La Velocidad de la Bici

Publicado el 11 mayo 2009 por Chaimon

Me gusta la velocidad que toma el subte a los cuatro segundos de haber arrancado. Y siento que es la misma que tiene la bicicleta cuando voy a “velocidad paseo”. Esa que tienen mis mejores recuerdos en la cabeza.

A los diez la chica más linda de la cuadra pasó por mis ojos estando yo arriba de mi bici y a esa misma velocidad. Otra cosa maravillosa son las charlas entre amigos andando en bici. Andar y no pensar en nada.

También suelo creer que el olor a pelo quemado es el mismo que siento en el dentista. Yo tampoco entiendo la relación, pero es real que un día lo pensé en voz alta y mi amigo Yago me confesó que para él también coincidían esos olores. La alegría que sentí en el cuerpo la recuerdo tanto, que la pongo en el grupo de las inolvidables. Y digo “inolvidables”no sólo porque lo es, sino porque me rehúso a hablar de pequeñas o grandes alegrías. Todas las alegrías son grandes, ¿qué eso de “pequeña alegría”? Una locura.

Me gustan las diversas formas en las que se despiden las parejas cuando uno de los dos está esperando el bus. A veces ellos se retiran del lugar apenas ellas suben sin siquiera dedicar una mirada hacia el interior. Ellas voltean su cabeza y encuentran ausencia. ¿Cómo lo tomarán?,¿esas cosas se piden? Me cuesta imaginar un planteo de esa índole, del tipo: “che, mirame cuando subo al colectivo” o “no te importa nada que me vaya”. No sé, no sé…es raro pero tampoco imagino la respuesta. Supongo que por desconocer las causas.

Otras veces, no. Ellos se quedan desde abajo mirando o más bien buscando entre lo nebuloso que se ve el interior desde afuera y ellas ni siquiera se fijan. Es sabido que un hombre no debe cuestionar o preguntar esas cosas. O transformarlo en un planteo como expresé antes. Debe aguantarlas tragárselas y todo por esa estupidez de la dignidad o la hombría. Claramente aquel que osa transgredir ese tópico se convierte en un tonto ante la mirada tremendamente cruel y silenciosa de la mujer. Y está bien que así sea. No nos queda otra.

Amo el olor del café mucho más que el café mismo. De hecho siento una cosa muy cercana a la desilusión al tomarlo. Me pasa lo mismo con la “Paso de los Toros” que es dulce al ingresar a la boca y amarga cuando comienza a cruzarla. Hay una especie de traición ahí ¿o no?

No sé nadar ni manejar y no me da vergüenza decirlo ¿está mal?

No sé bailar, o mejor dicho no me animo.

Elijo mis zapatillas según la mirada cenital. Puede gustarme desde la vidriera, pero debo amarlas cuando las miro desde arriba y puestas.

Paso de creerlas increíbles a horrorosas con la misma facilidad con la que grito un gol. De todos modos siento obligación de decir que no miro fútbol hace unos tres años porque descubrí que me aburre. Al principio quería ver los resúmenes o sólo los goles, pero luego ni siquiera eso. Supe jugarlo, ya no. Pero es verdad que los goles se gritan fácilmente.

Canto arriba de los discos y siempre me creo que podría remplazar a la voz, sea la banda que sea e incluso si es un chica la que lo hace.

Hace un tiempo me di cuenta que me levantó de muy buen humor y se lo debo a mi hermano, que cuando vivíamos bajo el mismo techo, apenas me veía me preguntaba ¿qué hacés tontín? y me robaba una sonrisa. Y parece que me quedó para siempre.

No entiendo porque la gente es fanática de Star Wars y tampoco me da vergüenza decirlo. Pero a pesar de eso, si puedo contar que mi gran amigo García un día me puso delante de una vidriera con un Chubaka (me encanta escribirlo así) tamaño natural y me dijo que se moría por comprárselo pero que necesitaba la aprobación espiritual de alguien como yo. Esto porque quería hacerlo suyo a pesar de no tener trabajo y con ciertas reservas de su novia que tampoco tenía trabajo y estaban aguantando con la plata que les quedaba de una indemnización. También compartió si ningún tipo de temor o tino que él sentía que ese era el mejor juguete del mundo, de la historia. Y a la vez sentiría que tanto su casa como él, estarían de aquí en más, protegidos como nunca antes.

Cuando le dije que debía comprarlo sin dudarlo, no sólo sentí que estaba diciéndole lo correcto, sino que me estaba dando cuenta que ese ser humano increíble por suerte estaba en mi vida; que con su conflicto me estaba demostrando que para ciertas cosas yo no estaba solo en la vida. Porque no estaba sintiendo pudor por contarme esto. Qué no temía,ni habría que temer compartir esas locuras maravillosas. Me hizo sentir bien por creer no estoy tan mal por acomodar mis discos en orden alfabético. Y tengo muchos eh.

Es bueno decir para contextuar que no teníamos 20 años, teníamos por lo menos un lustro más. Siendo generosos.

Amo sacarle la cáscara la cebolla. No me importa decir que busco excusas para cocinarla y que siento que su dulzura es única y femenina.

Es raro pero me siento como el líquido que deja escapar el termómetro cuando cae y choca contra el píso, pero prefiero pensar o recordar este tipo de cosas de mí.

Y no le hago mal a nadie.