Cansada del trabajo rutinario, de un mundo de papel, cartón, tela y quien sabe qué más argumentos, hastiada de no ver más allá de su vacío. Temerosa de acercarse a aquello que ama porque sabe que su beso rompe y rasga. Creada para servir y olvidada en un cajón a la espera de ser sostenida por mano firme y cálida, que susurre en su oído de metal los deseos más imposibles, los sueños y proyectos más creativos. Sueña que la dejan desfilar por colores luminosos y después permiten que se entretenga en el detalle y la forma.
¿Que cuándo te dejaré libre? Nunca, ingenua dominante. Creíste que esperabas y no era cierto. Ya nada esperas, se acabó el tiempo de mantenerte al acecho de su llegada, dispuesta a ayudarle en su tarea. Siempre estuviste para ese borde y canto, siempre dedicada y entregada. Ahora descansa, aprovecha el olvido para recordar, despierta aquellas imágenes dormidas en tu memoria. Recuerdos tuyos de recuerdos de otros. Momentos en la vida de cada uno que quedaron fijos en una imagen que tú recortaste y convertiste en amuleto. Estuviste en mis manos y aquel recuerdo amargo se hizo añicos entre tus brazos, sujetos por dedos que se clavaban en tus ojos. Cuántos como yo se servirían de ti para borrar el pasado, cuántos para huir, creyendo que había para ellos un nuevo futuro. Quitaste las notas de mi partitura y dejaste la canción tal cómo la quería escuchar, tan sólo aquello que de veras me pertenecía, quebrando la parte del tronco que nos unía. Ahora mis álbumes de fotos aparecen mutilados y mis recuerdos, olvidados. ¿Por qué será entonces que siempre que las miro veo lo que ya no está, lo que tú quitaste y convertiste en migajas que dar a la tierra? ¿Por qué allí donde ya no hay nada mis ojos se quedan fijos y puedo sentir el sonido de tu quehacer, de tu abrir y cerrar acompasado?
Igual que siento tu fría hoja entrando en mis entrañas.