Con esa exactitud tan característica de la ciencia, mi vecina reiteraba, cada día, los mismos pasos de manera milimétrica. Realizaba su cotidiana rutina de manera completamente automatizada.
Esto la convirtió en blanco fácil para amenizar mi aburrida existencia. De este modo, comencé a colocar distintos obstáculos en su monótono trayecto. Con paciencia infinita, conseguía resolver cualquier traba, sin embargo ello le hacía acumular un pequeño desfase horario, que aumentaba con cada jornada.
Cuando, finalmente, le fue imposible continuar con su vida aprendida, comenzó a improvisar. A veces se sorprendía tanto a sí misma que explotaba en estridentes carcajadas. Mientras, yo, desde mi ventana, continuaba mi iterativo quehacer.