Hace un par de semanas mi fiel monitor se quemó. El humito se deslizaba, y deslizaba por el resto del lugar. Todo aquello pasó justo cuando escribía uno de los capítulos que, a mi juicio, han sido de lo más revelador en mi novela.
Mientras me conseguía otro monitor, comprendí que no podía detenerme así que me lancé a la antiguita: lápiz y cuaderno. Hacía tanto que no escribía manualmente, que todo se volvía jocoso y después de unas horas comenzaba a sentir dolor en los dedos. ¡Cómo han cambiado las cosas! En los tiempos de liceo estabas acostumbrado bajo el seguimiento del dictar de profesores absolutamente fomes para realizar clases.
Escribí más de quince páginas en ese cuaderno -rojo- que me sirvió para no detener el proceso de creación. Luego me prestaron un humilde notebook, que tenía el desperfecto de que poco duraba la carga si le sacabas el enchufe, y ayudó en el propósito . Ahora entiendo cuan cómodo es escribir en un notebook y no en un pc. Los envidio a todos ustedes. Envidia sana, dicen.
Otra de las anécdotas que tendré para contar cuando viejo.
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Papel en blanco