Revista Talentos
Con Saúl aprendí a descubrir las líneas de las manos, a besar los labios sin saber porqué. Pasaban largos los veranos y crecía, lo nombraba y los gatos rozaban con su cola el pantalón y el alma. Fue en el banco de san Clemente. Mientras mordía las ganas y Nacho fotografiaba las estampas romanas, dejé de esperar. Lo escribí en El violín mojado. Cansado de aguardar dormí plácidamente sobre la piel del mundo. De tanto repetir el nombre de Saúl el fuego aparecía.
Con Saúl aprendí todo aquello que nunca nos enseñan -¡sabemos tan poco!-. Nos muestran apenas nada y todo es mentira. Y sin información no hay espera, ni conocimiento, ni lecturas mojadas en la estación de tren que nos lleva a Viterbo para rezar en el templo de Hércules.
Con Saúl aprendí a observar aquello que no contemplamos de la naturaleza. Detrás de la rama de encina se encuentra el centro indudable, las hojas, como mágicas llaves, abren un horizonte eterno para contar las estrellas.
Con Saúl aprendí a bailar a tu lado sin rozarte. Rodeaba el destino con los brazos para seguir creciendo entre las nubes.
Amé, mordía las ganas el día que Loreto se marchó para siempre, dejó de esperar. Mientras se marchaba sobre la nube alejandrina, aquella que tiene forma de poema, sonreía. Los pájaros vinieron a la rama para consolar mi fuego, los insectos cansados subieron por el tronco.
Esa noche bailé con Satanás. Dante y Saúl proclamaban la tercera república de las letras. Hay que seguir creciendo.