Revista Diario

La vejez

Publicado el 21 septiembre 2010 por Jalonso

La vejez

El mozo, Hugo, la conoce. Ella pide siempre lo mismo. Del otro lado del mostrador la saludan con un “hola nona, ¿está contenta de cenar con su hijo?”

Y ella se ríe. Pide una Coca y me mira con esos ojos tiernos y transparentes que se van por las ventanas de la noche. Ven la brisa y el cielo no es tan negro estando con ella.

La tengo cerca y por eso se va lejos. Y me cuesta sostener sus brazos delgaditos. Me cuesta todo. Juro que intento ser mejor: más digno y más fuerte. Creo que a veces, muy contadas veces, me sale. Y lo logro.

La vejez es un estado para el que no estamos preparados.

Se hace difícil se padre de nuestros padres.

Ella hilvana recuerdos que suelta en el carretel, la escucho porque me da placer sentirla una amiga antigua: me dio mucho más que la vida, mi madre. Me ayudó a ser un hombre que no se dobla.

Lo que no es poco.

Quizá lo hizo con su forma tan particular de decir las cosas. Con esa forma que la trajo hasta acá frente a mí a los 43 años.

Entonces me río con alegría. Me tomo un vino, dos. Brindo por tenerla al lado mío. Gozo el instante supremo en que somos felices. Aunque sé que a la placenta no se retorna nunca. La calesita no está lista todavía.

Las fotos del arrabal en donde me críe afloran en mi mente que va en rombos revisando figuritas, chapitas con rostros de jugadores de fútbol, diálogos de la esperanza e ilusiones del porvenir.

Le sostengo la mano. Fumamos juntos un cigarro en silencio. El silencio siempre es mejor que las palabras.

Detrás de nosotros, en las mesas que dan a la vereda, un taxista cincuentón, medio rockero de alpargatas y medias negras, pelo a lo Iggi Pop un tanto maltrecho con anteojos culo de botella y aires de El Bolsón, masculla algo que no comprendo.

La mina le dice: “Yo no sé con cuántas mujeres estuviste vos, pero es tiempo de que me cuentes la verdad. Te escucho, flaco, dale”.

Después de esas palabras, se puede decir que campea un silencio sepulcral afuera, a nuestro alrededor.

Mi madre me suelta, bajito, imperceptible: “Parece que los vecinos tienen problemas de convivencia, Juan”.

Y nos reímos juntos.

Sí. La vida puede ser hermosa.

Voy por otro tequilita.

La vejez

leyendadeltiempo.wordpress.com


 


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