Revista Literatura

La última revelación

Publicado el 09 septiembre 2011 por Netomancia @netomancia
Asustado, cerró el libro con fuerza. Quedó en silencio, con apenas la luz del velador encendida. El susurro del viento del otro lado de la ventana lo hizo temblar. A su lado, su mujer dormía en la mayor serenidad. Cerró los ojos para controlar la respiración.
Volvió a abrirlos. Sus manos aún sujetaban el libro. Sentía la tapa dura en contacto con su piel. Lo que acababa de leer lo había turbado, como nunca jamás otra lectura lo había hecho. No podía entender como nunca antes nadie...
Los pasos en el pasillo lo hicieron sobresaltar. Eran pasos, no tenía duda. Se sentó en la cama, dejando a un lado el libro. Miró a su mujer, pero ella no se inmutó. Se puso de pie y abrió la puerta. El pasillo estaba vacío. A pesar de la oscuridad podía estar seguro que así era.
Cerró otra vez la puerta y apoyó la frente sobre la madera. Dejó escapar aire por la nariz, aún asustado. Giró para volver a la cama y entonces lo vio. Lucifer acostado en su lugar, las piernas cruzadas, las manos con garras entrelazadas detrás de la cabeza y la cola, larga y con punta en forma de tridente, envolviendo a su mujer, aún dormida.
Retrocedió, golpeando la espalda con violencia contra la puerta. El libro que había estado leyendo flotaba sobre el cuerpo del demonio, en cuyo rostro, oscuro y repleto de pequeñas llamas, de ojos profundos como un abismo, se tejía una sonrisa burlona y carente de alegría.
- Aquel que lo comprende, sabe que morirá - dijo Lucifer.
El hombre asintió con la cabeza. Eso había sentido al entender el significado del libro. Cómo es que jamás antes lo había entendido, como es que nadie había publicado... y supo de inmediato que nadie había tenido el tiempo para hacerlo, que descifrarlo significaba morir.
Lucifer no le dio un suspiro más de vida. Agitó sus manos y su corazón se estrujó como una pasa. La biblia cayó pesadamente sobre el colchón vacío y la mujer se despertó para comenzar a gritar al descubrir el cuerpo de su marido en el suelo de la habitación.
El secreto del diablo seguía a salvo. Así permanecería, en tanto se ocupara de castigar a todos los que comprendieran que ese libro en definitiva era un invento suyo y Dios no existía. Porque si eso se sabía ¿a quién combatiría el mal?

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