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La versión perdida

Publicado el 08 febrero 2010 por Saerwen
La versión perdida
Tolkien fue adaptando la historia de Gollum y el anillo, a medida que avanzaba la trilogía de El señor de los anillos, algo parecido a lo que sucedió con los benditos trasgos. En la primera edición de El hobbit, vemos un capítulo V (Acertijos en la oscuridad ) muy diferente al de las ediciones posteriores. Lo que se ponía en juego en la primera edición, en la competencia de acertijos, era un regalo de Gollum si él perdía, no como posteriormente, donde se juega el cumplimiento de Gollum a un pedido de Bilbo, en caso de perder la horrible criatura. Estas modificaciones, hacen que la historia del hallazgo del anillo, tome un cauce completamente diferente. Este es el texto de la primera edición, y AQUÍ podés descargar El Hobbit, para leerlo todo, y de paso comparar ajajaaj
Pero, curiosamente, no tenía por qué alarmarse. Por empezar, Gollum había aprendido mucho, mucho tiempo atrás, a no hacer nunca, nunca trampas en un torneo de acertijos, que es sagrado y de inmensa antigüedad. Además, tenía la espada. Sencillamente, se sentó y lanzó un suspiro: -¿Qué hay del regalo? -preguntó Bilbo; no es que le preocupara demasiado, pero sentía que lo había ganado con bastante justicia, y además en muy difíciles circunstancias. -¿Tenemos que entregar la cosa, preciosso? ¡Ssí, tenemos que hacerlo! Tenemos que buscarla, preciosso, y entregar el regalo que prometimos. -De modo que Gollum volvió chapoteando al bote, y Bilbo creyó que ya no oiría más de él. Pero no fue así. El hobbit estaba pensando en volver por el pasaje (ya tenía bastante de Gollum y de las aguas oscuras) cuando lo oyó lamentarse y chillar en las tinieblas. Estaba en su isla (de la que Bilbo, por supuesto, nada sabía) escarbando aquí y allá, buscando y rebuscando en vano, y dándose vuelta los bolsillos. -¿Dónde está? ¿Dónde está? -lo oyó chillar Bilbo-. ¡Perdido, perdido, mí preciosso, perdido, perdido! ¡Benditos seamos y salpicados! No tenemos el regalo que prometimos, y no lo tenemos siquiera para nosotros mismos. Bilbo dio la vuelta y esperó, preguntándose por qué la criatura haría tanto escándalo. Esto, en definitiva, resultó ser una suerte. Porque Gollum volvió balbuciendo, susurrando y croando de manera espantosa; Bilbo a la larga comprendió que Gollum había tenido un anillo: un hermoso y maravilloso anillo que le había sido dado como regalo de cumpleaños edades y edades atrás, en tiempos de antaño, cuando semejantes anillos no eran cosa tan poco corriente. A veces lo llevaba en el bolsillo; habitualmente lo metía en un agujerito abierto en la roca de la isla; a veces se lo ponía: cuando tenía mucha, mucha hambre y se cansaba del pescado, y se arrastraba por pasajes oscuros en busca de algún trasgo perdido. Entonces aun se aventuraba por lugares en los que se encendían antorchas que lo hacían parpadear y los ojos le ardían; pero él no corría peligro. ¡Oh, no! Casi no corría ningún peligro; porque si uno se deslizaba el anillo en el dedo, se volvía invisible; sólo a la luz del día podía uno ser visto, y sólo por la sombra en ese caso, y era la suya una sombra muy tenue y estremecida. No sé cuántas veces Gollum le pidió perdón a Bilbo. Decía una y otra vez: -Lo ssentimos; no tuvimos intención de hacer trampas, teníamos intención de dar nuestro único, único regalo, si lo ganaba en la competición. -Aun le ofreció a Bilbo atrapar para él algún pez jugoso como consuelo. Bilbo se estremeció al pensarlo. -No, gracias -dijo con tanta cortesía como le fue posible. Estaba pensando intensamente y se le ocurrió la idea de que Gollum tenía que haber dejado caer el anillo en algún momento, y él lo había encontrado, y tenía ahora precisamente ese mismo anillo en el bolsillo. Pero tuvo el tino de no decírselo a Gollum. ¡Encontrar es poseer!, se dijo; y dadas las circunstancias, es posible que tuviera razón. De cualquier modo, el anillo ahora le pertenecía. -¡No importa! -dijo-. El anillo habría sido mío ahora si lo hubiera encontrado; de modo que lo habría perdido de cualquier modo. Y lo libraré de su compromiso con una condición. -¿Sí? ¿Cuál ess? ¿Qué dessea que hagamos, mi preciosso? -Ayúdeme a salir de este sitio -dijo Bilbo. Gollum debía aceptar ahora esa condición si no quería hacer trampas. Sentía muchas ganas todavía de saber qué gusto tendría el extranjero; pero ahora tenía que abandonar por completo esa idea. Además, estaba la pequeña espada; y el extranjero estaba del todo despierto, y en estado de alerta, no distraído como le gustaban a Gollum las cosas cuando él las atacaba. De modo que quizá esto fuera lo mejor. Así fue como Bilbo se enteró de que el túnel terminaba junto al agua y de que no seguía del otro lado, donde el muro de la montaña era oscuro y sólido. También se enteró de que debería haber girado a la derecha por uno de los pasajes laterales antes de llegar al fondo; pero no podía seguir las indicaciones de Gollum para volver a encontrar el pasaje en el camino de ascenso, e hizo que la desdichada criatura lo acompañara para orientarlo. Mientras avanzaban juntos por el túnel, Gollum chapoteando a su lado y Bilbo moviéndose muy silenciosamente, pensó en probar el anillo. Se lo deslizó en el dedo. -¿Dónde esstá? ¿Dónde sse ha ido? -dijo Gollum de inmediato mirando alrededor con sus grandes ojos. -¡Aquí estoy, siguiéndote por detrás! -dijo Bilbo, quitándose nuevamente el anillo y muy complacido al comprobar que tenía el efecto del que había hablado Gollum. Siguieron entonces adelante, y Gollum iba contando los pasajes a la izquierda y a la derecha: -Uno a la izquierda, uno a la derecha, tres a la derecha, dos a la izquierda -y así sucesivamente. Empezó a temblar y a sentir miedo a medida que iban dejando el agua más y más atrás; pero por fin se detuvo junto a una abertura (ascendente) a la izquierda-, seis a la derecha, cuatro a la izquierda. Aquí está el pasaje -susurró-. Tiene que encogerse para entrar y agacharse. Nosotros no debemos acompañarlo, mi preciosso, no nos atrevemos, ¡gollum! De modo que Bilbo se deslizó bajo el arco y dijo adiós a la desagradable y desdichada criatura; y bien complacido que estaba. No se sintió cómodo hasta estar del todo seguro de que se había ido, y mantuvo la cabeza fuera en el túnel principal escuchando hasta que el chapoteo de los pies de regreso al bote se apagó en la oscuridad. Luego descendió por el nuevo pasaje. Era bajo, estrecho y toscamente abierto. Estaba bien para un hobbit, salvo cuando tropezaba en la oscuridad con desagradables irregularidades que había en el suelo; pero era sin duda demasiado bajo para los trasgos. Quizá no saber que los trasgos estaban acostumbrados a esa clase de pasaje, y que transitaban agachados de prisa por ellos casi con las manos sobre el suelo, era lo que hacía olvidar a Bilbo el peligro de toparse con ellos y avanzar de prisa con osadía.

Ya que la película se va a estrenar después del fin del mundo, te sigo contando cosas de El hobbit. Vos cerrá los ojos e imaginá que estás en el cine, protestando porque el elfo que te tocó de compañerito de banco no deja de hablar. Action!
Hey you! “o.O”/ La próxima te guiño. La versión perdida

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