técnica de la ilusión cinemática. Obviamente, o al menos hasta lo que se sabe, claro está, la audiencia original no tuvo acceso a un visionado de tal calidad, pero los artistas de la época habrían contado con recursos que poco o nada tendríamos que envidiar hoy en día.

Y es que, según cuenta Frederick Baker, arqueólogo de la universidad austriaca de St. Pölten y uno de los entusiastas de la teoría de Azéma que está ampliando el radio de acción a los Alpes, la manera en que hasta ahora la ciencia se ha acercado al arte rupestre ha errado en la forma, pues no ha dado la importancia que merece a la iluminación original de las cuevas. Al parecer, si en lugar de las modernas linternas y focos para estudiar al detalle los dibujos de las paredes, se usan antorchas, se puede apreciar cómo las sombras y el bailoteo de las llamas se complementan con las representaciones hasta crear un conjunto inseparable si se quiere entender todo el universo figurativo que se abre tras unos simples trazos en la roca.

Así, las diferentes cabezas o pies se irían descubriendo de manera casi mágica a los ojos de los espectadores cavernarios, al tiempo que una secuencia daría paso a otra contigua en la pared para narrar las historias del momento. Quienes en la actualidad han asistido a tal espectáculo de sombras y juegos de luz hechos con lámparas de grasa animal afirman que los efectos sorprenden incluso al más escéptico. Al menos eso dice la periodista del NewScientist, Catherine Brahic.

. <iframe src="http://www.youtube.com/embed/x8exsw6yKXw?rel=0" height="360" width="480" allowfullscreen="" frameborder="0">  .

Para más inri de la soberbia del humano moderno, en 2007 el artista Florent Rivère realizó una reproducción de un disco de hueso hallado en los Pirineos en la década de 1940 y cuya datación se ha estimado en 15.000 años. En una cara del disco, se ve un antílope tumbado, y en la otra, de pie. La versión oficial es que se trata de un botón decorativo.

Pero los contestarios querían demostrar que había algo más, de ahí la reproducción, ya que pretendían meter una cuerda por un agujerito que había en el disco decorativo y ver qué pasaba. Al girar el disco mediante un cordón hecho de tendón animal, se hallaron frente a un gamo que hacía flexiones lo que duraba el trozo de hueso girando. Para conseguir tal efecto, el animal tuvo que haber sido reproducido intencionadamente en la misma posición a ambos lados del botón, salvo las piernas.

<img class="alignleft size-medium wp-image-6508" alt="boton prehistorico con un gamo sentado y de pie" src="http://i2.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2013/01/boton-prehistorico-con-un-gamo-sentado-y-de-pie.jpg?resize=300%2C162" data-recalc-dims="1" />

Así que el objeto decorativo pasó, de la noche a la mañana, a ser un taumatropo, artilugio oficialmente inventado para el progreso de esta nuestra humanidad en la década de 1820. Azéma y Rivère han comprobado el mismo efecto en otros botones decorativos, y se han topado con, por ejemplo, un caballo que galopa y, más técnico, un mamut que abre y cierra la boca al tiempo que parpadea.

Lejos de ser unos torpes, los artistas paleolíticos no sólo habrían querido representar animales, sino evocar escenas completas de la vida que les rodeaba.

Esto nos permite enlazar con otro artículo del NewScientist, esta vez de octubre, donde el antropólogo Luke Premo, de la Universidad de Washington State, se atreve a afirmar que existe una alta probabilidad de que la historia del ser humano haya contemplado más pérdidas de conocimientos que ganancias. Según muestran los estudios de Peter Richerson, de la Universidad de California, la supuesta curva exponencial del progreso tecnológico se rompe en escarpadas caídas y muestra retrocesos radicales cuyos abismos pocos se atreven a explorar, sobre todo en una época en la que el ser humano ha apostado, en un doble o nada, por el progreso como única esperanza de nuestra era.

No resulta apropiado pensar en la posibilidad de que el actual crecimiento tecnológico pueda tener un final próximo e inesperado, reventando la idea, asumida erróneamente como ley, de que estamos cerca de la llamada “singularidad”, concepto según el cual el progreso responde a una aceleración exponencial gracias a la inteligencia humana y “sobrehumana”, esto es, el microchip. Algo así se decía en 2006 en el ámbito de la economía. “Ciclo de crecimiento infinito” lo llamaban… los muy capullos.

Y lo que le ocurrió a la economía hace unos años es factible que le pueda ocurrir a la tecnología en un futuro cercano, algo que ya ha sido asumido por la ciencia más próxima a la vida, como la biología y la ecología, pero el peso de sus conocimientos no es relevante, ni interesante, en el actual sistema de valores. Es la recreación del mito de Faetón, cuya osadía terminó por incendiar la tierra que sobrevolaba en su intento de controlar el carruaje de Apolo.

La versión antropológica tradicional suele considerar que una cultura evoluciona gracias al aprendizaje social, es decir, la transmisión de conocimientos a los nuevos miembros de la comunidad, y la imitación de comportamientos hasta reproducirlos con fidelidad. Sin embargo, existe otra idea que parece cobrar fuerza: la innovación. Se trata de la aplicación de la teoría de las mutaciones al aspecto cultural: la introducción de “errores de copia”, intencionados o no, que terminan proporcionando alguna ventaja adaptativa y sobreviven a las costumbres anteriores.

Siguiendo el artículo citado, la relación entre medio ambiente y creatividad del ser humano es el aspecto fundamental para el progreso. Al principio, una tecnología simple, como un hacha de sílice, no permite grandes mutaciones, pero es obvio que el potencial para innovar crece cuando la complejidad permite aplicar variaciones más numerosas en las herramientas. Esto quiere decir que la clave no está en la evolución de la creatividad humana, sino en las posibilidades que el medio ofrece para exteriorizar esa creatividad.

Hace 12.000 años, Tasmania perdió contacto físico con Australia por la subida del nivel del mar. Los restos arqueológicos de la época muestran una cultura capaz de pescar con redes, cazar con boomerang o tejer ropas preparadas para soportar temperaturas muy bajas. Sin embargo, cuando los europeos descubrieron la isla, se encontraron con una de las culturas más atrasadas del planeta.

Según Stephen Shennan, director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Londres, el aislamiento provocó la incapacidad para seguir innovando. La baja densidad de población y las escasas opciones para intercambiar conocimientos fueron las principales causas del paso de una tecnología superior a otra inferior.

Así que todo ese rollo del progreso tecnológico como resultado de la evolución del ser humano se muestra como un mito, aquel que creó la ciencia decimonónica al hablar de antiguos primitivos y  presentes civilizados. La tecnología no es más que la consecuencia de unas circunstancias favorables ajenas al desarrollo interno. Nada impide que una cultura tenga acceso a tecnologías mucho más avanzadas que las de cualquier otra comunidad posterior en el tiempo –ah… las pirámides… pero no, no, no… sigamos con los científicos “serios” y las terminologías complejas…—. El proceso diacrónico se mueve, así, por los mismos aspectos que el proceso sincrónico. Es decir, se trata de ver la historia como se ve la situación presente, donde las posibilidades de crecimiento tecnológico son más abundantes en el primer mundo que en continentes como el africano por el simple hecho de que las circunstancias son muy diferentes en cada uno de ellos.

Todo se resume en dos elementos claves que la visión imperante actual no parece querer tener en cuenta y que convierten nuestra realidad en una simplificación absurda y falta de seriedad: por un lado, que el pasado no se puede identificar con etapas de progreso inferior del ser humano; por otro, que el futuro no garantiza mejores condiciones que las actuales.

En el tiempo presente, las condiciones ofrecidas para el progreso tecnológico parecen insuperables. Pero hay otros aspectos que no se pueden ignorar y que hacen que la situación sea más compleja de lo que parece bajo una mirada superficial. Los japoneses forjaron durante siglos sus espadas samuráis bajo la misma técnica, no por orgullo tradicional, sino porque el coste de la forja era tan elevado que no animaba a experimentar con ella y cometer errores. Si el aspecto coste/beneficio adquiere importancia, el estancamiento tecnológico es inevitable, dice Stephen Shennan.

Nuestra civilización no desarrolla tecnología para prosperar como seres humanos, sino para aumentar los márgenes de beneficio, con lo que se sacrifican todos los demás aspectos que permitan una verdadera evolución. La prueba más visible es la dependencia del petróleo, pero los ejemplos se extienden por absolutamente todos los elementos del sistema.

Otro aspecto a tener en cuenta en el retroceso tecnológico es el de las ideas y creencias. En la Edad Media, era el temor a morir en la hoguera. En la actualidad, es el miedo a dañar la reputación el que hace que muchos se nieguen a cuestionarse públicamente campos marcados con fuego por el sistema establecido.

Alex Mesoudi, antropólogo de la Universidad de Durham, ha estudiado la evolución de las publicaciones científicas y patentes. Su conclusión es que los estudiantes han sacrificado la capacidad innovadora por tiempo para asimilar el conocimiento acumulado por las generaciones previas.

A ello se suma un fenómeno más para garantizar el declive tecnológico: la excesiva especialización. Que uno sepa construir coches no implica que sepa cómo funcionan, sólo conoce la posición en que se colocan las piezas, de manera que su experiencia es inútil frente a cualquier cambio en las circunstancias que obligue a una forma diferente del proceso creativo.

Dicho todo lo cual y reflexionado un poco ese asunto de las animaciones prehistóricas, es obligación moral de este blog siempre que se habla de descubrimientos troglodíticos hacer mención y rendir homenaje a Don Marcelino Sanz de Sautuola, acusado por el mundo académico de su época de haber falsificado –alguno llegó a afirmar que con ayuda de su hija María, que tenía ocho años— las pinturas que descubrió en Altamira en el verano de 1879, durante uno de sus paseos por los parajes cántabros.

No sería hasta 1902, catorce años después de su muerte, la cual ocurrió en situación de desprestigio académico y en compañía de su hija como único apoyo, que se le reconoció como descubridor de las pinturas rupestres. Para ello, el francés Henry Breuil hubo de toparse con otras tantas imágenes en el sur de Francia.

<img class="aligncenter wp-image-6509" alt="Sautuola_ehija (1)" src="http://i2.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2012/07/Sautuola_ehija-1.jpg?resize=495%2C329" data-recalc-dims="1" />

Vuelvo a reproducir, por tanto, algunos fragmentos de un debate sobre los hallazgos de Altamira, el cual tuvo lugar en 1886 en la Sociedad Española de Historia Natural y en el que intervienen los grandes hombres de ciencia de la época que, como hoy, no dudan en someter a vergüenza y escarnio todo aquello que se escapa a la razón del siglo:

ACTAS DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE HISTORIA NATURAL

El Sr. D. Eugenio Lemus y Olmo dijo lo siguiente:

[…] Quisiera, señores, creer en la antigüedad prehistórica de las pinturas existentes en la cueva de Altamira de Santillana del Mar, porque soy del país donde se encuentra la pretendida maravilla.

Que el hombre de las cavernas eligiera la de Altamira para su residencia, nada tendría de particular, si la ciencia dice que existió el troglodita. No dudo que el Sr. Vilanova encontrara allí silex, punzones y otros objetos del hombre primitivo; pero pretender que las pinturas sean prehistóricas por que se hallen en la cueva, sería suponer obra del hombre primitivo una muestra de Iturzaeta que ocupara el lugar de las pinturas, porque no tienen ningún carácter del arte de la edad de piedra, ni de ninguna de las otras edades citadas en la sesión anterior: es la obra de un mediano discípulo del arte moderno que no sabe fingir ni conoce el prehistórico: parece que quisieron simular éste, pero con tan mal acierto y tanta torpeza, que se valieron del menos apto para ello. Si con más malicia se hubieran servido de uno de esos genios incultos que pasan su vida ilustrando las paredes de los cuerpos de guardia ó de otros edificios, sin consultar una mala estampeta ni ver otras manifestaciones del arte pictórico, se habria logrado en parte el engaño, porque si no  resultaba la obra con aquella brutal rudeza, y con el acento salvaje de la del hombre primitivo, estaría hecha de una manera tan bárbara y tan primitiva como pudiera hacerlo aquél.

Pero el inspirador de tan desdichado pensamiento no pensó en la coartada; no supo ó no entendió que el arte no es mudo, que se descubre como el anónimo por la letra cuando ésta no se sabe disfrazar. Aquello está hecho con la franqueza del amaneramiento propio, sin disimulo, de prisa, como quien cava sin mirar atrás con el deseo de concluir pronto, en muy malas condiciones: en otras mejores, el que pintó aquello sabe hacer más delante de un lienzo con la paleta, el tiento y pinceles, y quizá pase por una medianía en la especialidad á que se dedique, que no será por cierto pintar animales antediluvianos. 

[…]

Cita S. S. una gruta en que las figuras encontradas tienen las proporciones, pero serán unas proporciones que satisfagan las exigencias artísticas de algún prehistoriador; y éstas no se juzgan por un detalle. Si las figuras citadas por S. S. son verdaderamente prehistóricas, dudoso será que tengan las proporciones, porque estas condiciones aparecen en el desarrollo, en el progreso del arte, y desaparecen en su decadencia. La antigua civilización egipcia, en el apogeo del período menfita, intenta las proporciones en sus estatuas icónicas, olvidándolas completamente á la invasión de los hicsos, y aparecen en el renacimiento del nuevo imperio, imponiéndose los artistas un canon de proporciones.

[…]

Si no entré en las galerías de la cueva donde están las otras pinturas (de las que nada puedo decir porque no las he visto), fué porque me figuré que el que hizo las que yo vi no llevaría la tinta ó el humo tan escaso que no le alcanzase para pintar las restantes. Además, las que vi son las que publicó la Ilustración Española y Americana y las de la lámina más importante que acompaña á la Memoria del Sr. Sautuola, las mismas que el Sr. Vilanova nos enseñó en el Círculo de Bellas Artes, que por cierto no se asemejan á las de la cueva sino en el número, pues parece que estén dibujadas por referencia sin ver las de la cueva, y el que las litografió sabia menos que el pretendido Apeles prehistórico; así que he de hacer constar que no me refiero á esas desatinadas reproducciones, me refiero al original que está en la cueva. Si el texto es tan fiel como los dibujos es una memoria buena para olvidada.

[…]

El Sr. D. Ignacio Bolívar dijo lo siguiente:

«En mi juicio la cuestión, reviste dos aspectos; el científico y el artístico; y como en ninguno de ellos me considero competente, me limitaré á hacer algunas ligeras consideraciones sobre ambas, siquiera sea tan solo por corresponder á los deseos del Sr. Lemus. Examinada la cuestión bajo el punto de vista artístico, la considero resuelta en conformidad con lo expuesto por el distinguido artista Sr. Lemus, director de la calcografía nacional y juez competentísimo en estos asuntos, porque creo en efecto, que la perfección y proporciones de las figuras demuestran el dominio de las grandes líneas y el conocimiento de la perspectiva, cosas ambas que no pueden suponerse en un hombre salvaje; y siempre de acuerdo con el referido Sr. Lemus, me parece mejor dibujante el autor de las pinturas de la cueva de Altamira que el de la lámina litografiada que acompaña á la Memoria del Sr. Sautuola, que el Sr. Vilanova ha presentado á la Sociedad.

Por lo que respecta al segundo punto de vista, me permitiré llamar la atención de ésta acerca de un hecho muy significativo respecto al valor que naturalistas muy eminentes dan al descubrimiento del Sr. Sautuola; Cartailhac, en su reciente obra sobre las edades prehistóricas de España y Portugal, habla de los objetos encontrados en la cueva sin preocuparse de las pinturas de la bóveda ni siquiera mencionarlas […]

Cartailhac asegura que entre los restos fósiles hallados en la cueva no se encuentran huesos que correspondan á los bisontes representados, observación de grande importancia que ya habia tenido yo ocasión de hacer, cuando acompañado por el Sr. Quiroga examiné las colecciones reunidas por el señor marqués de Robledo en el mismo Santillana y que aquel señor nos mostró con exquisita amabilidad. Concluyo diciendo que en aquella ocasión visitamos otras muchas cuevas de los alrededores sobre el camino de Santiilana á Cóbreces, con la minuciosidad que requieren las investigaciones entomológicas, buscando al propio tiempo en las paredes y bóvedas señales ó indicios de pinturas análogas á las de la cueva de Altamira sin lograr descubrir nadaque demostrara que el incógnito artista hubiese ejercitado fuera de aquella su actividad y destreza; bueno es que conste así como antecedente por si algún dia se descubren en ellas nuevas pinturas prehistóricas

[…]

—El Sr. D. Eduardo Reyes y Prósper dijo: 

[…]

Si la lámina que ilustra la Memoria no es representación fiel de los supuestos dibujos prehistóricos, entonces siento que se tenga aún por algunos un criterio tan erróneo de la sinceridad y exactitud de la ciencia. Cuando un dibujo responde á los conceptos de la fantasía y no al rigor que se exige en materias de tanta trascendencia para la antropología, debe desecharse, reservándole para ilustrar esos viajes estupendos ó cuentos prodigiosos que constituyen el encanto de los niños.» 

Ayer… hoy, mañana…  pareciera que el mundo se deja guiar por necios, pues están seguros de la verdad. Y el mundo sólo quiere pastores.

En fin, dicho lo cual, por sus palabras los conoceréis.

Por sus logros, los admiraréis…

Relacionado

  1. Terence McKenna y 2012. Aproximación a una teoría del despiste.
  2. El fin del mundo, ¿sólo un mito?
  3. Tras las huellas de la Edad de Oro
  4. Tras las huellas de la Edad de Oro, II
  5. ¿Existen las sirenas?
  6. Cuando la Diosa gobernaba el mundo
  7. La mitología como viaje interior

Volver a la Portada de Logo Paperblog