Seis meses le había costado a la secretaria de La Inombrable conseguir reservar mesa en aquel restaurante de lujo, para el director general y su esposa.
Por eso le sorprendió la llamada de su jefe, a eso de las doce de la noche, desde el restaurante.
- Hola Mercedes.
- Buenas noches señor Bertrán. No me diga que no ha podido cenar en el restaurante. He llamado esta mañana para confirmar la reserva...
- No. Todo bien, Mercedes. Hemos podido cenar sin problemas. Una cena exquisita.
- Bien. Me alegro mucho...
- El único pero ha sido el café. He pedido un descafeinado y me han traído el de la competencia. ¿Cómo puede ser que no utilicen el nuestro, que es el mejor?.
- No lo sé, señor. Le trasladaré su pregunta al director comercial.
- Bien, Mercedes. Eso es todo. Buenas noches.
Mercedes colgó el teléfono indignada. Llamarle para eso y ni siquiera dignarse a darle las gracias por haber conseguido aquella reserva, que al común de los mortales les costaba dos años conseguir.
Luego envió un SMS al director comercial y se volvió a la cama sin pensar en la cadena de llamadas que había generado su mensaje.
Le costó toda la mañana del domingo conseguir entrevistarse con el dueño del restaurante. Desde primeras horas de la madrugada, estaba en pie. De nada le sirvió explicarle a su jefe de zona que ya había visitado el restaurante varias veces y que siempre se había encontrado con la negativa del dueño a comprar el café descafeinado de su empresa.
- Gómez, haga lo que sea necesario. Si es necesario le regala el producto.
El director del restaurante le estrechó la mano.
- Hombre, señor Gómez. Lo suyo es la constancia. ¿Cuántas veces ha venido a verme?. Ya casi le considero de la familia.
- No me hable, señor Espina. Menuda noche llevo...
- ¿Puedo ayudarle en algo, Gómez?.
- Mire. Resulta que anoche vino a cenar el director general y resulta que ustedes no tienen nuestro descafeinado.
- No siga. El tío lo comenta y todo el mundo a correr, ¿no?.
- Algo así.
- Lo siento pero no puedo comprarle su marca, por varias razones. La primera es que la marca que usamos le da cien vueltas a la suya en lo que sabor se refiere. Lo cual me permite usarlo también en mis postres, sin que sea posible distinguirlo del café normal. Además no tengo demasiado claro el papel de su empresa en la situación de Costa de Marfil y ante la duda, prefiero abstenerme de seguirles el juego.
- ¿Y si se lo regalo?.
- No lo quiero ni regalado.
- Pero podría tenerlo guardado para sacarlo cuando venga a cenar nuestro director...
- Si eso le ayuda a mantener el empleo, sea. Venga. Traiga ese café - Espina miró fijamente a Gómez -. Tiene usted mala cara. ¡Menudas ojeras!.
- No le extrañe. Llevo levantado desde la una de la madrugada.
- ¿Por esa estupidez del descafeinado?.
- Si.
- Vaya al coche y tráigame ese café. Le espero.
Al salir Gómez, el señor Espina llamó a su ayudante.
- Enrique. Prepara una mesa para el señor Gómez. Se va a quedar a comer. Monta una de las mesas que tenemos para imprevistos.
Cuando llegó Gómez, éste le entregó una caja con el descafeinado a Espina.
- No sabe cuanto le agradezco que se quede con esta caja, señor Espina.
- Nada. No se preocupe, que si viene algún capo de su empresa le pondré su café. Por cierto, le he preparado una mesa para que coma.
- Ni se le ocurra. Lo que cuesta un cubierto aquí, representa mi nómina de todo el mes.
- Por eso no se preocupe. Yo le invito...
- Pero...
- Nada. Venga conmigo.
Una vez en la cocina, Espino le dió a su ayudante la caja que le había entregado Gómez.
- Enrique. Pon esa caja en el armario de los "engreídos". Si seguimos así podremos montar un mercadillo con todos los productos que nos regalan. Y acuérdate de poner a La Inombrable en la lista negra, para que no se les acepte reservas en el futuro. Lo siento por Mercedes, la secretaria, que es muy maja, pero eso es algo que ellos se han ganado a pulso. Con esos directores de multinacionales y los políticos, no me sorprende que el mundo vaya como va. ¡Pandilla de vanidosos!.