Le engendraron con destino a cuidar de los bienes familiares guardados en la cija.
Torpe como era, no se molestaron en enseñarle casi nada, sólo insistieron en que debía caminar por la derecha de la senda. A base de patear, conoció como nadie los enredados cordeles y cañadas, siempre escuchando la única emisora que por allí se sintonizaba.
A las tantas, acabado el baile, desde el pueblo vecino regresaría siguiendo la ruta más recta, confiado en ver llegar al tren de frente.
Fue al señor cura párroco a quien se le ocurrió, tras el responso, apodar a esa centenaria línea de ferrocarril como la siniestra.
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