Revista Literatura

La Última Luna Llena (a Federico García Lorca)

Publicado el 17 agosto 2011 por Viktor @ViktorValles
Interrumpo mi silencio vacacional -de forma exclusiva- en conmemoración del 75 aniversario del fallecimiento de Federico García Lorca.
Cómo bien sabrán ustedes, F.G. Lorca fue un poeta, dramaturgo y prosista español de la Generación del 27, nacido en Granada y fusilado la madrugada del 18 de agosto de 1936.
Entre sus obras se encuentran, por ejemplo, "Romancero Gitano", "Poeta en Nueva York", "Sonetos de Amor Oscuro", "Bodas de Sangre", "La Casa de Bernarda Alba" o "Yerma", entre otras.
La Última Luna Llena (a Federico García Lorca)
El relato aquí mostrado forma parte del libro
El Laberinto de los Siglos (editorial Fergutson, 2010)

A Federico García Lorca
LA ÚLTIMA LUNA LLENA
Era una calurosa noche de agosto, el silencio gobernaba las calles sin nada que irrumpiese en su profundo sueño. La brisa, más poética que nunca, danzaba lenta por las calles ofreciéndole su baile a la luna llena que levemente alumbraba por mi ventana. Yo, pese al cansancio, permanecía desvelado en mi escritorio, escribiendo mi último poema.
De repente unos golpes partieron en pedazos el silencio, yo me asusté. Al levantarme volvieron a repetirse, una y otra vez, cada vez más insistentes. Mi corazón latía cada vez más deprisa y fuerte, intentando escapar del pecho. “¿Vienen a por mí?”, me pregunté en silencio mientras cavilaba sobre si debía responder a tan extraña visita a altas horas de la noche. Dudé demasiado, en un abrir y cerrar de ojos la puerta cayó al suelo derribada por unos extraños caballeros de uniforme.
Sin dudarlo corrieron y se lanzaron sobre mí, yo no opuse resistencia alguna. Permanecí inmóvil, atemorizado; me era imposible incluso tiritar. Me golpearon seguidas veces sin que yo lograra ni tan siquiera defenderme; botas con puntera de hierro se clavaron en mis costillas, los desnudos nudillos en mis mejillas. Yo permanecía paralizado, sin saber como responder: no comprendía que era lo que ocurría. Finalmente me levantaron y esposaron, me secuestraron sin leer mis derechos como ciudadano, me llevaron como si fuera una carga inerte. Un último golpe antes de subir a la camioneta me dejó inconsciente.
Aún no había amanecido cuando desperté en una celda húmeda. En las paredes de aquel zulo aparecían líneas irregulares dibujadas con las uñas de quiénes pasaron por el mismo. Cientos de almas quedaron allí atrapadas, entre aquellas paredes con olor a desgracia, injusticia y muerte. Ahí no había lugar para la poesía, solamente quedaba sitio para el llanto y la desesperación.
Allí permanecí dos noches y tres días, incomunicado. Solamente una mano me lanzaba las sobras de la comida que aquellos hombres engullían con avaricia, como si un perro yo fuera. Intenté en varias ocasiones hacerme escuchar, pero era imposible: ellos no querían escuchar a alguien que, erróneamente, consideraban un traidor.
¿Mi delito? Creer en la libertad de hombres y mujeres, tener fe en la posibilidad que el pueblo no pase hambruna, considerar que todos los hombres y mujeres somos iguales. Mantenerme firme contra el totalitarismo, no ceder espacio al silencio, mostrarme intolerante con la intolerancia, ser fiel a mis ideales. Ese fue mi crimen.
Fue a la tercera noche cuando un hombre robusto se dirigió a mí. Dos de sus hombres me agarraron y me llevaron ante una mesa rodeada por militares que sin dar tiempo a dudas y cavilaciones me sentenció a muerte. Si, a muerte… Esa era la justicia, esa era la verdad: una mentira quemada en la hoguera y las cenizas enterradas. Ese era el precio que debía de pagar por el crimen que cometí…
Inmediatamente me subieron a un furgón y me llevaron hasta la mitad de una carretera secundaria a penas transitada por algunos campesinos, abandonada durante la noche. Al salir del coche miré al cielo: las estrellas y la luna llena; aún ahí mi compañera alumbrando levemente aquel lugar donde un hombre inocente iba a morir.
Transcurrieron eternos minutos, mi corazón a veces intentaba escapar del pecho y otras se paraba dejando silencio en lugar de latidos. Diversos hombres corrían arriba y abajo, a medio camino de las ansias y el sueño. Yo no sabía donde mirar y alcé la vista, quería disfrutar de la luz de la luna mientras aún corriera sangre por mis venas, antes que la derramaran en aquel camino desierto. Mil versos y poesías visitaron mi mente durante aquellos minutos, mientras mi cuerpo se disgregaba de mi cabeza y solamente lograba temblar.
Finalmente llegó el momento, un hombre recio me incorporó y me posó en medio de la nada. Frente a mí varios militares preparados, quizás veinte o treinta y otro hombre más delgado ató una oscura venda que ocultaba por completo mi rostro. Mi corazón parecía desvanecerse en un instante…
No llegué a percibir los disparos, solamente oí un ruido ensordecedor que reventó mis oídos. No sentí las balas cruzarme el cuerpo, simplemente un dolor como si me hubieran lanzado a un barranco repleto de agujas que perforaran mi piel. Entonces, definitivamente, mi cuerpo y mi mente se disgregaron, en un instante. Sentí la luz de la luna alumbrando mi cuerpo en mitad de aquel rincón, sentí a la luna llena en mí por última vez. Entonces desvanecí…
El resto de la historia no la recuerdo muy bien. Creo recordar por según me han contado que abandonaron mi cuerpo en una fosa común. Al día siguiente el pueblo despertó: la mitad conmovido y la otra mitad sintiéndose vencedor. Fui obligado a caer en el olvido, aunque siempre hubo quienes me recordaron, llegaron a amarme personas que jamás conocí, llegaron a admirarme y a pedir que se hiciera justicia conmigo pese a que la vida no me la podían devolver, a pedir que limpiaran mi nombre.
Yo, desde éste lugar donde no hay ni espacio ni tiempo, les agradezco tanto esfuerzo, tanto amor,… Y solamente quiero devolvérselo, darles las fuerzas que las balas no me arrebataron para que se haga justicia; no conmigo, si no con todos los condenados…  Dando mi más sincero apoyo a la lucha para que la historia y la cultura no queden simplemente olvidadas y abandonadas en una fosa común.

Víktor Valles



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