La traición

Publicado el 23 septiembre 2011 por Salvador Gonzalez Lopez

Los policías entraron nuevamente en la celda. Uno era un tipo bajito con bigote, los otros dos iban vestido con uniforme gris. 

—Bueno Manolo ¿nos van a contestar hoy a alguna pregunta sin hacernos trabajar o nos vas a joder el día como durante la última semana?—preguntó el bajito. 

El preso los miró desde la oscuridad del rincón en el que estaba medio tumbado en el suelo sin decirles nada. Los dos policías de uniforme, a una indicación del jefe, lo cogieron por los brazos y lo sentaron con dificultad, porque era incapaz de aguantarse derecho por si mismo, en la silla que había en mitad de la habitación 

—¡Me cago en tus muertos Manolo! ¿te crees que me gusta hacer estas cosas? ¿no te crees que estaría mejor tomándome un carajillo o un cubata en el bar de la esquina? ¿Hablas o no de una puta vez?

El preso siguió con su cabeza agachada como si estuviese mirando el suelo fijamente, y solo cambió su postura, para mirar a los ojos del tipo bajito cuando empezaron los golpes, y sin dejar de hacerlo hasta que le abandonaron las fuerzas y se desmayó.

A Manolo lo conocí tres años después en la empresa en la que trabajábamos los dos. Yo era un ingeniero novato y el un fresador veterano. El primer día que lo vi estaba subido en un montón de palets, mirando con firmeza a sus compañeros mientras dirigía una asamblea.

—¡Compañeros! ¡Las condiciones que nos está ofreciendo la empresa son inaceptables para todos nosotros! ¡Se creen que aún está vivo el dictador y que van a seguir haciendo con todos nosotros lo que han hecho durante cuarenta años!— Los trabajadores aplaudían, gritaban, apoyando lo que decía Manolo.

— ¡No hemos estado luchando contra la dictadura y sufriendo la persecución de los grises para que ahora un gobierno de la UCD, que no es mas que un gobierno de falangistas, nos tome el pelo y nos ofrezca esa mierda que nos han ofrecido como aumento en el convenio! — Volvió a ser interrumpido por los gritos que ahora se habían unido en un “Huelga”, “Huelga”, “Huelga”… Manolo levantó el puño izquierdo y se unió al coro con una sonrisa contenida en su boca.

Después de aquella huelga tuve ocasión de conocer mejor a Manolo pues estaba en el mismo taller que yo. Llevaba desde los dieciocho años en la UGT, seguía siendo operario de tercera, había visitado varias veces la Via Layetana, estaba casado con tres hijos y vivía en un piso de Bellvitge. Nuestra relación fue la que tiene un joven idealista con una persona de mas edad, hecha a si misma en las luchas obreras y que representaba para mí, en aquellos momentos, un ejemplo de actitud en la sociedad.

—Salva, me voy de la empresa, bueno, quiero decir que pido una excedencia—me dijo un día

— Me han nombrado responsable de formación del metal para toda España y me tengo que ir a Madrid.

—Estarás contento, supongo—le dije

—Contento y muy ilusionado, hay mucho trabajo para hacer en este país a favor de los trabajadores. Llevamos muchos años de retraso y hay que recuperarlos—me dijo mirándome, como siempre, a los ojos.

—Te deseo mucha suerte, te la mereces por todo lo que has luchado y sufrido en tu vida. Nos despedimos.

Lo encontré a faltar en aquellas ocasiones en que necesitaba hablar con alguien honesto con quién compartir mis inquietudes. No lo vi hasta tres años después en que vino un día a visitarnos.

—Hola Manolo ¡que alegría de verte! ¿cómo te va todo por Madrid? —Bien, bueno… la verdad es que ando un poco jodido, Salva. Es todo mas complicado de lo que creía y estoy teniendo problemas

—¿Problemas con el sindicato?—pregunté

—Con el sindicato, si. Pero sobre todo problemas conmigo mismo.

—No entiendo que me estás diciendo, Manolo.

—Lo entenderías fácilmente si estuvieras allí como yo. Compañeros que se van de caza con empresarios; otros, cuyas mujeres visten abrigos de pieles; demasiados con audis ¿Dónde has visto a un sindicalista yendo de montería, a sus mujeres con abrigos de visón o conduciendo coches caros? Y cuando llego a casa mi mujer diciéndome todos los días que soy un gilipollas. La verdad es que no sé cuanto tiempo podré resistir siendo honesto

La última vez que lo vi ya no me miró en ningún momento a los ojos en todo el rato en que estuvimos juntos. Solo mantuvimos una superflua conversación sobre fútbol. Él era del Madrid y yo del Barça pero eso tanto da.